«No podemos resolver la crisis climática sin cambiar nuestra relación con la naturaleza y con nosotros mismos.»

Naomi Klein.

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¿CAMBIO DE MANDO?

Maroto

Desde Canadá.

La ceremonia del día de ayer, domingo 11 de marzo del 2018, fue sin lugar a dudas un día importante para el país; el presidente Piñera recibió los símbolos republicanos de manos de la presidenta Bachelet y asumió formalmente la conducción del país; sin embargo, me atrevería a decir que si bien cambiamos de presidente, no cambiamos de mando.

Al calzarse la banda presidencial, el presidente Piñera inicio el mandato conferido en las urnas por la ciudadanía; mandato que le permitirá, dependiendo de sus habilidades políticas y de la capacidad de su equipo, implementar en los próximos cuatro años el programa de gobierno comprometido con el país.

Sin embargo, si bien tenemos un nuevo presidente, el mando del país sigue estando en las manos de los mismo de siempre.

Nuestra historia política reciente nos muestra dos intentos por introducir cambios en la matriz social, política, institucional y económica de nuestro país; dos gobiernos que, a través de motivadores relatos inspiraron a nuestro pueblo, llevando a gran parte de la ciudadanía a atreverse a pensar en un Chile distinto. La inolvidable Revolución en Libertad de los años 60 y la Vía Chilena al Socialismo de los 70. Sin perjuicio de estar a favor o en contra de lo que estos ejemplos significaron, es justo reconocer en ellos la existencia de un esfuerzo por introducir cambios profundos a nivel país para avanzar en la construcción de lo que se pensaba sería un Chile más justo y solidario. El primero, planteó la posibilidad de transformar al país a través de la creación y fortalecimiento de las organizaciones sociales y comunitarias, de manera que las reformas necesarias para mejorar sustancialmente las condiciones de vida de los sectores históricamente postergados nacieran desde la comunidad y no desde el estado. El segundo, planteó que era posible lograr que un país esencialmente burgués y subdesarrollado como Chile transitara democráticamente y en forma pacífica hacia el socialismo; facilitando de esta forma el establecimiento de las condiciones necesarias para la creación de un estado socialista. Independientemente de la valoración personal que tengamos acerca de estos dos proyectos, es incuestionable que ellos inspiraron a cientos de miles de chilenas y chilenos a trabajar por un Chile diferente, apoyando una causa que, en su tiempo, ellos consideraron justa.

El segundo gobierno de la presidenta Bachelet, se inscribe desde mi punto de vista, en un tercer intento sincero por cambiar al país. Sin perjuicio de los innegables errores no forzados, ineficacias e ineficiencias de la presidenta y su equipo y de los partidos políticos que se supone la apoyaban, el programa de este segundo gobierno prometía repensar al país para introducir cambios profundos en áreas de gran importancia: el perfeccionamiento de nuestra democracia, las conquistas en pro de un desarrollo social sostenible, la transformación de nuestros sistema educacional, los avances en los derechos de las minorías, el perfeccionamiento de las instituciones del estado, la protección efectiva del medio ambiente, la profundización de los beneficios asociados a la salud, el trabajo y la previsión social, entre muchas otras, fueron promesas que no apuntaban a cambios meramente cosméticos sino que a transformaciones estructurales. Lamentablemente, la realidad deja en evidencia, que sin perjuicio de los importantes avances y conquistas alcanzadas, la transformación profunda de Chile no ocurrió.

En los tres ejemplos antes mencionados, y guardando las proporciones históricas correspondientes, el mando del país siguió estando en manos de los mismos de siempre. Los grandes grupos económicos y de poder siguen siendo quienes determinan, de acuerdo con sus intereses y conveniencias, qué es posible realizar en nuestro país. Son ellos los que definen el significado de “reformas en la medida de lo posible”, “realismo político” y “cambios graduales”; y lo definen de manera que los avances propuestos por el gobierno de turno no comprometan de manera alguna la certidumbre del mercado financiero y la estabilidad empresarial que requieren para seguir incrementando sus fortunas personales, con limitado beneficio para la gran mayoría de la ciudadanía. A través del control de los medios de comunicación, de la intervención política por medio del financiamiento directo o indirecto de esta actividad y de la definición de la agenda política del país, los mismos de siempre se aseguran de hacer fracasar o relativizar cualquier intento por cambiar los equilibrios de poder en favor de quienes han sido históricamente postergados.

Es cierto, a partir del domingo 18 de marzo del 2018 y por cuatro años, tendremos a un nuevo presidente; sin embargo, los destinos del país seguirán estando bajo el control de los mismos de siempre.

Y es en este contexto que el empoderamiento de la ciudadanía cobra real importancia. Los cambios profundos y necesarios que nuestro país requiere no serán realidad solo porque un candidato presidencial lo prometa. La transformación del país empezará a ocurrir solo cuando la ciudadanía empoderada se levante de manera comprometida para exigir cambios. Los movimientos estudiantiles, las luchas de las organizaciones por la igualdad de género, las manifestaciones en pro del término de la violencia contra la mujer y los niños y las demandas por los derechos indígenas son claros ejemplos de un empoderamiento positivo; sin embargo, es necesario que estos movimientos trasciendan las demandas sectoriales para abrazar las demandas de todos. Es necesario que cada uno de estos movimientos y la ciudadanía en general asuman esa responsabilidad solidaria que hace que las causas y demandas grupales se prioricen y subordinen responsablemente con las causas y requerimientos de los sectores de la ciudadanía que más lo necesitan, de manera que las conquistas obtenidas beneficien al País por sobre los beneficios individuales o sectoriales.

Y el gobierno del Presidente Piñera nos ofrece una excelente oportunidad para esto; construir una oposición constructiva cuya fuerza permita defender las conquistas alcanzadas y cuyas demandas apunten de manera colaborativa y solidaria en avanzar en aquellos temas de mayor urgencia para la ciudadanía en general.

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