DE FINANZAS Y DERECHOS HUMANOS
Hoy casi todos hablan de derechos humanos. Salvo algunos nostálgicos y otros que aunque no lo digan, siguen abrogando por las designaciones a dedo de las autoridades por parte de algún pequeño monarca centralista que les asegure mantener su pequeña e insignificante cuota de poder caudillista.
Cuando en 1948 se aprobó la Declaración de los derechos humanos en las Naciones Unidas se abrían las puertas para la esperanza por otros tiempos, luego de dos sangrientas guerras mundiales (que para muchos fue una sola gran guerra con una pausa). La idea de una paz que se proyectara se asomaba con fuerza. Íbamos a ser verdaderos hermanos, sin fronteras.
Sin embargo, todo era pura retórica, convencida o interesada, pero retórica al fin y al cabo, por cuanto esta declaración se hacía en el contexto de otras muchas guerras que eran la continuación de otras que se daban en todas partes del mundo, tal como ocurre hoy y que significaron que se levantaran murallas para separarnos. La tragedia, cuando toca a las potencias occidentales y hace que la muerte se desborde por las redes sociales y las cámaras de televisión, generan un efecto devastador, haciendo emerger la solidaridad y el horror. Pero si la imagen y los gritos de dolor provienen de seres humanos de otro color, con otras costumbres o cuyas indumentarias nos son ajenas, preferimos cambiar de canal. Allá ellos y sus problemas.
Aunque la angustia y las lágrimas puedan también estar a la vuelta de la esquina, hay quienes no dudan en usarlos para obtener algún beneficio político. Como un Presidente que se planta a realizar sus diatribas en la frontera de un país sumido en la desesperación, para ganarse un par de minutos en el “prime time” y los titulares de algún periódico. Sin embargo, cuando de brindar ayuda efectiva se trata, en lugar de facilitar, parece entorpecer todo flujo migratorio de quienes, siguiendo el camino de la esperanza que les fue ofrecido por el mismo sujeto, se encuentran con una pared burocrática que desilusiona al constatar que todo no era más que un engaño. Cinismo puro del que se desprende como hay quienes son capaces de aprovecharse del dolor de otros simplemente para rentabilizar algún provecho. No era entonces altruismo ni el compromiso con la democracia ni con los derechos humanos lo que movió tanta palabrería y gesto vacío, fue la miseria del egoísmo que una vez más hace evidente que el objetivo perseguido por algunos no es el bien común. Es la rentabilidad a cualquier costo por los que ven en todas partes sólo “oferta y demanda” y manifestaciones de “lucro”, cualquiera que sea el producto que se “coloca” donde sea, aunque sea en el servicio público, con tal de seguir la lógica bursátil de ganar y ganar, aunque sea sin valores éticos.
Qué bueno señor su artículo impecable!
Muy concreto, muy claro, argumentación y razonamiento de una coherencia sólida.
FELICITACIONES