Cuidado, que vienen los bárbaros.
El miércoles 23 de marzo, fue asesinado el joven de 21 años Matías Vallarino Walther. El hecho ocurrió a la 1.15 horas de ese día en el Pasaje Tiziano de la villa Renacimiento, comuna de La Florida, Santiago.
El hecho criminal podría ser uno más de los centenares de homicidios que se cometen en el país, pero este caso tiene ribetes especiales. Vallarino conversaba esa noche con un amigo cuando sorpresivamente fueron asaltados. Los jóvenes agredidos optan por huir en diferentes direcciones. Vallarino procura esconderse de uno de los agresores y opta por saltar una verja de antejardín para ocultarse. La dueña de casa creyendo que se trataba de un intento de robo, activa las alarmas comunitarias, llegan ocho vecinos, detienen al agresor, lo maniatan y por lo menos cuatro de ellos proceden a darle muerte a golpes y patadas.
En el Liceo Comercial de Talcahuano, se desata un violento conflicto entre dos alumnas. El profesor de religión procura controlar una situación que se desborda. Una apoderada, ajena a las adolescentes enfrentadas, va a su casa, vuelve con un cuchillo, y apuñala por la espalda al docente.
Trabajadores de la salud son atacados violentamente mientras ejercen sus funciones por patotas que buscan imponer por la fuerza una prioridad que no les corresponde.
Se trata de casos paradigmáticos de los últimos días con los que, por ahora, culmina una grave secuencia de agresiones expresada en hechos ocurridos en Los Ángeles, Antofagasta, Valparaíso, Concepción, Coronel, Región Metropolitana.
¿Qué nos está pasando como país? ¿Cómo hemos podido llegar a estos extremos?
Los expertos podrán determinar hasta cierto punto los factores individuales y sociales que inciden en este tipo de actitudes y conductas ya generalizadas pero lo claro es que la autoridad del Estado como custodio del orden público e intérprete del bien común, se encuentra sobrepasada.
Hasta ahora las respuestas han sido paupérrimas, ineficaces y claramente demagógicas. Un presidente que promete “acabar con la fiesta de los delincuencia” pero que luego no es capaz de hacerse cargo de sus palabras, es el símbolo notorio de esta ineptitud.
La “pregunta del millón” tiene que ver con evaluar cuáles serían las respuestas posibles a esta cruda realidad que avanza día tras día.
La actitud de los sectores más privilegiados y conservadores de la sociedad radica en identificar a los victimarios identificándolos tenazmente con grupos de pobreza y de migrantes, y en la promoción sistemáticas de crecientes medidas de control y represión. Basta analizar las modificaciones legales de los últimos tiempos para constatar que prácticamente todas apuntan a una elevación de las penas privativas de libertad escabullendo el bulto a todo cuanto signifique elaborar y aplicar políticas sociales y culturales que vayan a la raíz de los problemas.
Si se quiere distribuir responsabilidades y asignar tareas básicas en la materia que permitan avanzar en la erradicación paulatina de la violencia que está destruyendo a la comunidad nacional, nos parece que, al menos, podrían considerarse los siguientes puntos:
- Educación. Implementación de un programa masivo extracurricular que supere los márgenes propios de las asignaturas, para enseñar a la niñez y a los adolescentes formas de identificar diferencias y métodos de diálogo y resolución de conflictos, incluyendo el adecuado análisis de situaciones que se presentan en el seno de sus propias familias o de la comunidad.
- Religión. Los grupos religiosos de diversa índole están de hecho presentes en amplios sectores de la sociedad pero su mensaje generalmente se expresa en aspectos rituales o simbólicos sin que contribuyan como bien podrían hacerlo a promover un ambiente de respeto a las personas y de resolución positiva de eventuales conflictos.
- Medios de comunicación social. La irrupción de las redes sociales, como reiteradamente se ha señalado, ha conducido a una polarización de la sociedad ofreciendo alternativas dicotómicas y maniqueas que excluyen y condenan la alternativa del diálogo y del acuerdo. Peor aún, la televisión, enfrascada en su tarea de subir algunos puntos en el rating, tiene por método exacerbar los enfrentamientos y reiterar hasta el cansancio las situaciones de violencia. Por su lado, los medios tradicionales de prensa – papel se han transformado en los portavoces de las actitudes de agresión verbal, injuria, denigración del adversario, usando al efecto cínicamente columnas de “comentarios” de partícipes que operan con nombres, fotos y domicilios falsos y que, curiosamente, se ven claramente coordinados.. Un enjuiciamiento crítico de la comunidad a todos estos actores podría incidir positivamente.
Por supuesto, hay muchos otros campos (partidos políticos, organizaciones culturales, entidades sociales) en que podría influirse. Lo planteado, es solo un inicio y una invitación al diálogo y al respeto.
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