
¿QUÉ NOS DICE HOY LA VIOLENCIA?
Desde Canadá.
Los altos niveles de violencia, tanto represiva como vandálica, observados en estas últimas semanas, producen en la ciudadanía reacciones intensas, algunas emocionales de angustia e incertidumbre y otras más racionales de cuestionamiento, justificación, rechazo o condena.
Lo anterior es una primera reacción entendible, en una crisis que se ha prolongado en el tiempo. Sin embargo, esta crisis nos ofrece además la oportunidad de analizar esta violencia en más profundidad, para intentar descubrir las verdades que ella ha desnudado.
Es importante iniciar esta reflexión reconociendo que cuando hablamos de violencia, debemos considerar la violencia en TODAS sus formas.
Si imaginamos la violencia que hoy observamos en Chile como un gran iceberg flotando en el océano, la parte que sobresale en la superficie y que comúnmente vemos es la violencia entendida como un ataque físico, una violencia agresiva y disruptiva. Sin embargo, esta es sólo la punta del iceberg, ya que escondida bajo la superficie se encuentra una violencia más silenciosa y perniciosa, que ha afectado gravemente el tejido social de la mayor parte de las sociedades de nuestro continente, la violencia estructural.
La violencia estructural es una violencia sistémica, a través de la cual estructuras políticas, socioeconómicas y culturales niegan las posibilidades y las condiciones necesarias para llevar una vida digna. La siquiatra Bandy Lee, especialista en temas de violencia, señala que la violencia estructural se encuentra en aquellas limitaciones que la sociedad a través de sus instituciones impone, a una persona o grupo de personas, impidiéndoles alcanzar la satisfacción de sus necesidades mínimas y desarrollar la calidad de vida que en otras condiciones les sería posible. Esta violencia es la causa principal que da origen a la cadena de expresiones de violencia que observamos en nuestra sociedad, y que hemos presenciado en Chile en estas últimas semanas. Violencia estructural, es por ejemplo la de los grandes empresarios que se coluden y evaden impuestos corrompiendo la integridad moral de nuestra sociedad; es la de los políticos, de todas las tendencias, que optan por la mezquindad política y la sumisión frente a quienes detentan el poder económico; es la violencia manifestada en pensiones de hambre, bajos salarios, un sistema de salud ineficaz, un sistema de educación pública que no cumple estándares mínimos, ghettos urbanos, y la discriminación, marginación y desigualdad social que por muchos años se ha apoderado de nuestro país.
Existe en general la tendencia a asociar la violencia a la agresión física, entendiéndola como si este fuera un sólo fenómeno; el estallido social de estas últimas semanas nos enseña que en realidad en ella podemos distinguir al menos tres tipos de violencia física distinta: la represiva, la defensiva y la antisistema. La distinción cobra relevancia al momento de intentar entender sus orígenes y causas y pretender descifrar como será su comportamiento en las semanas y meses que vienen.
La violencia represiva, surge generalmente cuando la población se manifiesta en contra de la violencia estructural; es aquella que se ejerce con la intención “mantener el orden”, reprimiendo, en el caso de la crisis que nos ocupa, el clamor de una ciudadanía que exige una transformación profunda de la sociedad. Es la violencia ejercida por algunos integrantes de carabineros y el ejército en contra de quienes legítimamente y en forma mayoritariamente pacífica manifiestan su descontento con 45 años de desigualdad social; es la violencia que se ha ejercido en contra de aquellos que han optado por expresar su frustración y rabia a través del enfrentamiento permanente con las fuerzas del orden; y es también la violencia que se ha desplegado en contra de aquellos que, a través del vandalismo, han dado rienda suelta a sus intenciones de desestabilizar las bases de nuestra democracia y sus instituciones.
