«La verdadera grandeza no es tener poder, sino saber renunciar a él.» Gore Vidal

 

 

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DE CAPITAL HUMANO

Andrés Cruz Carrasco

Abogado. Doctor en Derecho (Universidad de Salamanca). Magister en Filosofía moral (Universidad de Concepción). Magister en Ciencias Políticas, Seguridad y defensa (ANEPE). Máster en Política Criminal (Universidad de Salamanca).

Hoy se concibe al Estado como una alternativa del mercado. No como un gestor de bienes públicos. El ciudadano pierde su calidad de actor soberano para ser visto como un “inversionista” o un “consumidor” que no forma parte del mismo cuerpo político en el que se comparte el ejercicio del poder y el uso de espacios, concibiendo experiencias comunes. Somos “capital humano” al que hay que domesticar, uniformar y colocar de manera eficiente a trabajar. Una pieza más del engranaje que debe ser formado para producir, para endeudarse, para ser buenos compradores y dóciles “clientes”. Nuestra instrucción se enmarca en objetivos destinados a mejorar nuestra condición de recurso que nos permita ser más elegibles. A evitar que nos “depreciemos”. Más vale estar bien entrenados, pero no ser cultos. No se busca el desarrollo de capacidades para ser un buen ciudadano, para mantener la cultura, conocer el mundo e imaginarnos otros formas de vivir juntos. Más vale el rendimiento, midiendo el conocimiento por los réditos o el retorno de la inversión. Una democracia es imposible que sobreviva si se construye sobre la base de una masa ignorante de personas, que podrán ser muy productivos pero carentes de toda capacidad de crítica. Esto se torna mucho más grave si pensamos en todos los medios de comunicación virtuales actualmente existentes. La cantidad de información que se tiene no es sinónimo de educación y sólo genera una ilusión de participación. Se reacciona a veces con indignación, pero sin base para proyectarse y crear alternativas reales. Alexis de Tocqueville hablaba de “despotismo delicado”, aquel en el que nos creemos vivir democráticamente, nos imaginamos libres, pero en el que somos manipulados por quienes son capaces de manejar que es lo que podemos o no saber. Para Aristóteles el vivir bien implica una enseñanza que va más allá de la preparación para sólo trabajar con fines de supervivencia. La mera vida o mera existencia, destinada a acumular bienes, se opone a vivir bien. Según Martin Heidegger, debemos distinguir el pensamiento calculador, el que sirve para “sumar y calcular, que no es un pensar meditativo, no es un pensar que piense en pos del sentido que impera en todo cuanto es”. Huimos de la reflexión meditativa, porque creemos que “no tiene utilidad para acometer los asuntos corrientes. No aporta beneficio a las realizaciones de orden práctico”. Nos quedamos encerrados dentro del corral junto al resto del rebaño, con más tecnología y repletos de datos que no sabemos procesar, desenvolviéndonos en una quimera en la que nos creemos ser soberanos de nosotros mismos.

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