«No podemos resolver la crisis climática sin cambiar nuestra relación con la naturaleza y con nosotros mismos.»

Naomi Klein.

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¡Cuidado con el gatopardo!

Este lunes, 4 de noviembre, la crisis político-social que enfrenta el país cumple prácticamente dos semanas.

En los días iniciales de protestas, nadie imaginaba ni remotamente que todo llegaría a ser una vorágine casi incontrolable.

En un Chile acostumbrado a este tipo de expresiones callejeras, entre los observadores y mirones circulaban incluso variados chistes que se sumaban a las torpezas comunicacionales de los ministros Fontaine y Felipe Larraín. “¿De qué se queja Piñera si el mismo puso a Chile “en marcha”?”  “Piñera no fue a la pizzería de Vitacura a celebrar un cumpleaños: Si estaban todos sus nietos, quiere decir que se trataba de una Junta de Accionistas”. Mientras tanto, Cecilia Morel, despavorida, comparaba a los manifestantes con una invasión alienígena y, quejosa, le confidenciaba a una amiga: “Parece que tendremos que renunciar a algunos de nuestros privilegios”.

Pero esta vez el problema no estaba para bromas de mal gusto: tenía ribetes de mayor gravedad.

Un trabajo de análisis de lo que está sucediendo, debe partir por especificar las causas de esta explosión social.

No es necesario hacer un gran esfuerzo de memoria para recordar que desde hace bastantes años se venía haciendo presente que los salarios mínimos, en un país con un ingreso medio por sobre los 20.000 dólares estadounidenses, no alcanzaban para el sustento de mera subsistencia de una familia. ¿O ya olvidamos que hace diez o quince años el obispo Alejandro Goic escandalizó a políticos y economistas al promover un “salario ético”? Y los expertos se apresuraron a decir que ello era imposible, que era una irresponsabilidad.

Basta caminar por nuestras calles para constatar las altas cifras que ha alcanzado el “comercio informal”. Y si, saltando por sobre nuestros prejuicios, nos detenemos a conversar con algunos de estos “ambulantes” nos explicarán que vendiendo frutas,  verduras o paraguas chinos,  ganan más que en un empleo formal sujeto a horario.

Hace menos de tres años, fue publicado por el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) el texto documental “DESIGUALES (ORÍGENES, CAMBIOS Y DESAFÍOS DE LA BRECHA SOCIAL EN CHILE), texto en que, tras un largo proceso de estudio e investigación, se muestran, con cifras indubitadas, temas tales como la historia de la desigualdad en Chile, la dignidad y el trato entre las personas, estructura y reproducción de la desigualdad, concentración de la riqueza y del poder. Ahí, en 400 páginas, está la información esencial de la realidad que vive una sociedad en crisis. Sin embargo, la prensa seria optó por silenciar todo, preocupada de resaltar los éxitos de las grandes empresas, de las doce familias dueñas del patrimonio del país, y de defender el orden público que hacía posible mantener un “buen clima” para los negocios.

Tras señalar estos casos puntuales cabe preguntarse: ¿Podemos creer que las elites dirigentes no tenían idea alguna del temporal que se avecinaba?

Hace algunos años, escribimos sobre este tema rememorando el clásico filme de Ingmar Bergman “El huevo de la serpiente”. Nuestra sociedad, es claramente una sociedad fracturada cuyos estratos políticos y empresariales se niegan a ver una realidad que es palpable. Cuando el mundo que se le ofrece a los jóvenes está impregnado de consumismo, cuando el neoliberalismo mercurial a diario nos incita a endeudarnos para tener bienes semejantes a los que otros tienen, es evidente que estamos sembrando las amargas semillas de nuestra autodestrucción como nación.

Un viejo político ya fallecido dijo hace ya cincuenta años una frase profética: “Mientras sigamos viviendo sobre una pasajera tranquilidad no solo estaremos olvidando nuestro destino sino la responsabilidad de un destino”.

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