CHILE, EL OASIS DE LATINOAMÉRICA
En una reciente entrevista con el matinal “Mucho Gusto” el presidente Piñera se refirió a los efectos negativos que las dificultades económicas mundiales han creado en nuestro continente: “Mire lo que pasa en América Latina, Argentina y Paraguay en recesión, México y Brasil estancados, Bolivia y Perú con una crisis económica grande. Colombia con el resurgimiento de las FARC y de las guerrillas. En medio de esta América Latina convulsionada, nuestro país es un verdadero oasis”.
Las palabras del presidente Piñera nos invitan a una sana reflexión acerca de donde estamos hoy como país y donde quisiéramos estar.
Un oasis, es decir, en sentido figurativo, un lugar de bienvenida, descanso y tregua; un lugar de refugio y bienestar.
En los últimos 30 años Chile ha cambiado significativamente. Nuestro país se ha caracterizado por implementar un modelo económico y político que en las últimas tres décadas ha generado un significativo desarrollo económico e institucional; lo anterior ha permitido que Chile destaque en el concierto Latinoamericano por su estabilidad política, un sostenido crecimiento económico, un discreto progreso social y un gradual fortalecimiento de sus instituciones básicas. Chile es reconocido a nivel mundial como un país confiable, que ha sabido sortear las incertidumbres políticas y económicas globales de los últimos años, en un marco de razonable estabilidad.
En este contexto, la afirmación del presidente Piñera pareciera ser correcta.
Reconocer los avances logrados en nuestro país desde la recuperación de la democracia, es necesario e importante; son el resultado del sacrificio y esfuerzo de muchos. Sin embargo, este reconocimiento no debe ser una excusa para caer en la autocomplacencia.
Sin duda que, utilizando ciertos indicadores internacionales, Chile hoy está mejor que hace 30 años atrás, y está comparativamente mejor que muchos de sus vecinos Latinoamericanos. Sin embargo, las tareas aún pendientes son importantes y los desafíos a atender son cada vez más urgentes.
Nuestra democracia, como expresión de la soberanía popular, es imperfecta y sus imperfecciones afectan progresivamente la fortaleza y credibilidad de nuestras instituciones. Como señalaran Manuel Antonio Garretón y Roberto Garretón, formalmente, nuestro sistema electoral tiene bases sólidas y nuestras elecciones son libres, limpias y exentas de fraude; sin embargo, la gran concentración de los medios de comunicación, la falta de un pluralismo real en el manejo de la información y la desmedida influencia de los grandes intereses económicos en las campañas electorales amenazan la necesaria transparencia que debiera existir en una democracia sana.
Los niveles de participación ciudadana disminuyen año tras año. Las instancias formales de participación existentes han demostrado ser insuficientes para incentivar una real contribución por parte de la ciudadanía e ineficientes para dar garantías de participación informada y transparente, promoviendo un verdadero compromiso cívico a nivel local y territorial. El desinterés y la apatía, de responsabilidad compartida entre el estado y la ciudadanía, son un evidente peligro para la buena salud de nuestra democracia.
Nuestro país ha experimentado un avance importante en materia de derechos civiles y políticos; sin embargo, el progreso mencionado no se condice con las desigualdades aún existentes en relación a derechos laborales, de la mujer, de los pueblos indígenas y la diversidad sexual. Si bien los temas anteriores tienen hoy mayor presencia en la agenda política, los avances experimentados son aún insuficientes y la profundidad de la discusión esta mezquinamente sujeta a conveniencias electorales de corto plazo y no a los intereses y sensibilidades reales de estos grupos.
Chile experimenta grandes niveles de desigualdad. Un reciente estudio del PNUD señala que la desigualdad en Chile se visibiliza “en los tonos de piel, en la estatura y en los apellidos, en la geografía de las grandes ciudades y sus barrios estancos, en las amplias casas con vista al mar y en los parques perfectamente mantenidos, en las calles que se inundan, en los buses repletos y en los paraderos rotos…”. La asimetría en la distribución del capital e ingreso y la desigualdad en la capacidad de influencia se han acentuado, generando crecientes tensiones en la sociedad chilena.
Recordemos, un oasis … un lugar de bienvenida, descanso y tregua; un lugar de refugio y bienestar.
Considerando todo lo anterior, Chile parece ser más un paréntesis que un oasis en el contexto Latinoamérica.
La diferencia entre el cuantificar el desarrollo de una sociedad concentrándose únicamente en la riqueza y bienestar material o medir su prosperidad mirando la plenitud con que se vive, es una importante cuestión a la hora de conceptualizar el país en el que quisiéramos vivir.
Como mencionáramos en un artículo anterior, Amartya Sen, premio Nobel de economía, señala que el éxito de una sociedad debiera ser evaluado, no por los bienes materiales que se tienen, sino que por los niveles de libertad de la que gozan los miembros de esta sociedad. Según Sen, la potencialidad de desarrollo y prosperidad de un país está dada por su capacidad de remover las fuerzas que restringen la libertad de las personas, entendiéndose estas como la pobreza, todo tipo de discriminación y desigualdad, la exclusión social sistemática, la intolerancia, la falta de oportunidades, la negligencia en la gestión pública y el autoritarismo.
Reconocer lo logrado es un necesario acto de justicia para con quienes, años atrás, dieron sus vidas para que tuviéramos la oportunidad de avanzar y crecer como país; ignorar u olvidar lo que aún está pendiente es un acto de irresponsabilidad para con quienes requieren con urgencia de mayores grados de participación y de un trato basado en la justicia y equidad.
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