Clientes o ciudadanos en el Chile que asoma
Cliente : Persona que compra en una tienda o que utiliza con asiduidad los servicios de un profesional o empresa Ciudadano : Persona considerada como miembro activo de un Estado, titular de derechos políticos y sometido a sus leyes.
(Real Academia de la Lengua)
En 1970 llega al gobierno la Unidad Popular en una inédita fórmula para transitar al socialismo a partir de un triunfo electoral, cuestión que los teóricos del marxismo sólo la habían señalado en sus escritos como una hipótesis muy poco probable
Los ojos del mundo se centraron en esta novedosa experiencia chilena que luego de tres años, como todos sabemos terminó trágicamente con el Golpe Militar de 1973.
A partir de ese momento se inició la implantación de lo que se ha liado en llamar el “modelo neoliberal”, surgido teóricamente en la Universidad de Chicago, e implantado a sangre y fuego en el país por la dictadura cívico militar. Las condiciones de represión que acompañaron el periodo permitieron que este modelo pudiese ser aplicado en su expresión más pura, sin ninguna de las restricciones que habrían surgido en cualquier régimen medianamente democrático.
Luego de esta experiencia pionera chilena, el modelo se extendió por el mundo que vive hoy día sometido a una de las más totalizadoras de las ideologías, que paradojalmente se defiende de sus numerosos críticos acusándolos de populistas, o demagogos movidos por motivaciones ideológicas. El neoliberalismo, parte de ciertos dogmas económicos elevados casi a la categoría de verdades reveladas e inmutables que terminan orientando el desarrollo de las distintas actividades humanas. El arte, el deporte y la cultura, por citar algunas de esas actividades humanas, han sufrido su embate al punto que se han transformados en negocios especulativos como ocurre por ejemplo en el deporte con las transacción de jugadores, o con el arte que debe competir para obtener financiamiento público o de las empresas privadas, o las universidades que deben buscar financiamiento vinculándose a la empresa privada, y con ello privatizando el conocimiento. Universidades , que bajo el influjo de organizaciones internacionales de comercio como la OCDE se han orientado a la formación de profesionales de acuerdo a los requerimientos empresariales, bajo el modelo de la formación por competencias, olvidándose, en gran medida, del carácter universal, libre y crítico que debe tener el conocimiento que se entregue en sus aulas.
Pero lo más significativo del embate de esta ideología es el intento de transformar al ciudadano en cliente o consumidor. Consumidor de bienes y servicios que se obtienen en el mercado, como la vivienda, la salud, la educación o la cultura. Cuando este consumidor o cliente potencial no es capaz de integrarse a este mercado, único asignador eficiente de recursos en la ortodoxia neoliberal, entonces acude en su auxilio el Estado, focalizando algunos subsidios monetarios que resolverán parcialmente esta incapacidad. El mercado es el árbitro absoluto de la sociedad, todo gira en torno a él y a sus cambios de estados de ánimo, porque, como todos hemos aprendido en estos años, él tiene alma, goza de sentimientos que muchos gurús son capaces de interpretar: por ejemplo se pone nervioso, se asusta o, a veces, expresa confianza. Sus estados de ánimo lamentablemente afectan al bienestar de los consumidores o clientes que así pueden ver disminuir sus fondos previsionales o encontrar barreras para acceder al trabajo o a un bien esencial como la salud y la educación.
Como somos clientes y no ciudadanos, la política se transformó también en un bien de consumo. En el camino perdió trascendencia como vehículo para transformar la sociedad y así uno podía asegurar que, aunque cambiaran los partidos que gobiernan, las políticas públicas seguirán inmutables. Los partidos así se vieron obligados, no a convencer a ciudadanos con programas transformadores, sino a atraer clientes potenciales con otros atributos. Por ejemplo, la juventud del candidato, su capacidad retórica, o su fotogenia. Por eso a veces se seleccionan “rostros” de televisión (nótese que son rostros no personas) deportistas famosos o cualquier individuo popular en algún ambiente alejado de la política. En muchos casos el candidato, para captar incautos debía ocultar cualquiera afiliación ideológica que pudiese alejar a un futuro cliente-votante. En ese escenario no eran los equipos técnicos programáticos los importantes, sino los publicistas los que podían asegurar los éxitos electorales. Y claro, esto exigía dinero, porque ya no había voluntarios entusiastas sino empleados a sueldo. Y aquí acudieron al rescate de la política para asegurar su intrascendente sobrevivencia, los siempre dispuestos financistas que invirtieron, no muy desinteresadamente por cierto, en las campañas políticas de todos los signos. De eso tenemos en Chile nutrida experiencia, desde aportes millonarios hasta modestos raspados de la olla.
Hoy el modelo empieza a crujir, justo en el país que fue ejemplo de su expresión más ortodoxa. Casi cincuenta años después de implantarse a sangre y fuego, muestra grietas estructurales que no parecen ser reparables. Y empezó a desmoronarse aceleradamente, justo cuando gobernaba una coalición que representaba más genuinamente sus postulados. Ya son muchos los que cansados de los abusos y de las desigualdades se aburrieron de ser tratados como clientes y exigen ejercer sus derechos de ciudadanos.
El estallido social de Octubre, producto de la acumulación de frustraciones e inequidades, se vio interrumpido por la pandemia, pero con ella el malestar social en vez de aplacarse se profundizó, porque el gobierno, que no aprendió nada en estos meses, respondió ante la emergencia ciñéndose a la más estricta ortodoxia neoliberal. El presidente creyó estar negociando con alguna asociación de clientes insatisfechos o de un sindicato de trabajadores, y fiel a su naturaleza de especulador, hizo ofrecimientos mezquinos que fue paulatinamente aumentando, como quien corta un salame a tajadas. No entendió nunca que estaba frente a un conjunto de ciudadanos crecientemente indignados que exigían ser tratados como tales y no como beneficiarios de algún programa de asistencia social.
Fiel a su tradición, el país diseñó un camino institucional para salir de la crisis política dando origen a una inédita Convención Constituyente paritaria y con relevante participación de pueblos originarios, que es observada con interés en el mundo.
Estamos finalmente en el camino, esperamos sin retorno, de recuperar nuestra condición de ciudadanos dejando atrás largas décadas en las que el poder dominante sólo nos consideró clientes, en una sociedad regida solo por las leyes inmutables del mercado.
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