«No podemos resolver la crisis climática sin cambiar nuestra relación con la naturaleza y con nosotros mismos.»

Naomi Klein.

Actualmente nos leen en: Francia, Italia, España, Canadá, E.E.U.U., Argentina, Brasil, Colombia, Perú, México, Ecuador, Uruguay, Bolivia y Chile.

¿Qué habremos aprendido de vivir entre pandemia y cambios sociales?

Yerko Strika

Psicólogo Clínico, Psicoterapeuta.

¿Efectivamente habremos aprendido a cuidarnos y respetarnos, en tanto seres humanos? ¿Habremos abierto la consciencia a lo que siginifica «la vida peligrosa», como decía Blaise Cendrars, en su manifiesto de existir?

Mi unidad de análisis, sigue siendo el individuo (el hombre, la medida de todas las cosas) y su capacidad de cambio, de adaptación, sus respuestas y reflexiones acerca de lo que le toca vivir (el hombre y sus circunstancias), tanto el individuo que tiene dolores, insatisfacciones como el que es pleno y realizado; sigo creyendo que el cambio es primeramente individual y cuando alcanza una masa crítica, deviene en fenómenos de corte más social.  En esa mirada, miro al resto, sin olvidar que también soy el resto del resto, que sumo al tejido humano que habita la ciudad. Sin ser yo ejemplo para nadie, veo cosas que persisten en las conductas de mis congéneres, de la cuales sí tengo consciencia y no replico desde mí: Tocar la bocina cuando es evidente que su uso no desatará el nudo en el tráfico; dotar a vehículos motorizados de ruidosos tubos de escape; la respuesta descortés en interacciones de diversa índole; la familia que «comparte» en un espacio público enfrascada en sus celulares; el consumo innecesario de cualquier artículo y recurso natural, el egocentrismo a todo nivel.

A partir del párrafo anterior, mi premisa sigue siendo la de siempre «Hágase cargo de usted mismo», como primera cosa, pero un hacerse cargo honesto, que considere al menos un par de preguntas simples, que podrían ser:  «¿De qué me sirve esto?» y/o «¿Para qué hago esto?». Detenerse a cuestionar mínimamente algunas acciones y el impacto de ellas en uno mismo y el entorno. No he conocido ser humano con grado de congruencia o evolución tal, que ande por la vida sin la posibilidad de mejorar quien es. Es más, me ha tocado encontrar con mayor frecuencia (y aquí reconozco el sesgo de la profesión), individuos en tensión interna, con dificultades para relacionarse, con conflictos de pareja, insatisfechos con el trabajo, disconformes con su cuerpo, con lo que comen/beben, con su historia, etc. Pienso, que si algo pudiesen haber dejado o movilizado estos dos largos años de turbulencias, es justamente la capacidad de reflexionar acerca de la propia presencia en el mundo y si a partir de ahí quiero permanecer viviendo bajo patrones que no aportan o me abro a la posibilidad de sustituirlos.

Siento, de forma muy concreta, que el tiempo se nos agota. Se nos agota para malgastarlo en mascullar, en angustiarnos, en esperar que las cosas cambien; se agota en la expectativa que otro solucione las cosas.

Sin perjuicio de lo anterior y volviendo un poco al inicio, el año 2021 sí trajo fenómenos de masa crítica, que me hacen pensar en un despertar individual con capacidad para el cambio colectivo. Así, más de 8 millones 20 mil  INDIVIDUOS acudieron a votar en la elección presidencial y 7 millones para parlamentarias. De este modo, hubo un número importante de personas que se movilizó pensando en qué es lo que quería para sí misma y cómo desearía conformar tejido con otros. Mi percepción, es que estamos en un momento propicio para que cada uno de nosotros comience a aportar lo mejor de sí al entramado que habitamos en el día a día; que de algún modo, lo complejo de la pandemia y el «estallido social» , sirvieron de catalizador en la consciencia, lo que eventualmente podría ser traspasado a una construcción vincular  concreta y más amable en la cotidianidad.

De este modo, estamos ante un viejo y conocido escenario, que básicamente tiene que ver con seguir haciendo más de lo mismo y cultivar la infelicidad a vista y paciencia de quienes somos o dejar de hacer más de lo mismo y ver qué pasa. Nótese que no digo hacer algo distinto (aunque si usted quiere, hágalo). Por ahora, creo yo, bastaría con interrumpir esquemas que probadamente no ayudan a la felicidad y entraban la progresión hacia la comprensión del propio funcionamiento cognitivo-afectivo. Abandonar ciertos patrones, constituye una tarea por sí sola, de manera tal que no es necesario sustituirlos a priori. Soltarlos, dejarlos ir, contemplarlos, suele ser más que suficiente  pues permiten que aflore todo aquello que ha sido asfixiado y que de forma natural tiende hacia el bienestar.

Entonces, a partir de esta pandemia y proceso de agitación social, quizás sea posible generar un aprendizaje duradero de responsabilización individual, de auto y heterocuidado, de poner el foco en la contribución consciente.

Partí citando a Blaise Cendrars, en esto de la «Vida Peligrosa», quien perdió su brazo derecho en la Primera Guerra Mundial. Para él, la vida no era un lugar para venir a dormir, sino una experiencia de ojos muy abiertos.

 Espero no perder la capacidad de asombro por estar vivo y desde ahí aportar a mi entorno. Y, créanme, todos tenemos un entorno.

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