
Cambiar de Opinión: un sano hábito.
Yerko Strika, psicólogo.
En nuestra cultura, suele valorarse el “ser de una sola línea”, como expresión de alguien consistente y consecuente, que da confianza, pues se mantendrá en invariable en un punto de vista, generando con ello estabilidad en su entorno y predictibilidad en sus conductas.
Su bien lo anterior, puede ser una característica positiva, útil en ciertos momentos de la vida, se debe tener precaución con sus ensalzamiento indiscriminado, pues al enquistarse en una opinión, se corre el riesgo de negar otras opciones, rigidizando el aparato psíquico y con ello la posibilidad de cambio y de optar, frente al abanico que es la vida. Ya lo dijo Humberto Maturana, en su propuesta de agregar nuevos derechos a los ya declarados: El Derecho a cambiar de opinión (agregó también el Derecho a equivocarse y el Derecho a irse de un lugar sin que el otro se ofenda).
Pero ¿Qué motiva a las personas a mantenerse en una opinión? Básicamente, la experiencia. De esta forma, si en la vida un ser humano tiene ciertas experiencias que le son significativas, tiende a tomarlas como base para sus aprendizajes y una vez que se aprende algo, es complejo desaprenderlo, pasando a ser parte de nuestro repertorio. Con esto, no se quiere decir que tener opiniones sea algo contraproducente, pero sí es vital contrastar nuestras opiniones con la información nueva que se incorpora a la consciencia. Como ejemplo, veamos un caso sencillo:
Un niño pequeño, es atacado por un perro, digamos que incluso el perro lo mordió. Eso le produjo un gran susto y algo de dolor. Sus padres sobrerraccionaron, hubo gritos y patadas al perro, ladridos y aullidos destemplados. Esa experiencia, en la vivencia del niño, le lleva a concluir que los perros son unos animales malos y poco confiables, mediado, además, por un grado considerable de miedo, sensación irracional por definición, que dificulta los procesos cognitivos. De ahí en adelante, si uno le pregunta al niño, “En tu opinión, ¿cómo son los perros?”, el niño dirá: Malos.
De lo anterior, si bien la experiencia desagradable con el perro existió, se trató de un evento único y aislado en la vida del niño. Sin embargo, se desarrolla la opinión generalizada, de que TODOS los perros muerden y son malos. Ese niño, cuando ve un perro, genera una activación emocional de miedo, que refuerza por sí misma su opinión, pues trae a la memoria el evento de la mordida y la sensación de haberlo pasado mal. Esto, independiente a que otros perros sean dóciles y tan mansos, que no tengan ningún interés por el niño en cuestión.
Entonces ¿Cómo se cambia una opinión?. Nuevamente echamos mano a la experiencia. Imaginemos que a este mismo niño le tocó quedar atrapado bajo escombros para el terremoto del año 2010 (¡pobre niño!). Está solo y asustado, cuando de pronto, de manera muy sumisa pero segura, un perro rescatista llega a hacerle compañía, portando agua y comida. El animal se echa a su lado y lo mira desde sus ojos tiernos, ofreciéndole su hermoso pelaje como cobija y compañía. Le lame una mano y se retira para regresar luego con ayuda humana que lo saca del lugar. Ante este hecho, el niño siente fuertemente cuestionada su opinión previa respecto a los perros y ante la EVIDENCIA, tiene que reconocer que no todos los perros son malos, generando un CAMBIO en su sistema de creencias.
Si bien, el ejemplo puede resultar algo pueril, en términos generales los seres humanos no andamos tan lejos de eso, cuando mantenemos una opinión sin más argumento que nuestra limitada experiencia y un fuerte componente emocional, que nos mantiene “protegiendo” lo que creemos, como si eso fuéramos nosotros mismos. Tendemos a que las experiencias nuevas calcen con lo conocido, buscando acomodar, a veces a la fuerza, información actualizada con aprendizajes obsoletos. Al respecto, ¿les suena el giro Copernicano?
Sin el cambio de opinión, no es posible avanzar en las interacciones humanas y tampoco en la expansión del conocimiento. Pero las personas solemos ser tercas y defendemos lo indefendible por el mero afán de tener la razón. Esto es particularmente delicado, cuando de la opinión de alguien, dependen decisiones que afectan la vida de otros. Por un instante, imagine si el detective que investiga un crimen, se deja llevar por su opinión prejuciada en lugar de reconocer los resultados de la investigación forense o si el Juez falla una causa en base a sus miedos y no en función de la prueba incorporada en audiencia o si el padre valida el maltrato, pues al él lo criaron así.
Las opiniones son necesarias, ya que los individuos necesitamos movernos en base a ciertas certezas. Pero así como se invierte tiempo y energía en formarse una opinión en base a la información disponible en cierto momento, también es necesario desechar algunas ideas cuando se incorpora evidencia fresca, que si bien puede chocar con lo que creíamos , no necesariamente debe ser leído como un descredito o una amenaza. Por el contrario, se amplían las posibilidades de elección y al dejar ir esos pesados juicios respecto a cómo son las cosas, sobreviene una mayor lucidez para avanzar en el crecimiento personal.
Por cierto, nuestro niño, hoy ama los perros.
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