
UNA MAÑANA…
Desde Castelar, Argentina
… suena el celular y una voz conocida me dice, envíame un breve currículum y una foto la necesito, el 23 de marzo te espero en el Congreso
para entregarte un Reconocimiento.
Te envío la invitación.
Una diputada me informaba que celebrarían el día de la mujer con un acto en el auditorio.
Estaba sentada tomando el desayuno planificando sobre qué tema elegiría para volver a encontrarme con ustedes en la ventana.
Deseaba ser comunicativa y esperanzada, hay tanto dolor y desacuerdos por todos lados que ya estamos saturados, pero no quieren darse por enterados.
Concluyó la comunicación, vine, redacté lo que me pidieron más la foto.
¿Asombro, curiosidad?
No lo sé.
Me pregunté que tanto había trabajado en silencio.
Quizás algunas cosas habían trascendido no por mí, pero si por otras personas que tal vez trabajaron junto a mí.
Y recordé una actividad que fue como una marca en mi vida.
La increíble tarea de compartir una vez a la semana con discapacitados en el Hogar de los Hermanos de San Juan de Dios, la vida, el color, la sonrisa, la
historia de ángeles que recortábamos y poníamos en las ventanas para
Navidad.
De hoyos en el jardín para ofrendar a la Madre Tierra nuestras ganas de vida de decirle que, aunque con dificultades, la cuidábamos y la mimábamos.
Si debía ser eso o mis años de docencia donde también dejé mi huella.
Y llegó el día.
Fue todo cordial, afectuoso, sencillo.
Ahí estaba rodeada de otras siete señoras cuyas tareas eran de una
importancia tal para la sociedad argentina que me hacía sentir
chiquita y honrada.
Compartimos el mismo amor a La Vida, La Familia y el País.
Debíamos decir unas palabras breves, cual era nuestro secreto,
para conseguirlo. Escuché notables secretos todos desde el mismo punto de partida,
El HOMBRE.
Cuando me llegó el turno me dije, Gladys es el momento de señalar tu secreto y dolor,
«La deshumanización de la especie humana».
Explique incluso el diseño sobre ese tema para mi próxima exposición
de dibujos.
Rescatando de esta barbarie actual y de todos los tiempos, los niños que
siempre son víctimas de ciertos adultos que jamás saciaran su sed de dominio.
Esa mañana fue muy distinta pues me llevó a recordar días en los que pude entregar ramitos de alegría a quienes casi no sabían sonreír y pícaramente
esperaban a «la colorada», mote que me había puesto supuestamente en
secreto entre ellos.
Supongo que no debo aclararles que mi cabello es pelirrojo.
Mi piel, muy blanca… parezco un fósforo.
Ya tengo el diploma
Sobre ese papel están las huellas de lo que hice, pero hay otro lugar muy bien guardado, mi corazón.
Gladys Semillán Villanueva
Argentina
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