La violencia defensiva, es una reacción a la violencia represiva. Es aquella a la que recurren aquellos que protestan, para responder y defenderse de la violencia represiva. Son, en nuestro caso, los jóvenes de escudo y capucha que, con hondas, piedras, molotovs y barricadas contratacan a las fuerzas del orden y que ha dejado centenares de heridos en ambos bandos. Son aparentemente en su mayoría jóvenes de enseñanza media que han encontrado en este estallido social un medio a través de la cual expresar su frustración y rabia contenida. Es una violencia segunda en el sentido de estar asociada en sus orígenes a la violencia estructural y tercera en el sentido de que surge como reacción a la represión. Sus niveles de agresividad e intensidad varían, dependiendo de la intensidad de la represión a la que los manifestantes son expuestos.
La violencia antisistema o anti estructural, es finalmente aquella que busca el desequilibrio del sistema. Es la violencia ejercida por una minoría de ciudadanos que, aprovechándose de las manifestaciones pacíficas y en forma irracional y vandálica, destruyen lo que encuentran a su paso. Es una violencia que se sirve de las violencias represiva y defensiva para buscar un objetivo diferente. No se pretende con ella avanzar en la construcción de una sociedad más justa, ni tampoco la defensa de los reprimidos. Esta violencia en realidad utiliza la oportunidad que la crisis social le ofrece para, a través de la anarquía, cuestionar los cimientos mismos de nuestra sociedad y sus instituciones. Es una violencia segunda en el sentido de ser el resultado de la desafección absoluta que la violencia estructural ha producido en jóvenes que ya no creen en nada. Es una violencia que va más allá de la frustración y rabia y que se sitúa en el ámbito de aquellos que, por sus experiencias personales o grupales, sienten que ya no tienen nada que perder.
Las diferentes formas de violencia antes descritas están todas presentes en la crisis social que Chile hoy enfrenta. Algunas, como la violencia estructural, como origen y causa; otras, como las violencias represiva, defensiva y antisistema, como manifestaciones de los resultados de un modelo que por años ha descuidado gravemente a importantes sectores de nuestra sociedad.
Es de esperar, que la pronta implementación de una profunda y urgente agenda social y la elaboración de una nueva constitución que profundice nuestra democracia haciéndola más participativa y consagre los principios fundamentales de una sociedad más solidaria y equitativa, sean pasos importantes que nos permitan, en el mediano plazo, avanzar como país en el complejo proceso de transformar los desafíos sociales de fondo, que están en el origen de la violencia estructural y por ende eliminar paulatinamente los factores que gatillan las violencias represiva y defensiva.
Sin embargo, parte de la incertidumbre que como país nos afecta hoy tiene que ver con preguntarnos qué ocurrirá con aquellos que hoy se mueven en el ámbito de la violencia dura. ¿Será acaso que ellos han intentado correr el cerco de la violencia? ¿Seremos capaces como sociedad de volver atrás, en cuanto a lo que violencia anárquica se refiere? Un riesgo no menor que nuestro país enfrenta es que esta violencia antisistema haya llegado para quedarse. Pudiera eventualmente desaparecer temporalmente o atenuarse. Sin embargo, el riesgo latente de un resurgimiento pudiera seguir ahí, esperando la oportunidad para manifestarse. Situación aún más compleja si consideramos que las estrategias necesarias para combatirla desde sus raíces son definitivamente de muy largo aliento, y que el fenómeno de violencia anárquica que hoy observamos está también presente en otros lugares del mundo.
La violencia, en TODAS sus formas, debe ser condenada con claridad; es nuestra responsabilidad ciudadana luchar unidos como país para terminar con las desigualdades sociales que están en su origen y lograr así su erradicación.
Un Chile más participativo, justo e igualitario, sí es posible.
Claro que hay vándalos Maroto, lo que nadie se detiene a investigar profundamente y constatar que a los únicos que les sirve el vandalismo es a esos que quieren dividir a los Chilenos y desprestigiar a las movilizaciones.
Yo he estado en las marchas, yo quiero y deseo que sean pacíficas, pero confieso que el odio hacia los carabineros, me aparece luego de ver que atacan planificadamente y a «man-salva» a quienes marchamos en paz y con las manos limpias y la cara descubierta .
Pobres los cabros que tiran piedras… cuando los detienen, les pegan sin piedad, luego, claro, vuelven a la calle con mas rabia.