«En tiempos de deterioro intelectual y por sobre todo pérdida de valores, ética, moral y buenas costumbres en la sociedad, la cura, digo yo, está en que el ser humano, debe asumir un fuerte desarrollo espiritual y buscar comunión en una vida más colectiva, de la mano con valores como la solidaridad y humanismo y el respeto por la creación y el creador…»

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Crítica Literaria

El pasado jueves 10 de octubre, la Academia Sueca hizo pública su decisión relativa al otorgamiento del Premio Nobel de Literatura 2019. Como en el año anterior el galardón no fue otorgado en razón de un escándalo que afectó gravemente el prestigio de dicha entidad, ahora fue otorgado en conjunto a la narradora polaca Olga Tokarczuk y al escritor austríaco Peter Handke. Generalmente estas decisiones son cuestionadas tanto porque se discute la calidad del galardonado como por la forzada asignación según idioma, territorio, orientación política, etc., que hacen los académicos.

Respecto a Handke, el jurado fundamentó su decisión destacando su “genio y su ingenuidad lingüísticos que han explorado la periferia y la especificidad de la experiencia humana”. Sería todo.

Marzo de 2006. Muere en una prisión de La Haya, Slobodan Milosevic, quien gobernara Serbia y Yugoslavia entre 1989 y 2000. Presidente, devenido en dictador, fue acusado y condenado por “crímenes de guerra”. Fue sepultado en Pozarevac, cerca de Belgrado, con una escasa concurrencia. Ni su viuda ni sus hijos asisten pues, escondidos en Rusia se ocultan evitando la mano persecutoria de la justicia internacional. Entre los asistentes destaca el mencionado Handke quien lee un discurso fúnebre laudatorio del difunto.

El problema es que Milosevic ha sido catalogado como “uno de los mayores genocidas de la historia reciente”. En el conflicto balcánico surgido tras la etapa de desintegración de la vieja Yugoslavia del mariscal Tito, Serbia, por decisión personal de Milosevic, inició un proceso de “limpieza étnica” mediante el cual su Ejército oficial y sus milicias emprendieron una campaña de eliminación total de los musulmanes bosnios. Millares de seres humanos fueron cruelmente asesinados y la matanza de Srebrenica constituyó el punto culminante de este horror.

En su apología fúnebre, Handke relativizó y justificó lo sucedido.

¿Puede guardarse silencio sobre lo relatado?

Jennifer Egan, presidenta del Pen Club America, ha dicho: “Rechazamos la decisión de que un escritor que persistentemente ha puesto en duda crímenes de guerra minuciosamente documentados merezca ser celebrado por “su ingenuidad lingüística”.

El británico Hans Kunru  declaró: “Es un buen escritor que combina una gran profundidad con una ceguera ética abismante. Más que nunca necesitamos intelectuales que sean capaces de hacer una firme defensa de los derechos humanos”.

La novelista Joyce Carol Oates, manifestó: “¿Qué es esta simpatía hacia los verdugos y no hacia las víctimas? Resulta desconcertante para muchos observadores; no es del todo distinto del negacionismo del Holocausto”. 

El filósofo esloveno Slavoj Zizek expresó indignado: “Esto es Suecia hoy: un apologeta de crímenes de guerra”.

El filósofo francés Alain Finkielkraut: “Se trata de un monstruo ideológico. Esto es una locura total”.

El prestigioso diario The Times, de Londres, comentó: “Ha sido una decisión perversa…un insulto a las víctimas del genocidio”.

En los siguientes días, las opiniones condenatorias se irán multiplicando pero, de seguro, no faltará el “crítico” que sabiamente insistirá en que es necesario separar lo que es propiamente literario de las opciones políticas de los autores buscando, de esta manera, provocar la adecuada confusión.

Uno debe preguntarse: ¿La posible “gran calidad” justifica el “relativismo moral”? ¿Es lícito que justifiquemos a un médico que ha participado en crímenes y torturas con el argumento de que es un gran clínico y un excelente académico?

 Ese tipo de razonamiento, nos desliza, sin lugar a dudas, por el tobogán de la pérdida de todo sentido de conciencia ética. El problema de Peter Handke no es algo que nos sea ajeno. Al contrario. Hasta el día de hoy, no faltan, en nuestro propio entorno,  los que justifican las torturas y tormentos considerándolos como medidas necesarias e indispensables. Tampoco faltan, las políticas y políticos que, luego de asistir a misa y comulgar, justifican los crímenes y las desapariciones de personas en razón del “contexto”.

Es un tema que nos invita, por lo muy menos,  a pensar.

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