
DEMOCRACIA
Todos reclaman la democracia. Incluso, los pocos que la repudian, hablan de ella, ya que no toleran estar relativamente en las mismas condiciones que el resto de la chusma en un acto como el voto. Son los mismos cuyos orígenes pertenecen a aquella casta de privilegiados que no hace mucho tiempo se oponían tenazmente al sufragio femenino, que hoy se muestran como fervientes “demócratas”, pero que sólo ayer guardaban silencio ante la tortura, el secuestro, el asesinato, la persecución y la censura de quienes pensaban diferente. Para Michelangelo Bovero, “Democracia es sencillamente una palabra. Es una de las palabras que más han padecido una situación inflacionaria en el lenguaje común, a tal grado que corre el riesgo de convertirse en una palabra vacía”. Para que podamos referirnos a la democracia más allá de una simple palabra que padece en boca de muchos, hay que reconocer un proceso en el que las decisiones se tomen sobre la base de la libertad y la igualdad políticas. En un sistema democrático se debe avanzar en el reconocimiento de los derechos de sus ciudadanos y nunca retroceder, menos sacrificando unos derechos para que se alcen otros. Las libertades deben reconocerse no sólo formalmente, para que existan más allá de estar estampadas en un pedazo de papel, como para tranquilizar algunas conciencias o para anestesiar los gritos de quienes las reclaman. Hay que darles vida, es decir, dotarlas de emoción, para que se ejerzan de verdad. De no ser así, en lugar de ser derechos universales, bastaría raspar un poco para encontrarnos ante privilegios conferidos a quienes han detentado y siguen concentrando el poder. Bovero señala que existe un mínimo de derechos que deben estar garantizados para todos, “por ejemplo, el derecho social a la educación pública gratuita y el derecho a la subsistencia, es decir, a gozar de condiciones materiales que vuelvan a todos los individuos como tales, capaces de ser libres, y no los empujen a alienar su propia libertad al mejor postor”. Cuando se constata que existe una coincidencia entre quienes pertenecen a la elite política, a la elite económica y a quienes concentran los medios de comunicación, difusión de ideas y educación, si son los mismos que no toleran ninguna renovación, el término democracia no es más que un bello vocablo más, de entre muchas utopías que se desean o que algunos ilusos creen vivir, cuando no se trata más que de una quimera, cuya forma y ejercicio depende de quienes la manejan con arreglo a sus intereses, que se ha degenerado por la calidad de quienes hemos permitido se anquilosen en el ejercicio del poder político.
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