
SER POBRE EN CHILE
Hace unos meses, justo antes del inicio de la pandemia en nuestro país, fui increpada por un amigo de juventud cuestionando mi apoyo a una publicación que daba cuenta de las duras consecuencias de la pobreza y del alto número de pobres que hay en Chile.
¿Cómo defines ser pobre? Me cuestionó. Yo respondí, ¿por qué hay que definir? Al definir pones límites y dada la complejidad del tema y diversidad de situaciones excluyes a muchos/as que lo están pasando muy mal. De inmediato y en días y semanas siguientes se me han venido a la mente numerosas escenas de pobreza, que se agolpan por ser presentadas para esta ocasión y que muestran la vida de los pobres y su vulnerabilidad más allá de los indicadores que los economistas utilizan para medirla.
Vienen a mi mente esas jornadas de ayuda social desde el colegio de mi hija a familias de campamento. La meta era alfabetizar a mujeres de diversas edades que nunca habían tenido la oportunidad de ir a la escuela ya que desde pequeñas tuvieron que trabajar para subsistir. A pesar del hacinamiento y las precarias condiciones de vida, sus rostros alegres irradiaban ganas de aprender y transmitían agradecimiento frente a la oportunidad que se les daba, siendo sus expectativas de aprendizajes simples, aplicar operaciones aritméticas básicas para ayudar en las tareas escolares a sus hijos, lograr escribir su nombre y algunas frases para poder responder la libreta de comunicaciones escolar, eran las metas anheladas. Eso era todo.
Tantas otras/os chilenas y chilenos que no han visto crecer a sus hijos, que deben dejarlos solos durante el día y no pueden acompañarlos cuando se sienten enfermos, ni pensar en compartir un almuerzo, que siempre están temerosos de perder su empleo y para evitarlo no pueden fallar y prolongar su jornada laborar se transforma en una obligación. Que son la única fuente de ingresos familiar y una buena parte de sus vidas transcurre sufriendo las dificultades para trasladarse de un punto a otro, en ciudades demasiado extendidas en que los puntos de residencia están muy distantes del lugar de trabajo. Los pobres viven lejos de la fuente laboral, eso es así. Que la alimentación de sus hijos depende de lo que les entregan los jardines infantiles y escuelas. Y ¿qué sucede cuando alguna de las variables falla? Viven permanentemente en la cuerda floja.
Esos mismos hombres y mujeres faltos de oportunidades, si han tenido acceso a la publicidad. Esa que deslumbra con brillos y colores, que envuelve, conduce y cambia los valores, por cierto, estratégicamente pensada por especialistas que hacen bien su trabajo. Invitan a consumir todo tipo de artículos, a través de los medios de comunicación masivos. Coloridos avisos de televisión como también páginas de periódicos que destinan parte de sus valiosos espacios para incitar a la compra de bienes valorados en precios completamente inaccesibles para una gran mayoría de la población. Para ejemplificar, el precio de venta de una prenda femenina puede llegar a equivaler el sueldo que muchas mujeres reciben por un mes de trabajo y del cual depende toda una familia. Está claro que para ese grupo de mujeres es una burla, un chiste de mal gusto, una bofetada en la cara y una evidencia que hay un mundo, una fiesta, a la que no tienen acceso y nunca tendrán por una vía honesta. La percepción de esos ciudadanos frente a este tipo de anuncios es de exclusión y claramente pertenecer al grupo de los que sobran.
Pero no se trata solamente de aquellos hombres y mujeres sin educación, también son afectados de la discriminación y falta de oportunidades aquellos jóvenes que con gran sacrificio han accedido a la educación superior. Recuerdo una conversación con una joven inteligente que había logrado obtener un título técnico en uno de los tantos institutos que existen en la capital. Si bien el logro había sido motivo de alegría en su núcleo familiar y amistades cercanas, pues bien merecidas eran las felicitaciones entregadas después de los años de trabajo, falta de sueño y carencias. Venía ahora el paso siguiente, la recompensa esperada, tener acceso a un trabajo digno. La primera dificultad se hacía sentir al tomar conciencia que no podría poner en su currículum ni menos dar a conocer a sus entrevistadores la comuna de residencia. Eso ella lo sabía, se lo habían advertido por experiencia de otros que habían sufrido la misma humillación. La única posibilidad de no ser descartada de inmediato era conseguir una dirección falsa. Una persona así tratada es “maltratada”. El sueño de la meritocracia se rompe en mil pedazos.
Y como no todo ha de ser trabajo, ¿qué sucede con el espacio público? Ese que es de todos, un lugar de encuentro, socialización y expresión cultural. “El que debe garantizar en términos de igualdad la apropiación por parte de diferentes colectivos sociales y culturales, de género y de edad”[1]. Nuevamente aparecen las diferencias abismantes, están las comunas privilegiadas que disponen de una apropiada cantidad de espacios públicos de calidad provistos de áreas verdes accesibles, caminables desde sus domicilios, con abundancia y variedad de vegetación y por otro lado las comunas de los pobres que tienen una dotación de áreas verdes muy por debajo de las recomendadas por las organizaciones internacionales. Son escasas de baja calidad y de difícil acceso[2].
¿Y en tiempos de pandemia? En tiempos de pandemia estas enormes diferencias se han vuelto aún más evidentes, frente al asombro e incredulidad de las autoridades, convencidos de gobernar un país próspero con indicadores económicos envidiables por países semejantes. El hacinamiento, la falta de una vivienda digna, la imposibilidad de aislar a los enfermos en hogares de escasos metros cuadrados, la obligación de salir a trabajar para comer, la inequidad de acceder a la tecnología para estudiar, nos muestran la extrema vulnerabilidad de sus vidas.
De lo anteriormente expuesto queda a la luz que los indicadores económicos no reflejan el sufrimiento de los pobres, ya que es una cifra promedio que los invisibiliza. La pandemia ha dejado en evidencia que somos un país con abundancia de pobres, que quedan expuestos a la más completa indefensión frente a cualquier imprevisto. ¡La ciudadanía dice basta a gritos! Una buena señal de la urgencia está en la recientemente denominada “Plaza de la Dignidad”. Hay un camino amplio por delante para devolver la dignidad a todos(as) los(as) postergados(as) de nuestro país partiendo por una integración territorial.
Basta de las comunas de ricos y de pobres.
Fuente de figura:
https://ciperchile.cl/2020/02/26/la-geografia-de-la-desigualdad-y-del-poder/
[1] Borja J. El espacio público, ciudad y ciudadanía. En castellano Ed. Electa, 2003
[2] https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0250-71612010000300004
Que buen artículo Gabriela, muchas gracias
Gracias Rafa, imposible quedarme callada ante la injusticia, un abrazo!!!
Un excelente artículo, felicitaciones, muchas a la autora.
Gracias Mario