
CREO EN LA POLÍTICA.
En la inauguración de la Fundación Horizonte, la presidenta Bachelet señaló: “creo en la política, en el valor de las artes más nobles que ha creado la humanidad. Tenemos que reivindicarla desde la práctica, porque sin política no hay búsqueda del bien común, no hay responsabilidades compartidas, no hay base de entendimiento”.
En los tiempos que corren, la afirmación de la presidenta Bachelet es desafiante.
A nivel mundial, los primeros dos decenios del siglo XXI han estado marcados por una creciente desconfianza en los políticos, el descrédito progresivo de la política como actividad y la desvalorización gradual y sostenida de la democracia como forma de gobierno.
Chile no ha sido la excepción; los bajos niveles de participación observados en los últimos años y la progresiva desafección de la ciudadanía en relación con la élite y el sistema político son una evidencia indiscutible de que la política está en crisis. Como señalara el Centro de Medición MIDE de la Universidad Católica, la desconfianza de chilenos y chilenas hacia quienes ejercen funciones de gobierno y hacia las instituciones políticas, y la retracción de los ciudadanos y ciudadanas hacia todo lo que tenga relación con la esfera pública, son la punta del iceberg de un problema aún mayor, la desafección generalizada con el funcionamiento mismo del sistema democrático de nuestro país.
¿Qué paso en Chile? Después de años de agotadora lucha por recuperar la democracia, todos teníamos responsabilidad en reconstruirla; pero erróneamente creímos que con el fin de la dictadura estaba todo logrado y no supimos dimensionar el alcance de los profundos impactos que el régimen autoritario había tenido en nuestra sociedad. Se han perdido sueños colectivos; generaciones que tenían miradas distintas acerca de nuestro futuro como sociedad y país hoy parecen desorientadas; y hay quienes hacen un esfuerzo intencional por desprestigiar la política y su rol en la búsqueda del bien común.
Es en este contexto que la afirmación de la presidenta Bachelet parece especialmente relevante y nos invita a reflexionar acerca de la política y nuestra relación con ella y explorar algunas de las causas de esta desafección.
El individualismo; más de 40 años de un sistema económico esencialmente capitalista, han dejado una huella profunda en nuestra sociedad. El modelo implementado en Chile por la dictadura y posteriormente agiornado por los gobiernos democráticos, es un modelo estructurado sobre la base del bienestar individual; en él, el bien común y la atención de las necesidades colectivas son vistos no como un objetivo en sí mismo conscientemente buscado, sino como una consecuencia indirecta del bienestar individual. En este esquema, la mayor parte de nuestra sociedad se ha visto influenciada por una mirada egoísta, centrada primordialmente en la búsqueda y satisfacción de intereses personales, en desmedro de una preocupación desinteresada por el bienestar de la sociedad como un todo.
La falta de un relato que motive; los partidos y movimientos políticos se han ido asemejando cada vez más a verdaderas agencias que manejan y protegen los intereses de ciertos grupos económicos y de poder o que administran carteras de empleos. En la mayoría de ellos, ya no es posible identificar una propuesta sólida y coherente de país o una invitación a soñar juntos un Chile mejor. En general, los partidos y movimientos políticos de hoy se mueven y deciden su actuar sobre la base del cálculo político electoral, dejando de lado aquellos sueños y anhelos que puedan implicar un riesgo. Los relatos se hacen y deshacen según lo dicten las encuestas; las prioridades políticas y sociales son en gran medida determinadas por las agendas de los medios de comunicación y no por las necesidades reales de la ciudadanía. ¿Cómo seguir un relato inexistente? ¿Cómo motivarse y comprometerse en torno a un potpurrí de propuestas cortoplacistas, muchas veces incongruentes y que cambian de semana en semana?
La falta de líderes en quienes creer y a quienes seguir; basta una rápida mirada al escenario político para concluir que Chile está seriamente afectado por una sequía de liderazgos. En su mayoría, quienes hoy aspiran a cargos de representación popular son creaciones y productos de las encuestas o se asemejan más a caciques y patrones de fundo, que a verdaderos líderes políticos. El relativismo ético y político de la mayoría de quienes aspiran hoy a dirigir los destinos de nuestro país es tan evidente, que la decisión de apoyar y seguir a alguno de ellos es más el resultado de un difícil y agotador ejercicio de descarte, que una espontánea motivación. Para seguir a un líder es necesario creer en él. Resulta hoy difícil creer en quienes se asemejan más a gerentes de parcelas políticas, que a líderes genuina y desinteresadamente preocupados por el bienestar de nuestra sociedad y especialmente de los más postergados.
¿Cómo culpar a la ciudadanía por estar desencantada con la política? ¿Cómo culpar a chilenos y chilenas por no sentirse llamados a luchar contra la marea, abandonando la visión individualista antes mencionada, para comprometerse con partidos, movimientos, líderes políticos y causas que muchas veces parecen carentes de contenido o que por su actuar resultan incongruentes?
La afirmación de la presidenta Bachelet y su compromiso por trabajar para reivindicar la política como actividad apuntan a uno de los problemas más graves que afectan hoy a nuestra sociedad.
Es de esperar que, en este gran desafío, exista la voluntad real por cambiar la forma de hacer política, sincerando identidades y asumiendo, sin miedo al costo político electoral, un diálogo directo, honesto y transparente con la ciudadanía; solo de esta manera se podrá dar inicio a una nueva relación con la política, reconquistando el interés por trabajar mancomunadamente por el futuro de nuestro país.
Tiene usted mucha razón, liderazgos sin ética ni conductas morales no pueden ser líderes…
El tema es cómo lograr que la ciudadanía pueda «descorrer el velo» de un sistema que alienta al individualismo, a «exitosos» y a triunfalismos faranduleros.
Recomponer la ética, la moral y las buenas conductas en la actividad pública, es indispensable para recrear liderazgos limpios y reales.