Preguntas a mi amigo ausente (Primer lugar V concurso de narrativa Municipalidad de Coelemu.)
Preguntas a mi amigo ausente
¿Y qué fue de esas cartas, Rolando, que te escribías con Isolina y que dejabas a
mi custodia cada vez que te ibas de vacaciones? Las guardabas con un celo abrasador, como los huesos de un santo, tanto que, al instante, debía devolvértelas regresando de tus días de asueto. Mandaste a hacer, recuerdo, una petaca especial para conservarlas, en cuyo anverso tenía dibujada una bahía donde el mar y el cielo como que se juntaban. Primaba un azul encantador. Las fuiste agrupando cronológicamente como las teselas de un mosaico. Era increíble cómo esparcían un aroma a rosas cada vez que abrías sus páginas para leerlas. Recordabas recurrentemente el día en que llegó Isolina a tu casa a cuidar de Omar y de Raúl, tus pequeños hijos, cuya vivienda contaba con una, según tú, panorámica vista, frente a la estación de ferrocarriles de Coelemu, tu ciudad natal. Tanto era tu apego de ver el ir y venir de los trenes que, cuando niño, tus padres te regalaron, para esa inolvidable navidad, uno eléctrico de la famosa marca Lima, imitando a la perfección las maniobras de los guardavías e inspectores. Aquella mañana todo te resultó excepcional, pues contabas con la sana sospecha de que ella traía prístinas palabras para llenar tu silencio y darte fuerzas para transformar tu vida en algo más placentero. Sí, porque las cosas con tu esposa Hilda no iban bien y la posibilidad de que mejoraran distaba mucho de ser así. Isolina, me contabas, te había conquistado desde el primer instante en que llegó a tu familia. Te sonrió y dos simpáticos hoyuelos afloraron en sus mejillas como delicados testimonios de su amabilidad. Te impusiste de inmediato una norma: ella no sería la nana de tus hijos ni la empleada de la casa. Esas palabras las eliminaste de tu boca al instante. ¿Entonces, que sería Isolina para ti, querido Rolando? ¿Tu amante? Te dio escalofrío cuando por primera vez la pronunciaste pues chocó de lleno con tu conservadurismo; aun así te dio valor para descubrir que ese sentimiento era recíproco. Valoraste en ella actitudes que cualquier persona por ti no habría hecho, como cuando se interpuso a favor tuyo en una de las tantas discusiones con Hilda que casi le costó el puesto.
¿Y qué fue de esas cartas, Rolando? En el taller donde éramos compañeros las
releías silábicamente, succionando cada verso como si se tratara de un inagotable
néctar. Parecías un niño cuando la recordabas, sin considerar los veinte años de
diferencia que había entre ella y tú. Ni eso fue impedimento para que la amistad
siguiera adelante. De igual manera recordabas las idas al Puente Viejo sobre el río
Itata donde sus cristalinas aguas refrescaban el corazón de ambos aumentando
cada minuto ese gran amor. Fuiste feliz cuando, venciendo tu miedo, la besaste,
ósculo santo que inspiró a Isolina a redactar una carta llena de proyectos, que
apartaste de las otras guardándola en tu libro devocional como un legado
inmensurable. Cartas iban y venían, porque aun estando tan cerca estaban muy
lejos y eran esas epístolas las que les permitían acercarse un poco más. Las
escribías siempre con tinta verde, un verde de esperanza. ¿Alcanzaste a leerlas
todas?
Nunca conocí a Isolina. Ni siquiera en fotografía. Y hoy que estoy frente a ti, en
este féretro en el que eternamente duermes y que te llevará a tu nueva morada,
recuerdo esos años cuando te veías gozoso. Nunca usaste corbata pero hoy te
ves elegante con ella y qué decir de tu bien refinado bigote. Las flores de tu
velatorio, que se inclinan reverentes a tu alrededor, se parecen a las de tu jardín,
ese donde en tantas ocasiones estivales, según me decías, te abrazabas con
Isolina por un tiempo infinito. Se acerca la hora de tu adiós. Se escucha el llamado
de las campanas de la iglesia del Inmaculado Corazón de María, cuya arquitectura
admiraste también desde niño junto con la estación de ferrocarriles. Un piadoso
sacerdote expresa ahora las últimas palabras de despedida:….”y no tomes en
cuenta, Señor, sus pecados, y que tus ángeles lo lleven a la vida eterna.” Gracias
por considerarme tu amigo; tu amigo testaferro como me decías; gracias por
confesarme abiertamente que junto a ella fuiste feliz siempre. Se inicia la marcha
al camposanto municipal de Coelemu. Es un caminar lento pero también de
resignación. Te acompañan Hilda, Omar, Raúl y tu nietecita Victoria de apenas
mes y medio, a quien alcanzaste a conocer y que puso en la solapa de tu vida la
jineta de abuelo. Miro detenidamente a esta muchedumbre que te acompaña
cabizbaja, y me pregunto: ¿Isolina irá aquí; Isolina, qué fue de esas cartas que te
escribías con Rolando? ¿Las conserva usted para que el polvo del olvido no las
dañe? Que así sea.
Primer lugar V concurso de narrativa Municipalidad de Coelemu.
Domingo 03 de diciembre 2023 premiación en la plaza de la cultura.
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