¿Qué título le pondremos?
Cuando pareciera que definitivamente hemos llegado a “tiempos oscuros” (de acuerdo a la expresión utilizada por el ministro Mañalich) se hace muy difícil elaborar un comentario que aborde en forma ordenada la realidad por la cual está atravesando el país.
Para clarificar el análisis, es preciso puntualizar que el frente interno tiene dos caras: a) El problema del enfrentamiento de la pandemia que es en esencia un problema sanitario, un problema de salud pública, pero que no queda limitado al campo médico sino que actúa como una verdadera bomba de racimo provocando graves secuelas en los diversos aspectos de la vida de la comunidad; y b) el problema socio-político ambiente, que se traduce en la forma en que actúan los detentadores del poder, en la forma en que procuran dar respuestas a la multiplicidad de demandas que se vienen arrastrando por años, que provocaron el estallido del 18 de Octubre y que permanecen vivas aunque subsumidas por la crisis indicada en el punto anterior.
El manejo sanitario ha presentado desde sus orígenes graves deficiencias que, para decirlo con mucha claridad, solo parcialmente son de responsabilidad del Ministerio respectivo. El Secretario de Estado del ramo desde los primeros días de abril se ha visto constantemente acosado por la propia Presidencia de la República que se ha preocupado menos de la vida y salud de la población que de los resultados en las encuestas y la normalización económica del país. La falsa compra de ventiladores en Enero, el regreso inmediato a clases, la foto con el general Baquedano, la “nueva normalidad”, el “retorno seguro”, entre otros, constituyen un desfile de irresponsabilidades que han terminado dañando gravemente la indispensable disciplina social que exige la pandemia. En lo que sí hay responsabilidad de la cartera de Salud es en la errática definición de cuarentenas y cordones sanitarios, en el constante menosprecio a las críticas formuladas por alcaldes, entidades técnicas y universidades (todas calificadas como negativas o mal intencionadas) y en la incapacidad de incorporar al mundo social a una lucha que es tarea de todos. En este clima generalizado, resulta inexplicable la marginación de los CESFAM y otros actores de la salud primaria a este combate. Si se comprueba que el estudio estadístico dado a conocer por Espacio Público y que delataría la subestimación de las cifras fatales causadas por Covid-19 en 712 casos durante los meses de abril y mayo, el daño a la credibilidad en el sistema sería en extremo grave.
Precisamente en los momentos en que una población psicológicamente dañada en lo personal, en lo familiar, en lo laboral, en lo social, espera respuestas, mensajes orientadores claros, el Presidente anunció un cambio de gabinete que se concretó el pasado viernes 4 de junio. Pero, la preocupación presidencial no iba por ese lado sino por dar salida a un problema partidario interno de la coalición oficialista: en el último cambio ministerial, torpemente, se excluyó del comité político a Renovación Nacional, mayoritario partido de Gobierno. La frustración ciudadana es inconmensurable.
Comentamos, más arriba, que el latente problema socio-político es preocupante. Los requerimientos sociales que hicieron explosión en octubre, están vivos y, de un momento a otro, pueden estallar y la clase política (de Gobierno y de la Multi-oposición) no ha demostrado tener conciencia de todo lo que esto implica.
La generación de un acuerdo económico, cuyas líneas gruesas han ido siendo consensuadas por expertos de diversas tendencias y que implicarían un gasto de entre 12 y 18 mil millones de dólares para los próximos dos años con el fin de reactivar las actividades del país, constituye, sin duda, una noticia positiva tanto por su contenido mismo como por demostrar que es posible convenir un piso mínimo si Chile así lo requiere.
Los recursos estimados provendrían parcialmente de los fondos soberanos con que cuenta el país y además de un endeudamiento a largo plazo del Estado. Pero ¿y qué pasa con los “privados”? Llama la atención observar que regímenes tan diversos como el socialista de Portugal o el populista de Derecha de El Salvador, llamen a las grandes empresas y específicamente a la banca a cuadrarse con la reactivación de sus países. Uno y otro han planteado que los bancos perfectamente podrían pasar un par de años “sin utilidades” contribuyendo de esta forma al financiamiento de los tiempos que vienen.
Un sueño sería lograr que los chilenos que mantienen recursos en los “paraísos fiscales” ( y que en gran medida los obtuvieron mediante compras irrisorias de activos del Estado bajo la dictadura, o de actividades colusorias o especulativas, o de beneficios tributarios legales, o, derechamente de evasiones o elusiones impositivas) se hicieran presente.
Porque, si no hay un esfuerzo fuerte que comprometa el sacrificio de todos para salir adelante y para concretar una sociedad más justa y solidaria, será muy difícil consolidar un proceso de paz social.
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