
DESOBEDIENCIA CIVIL O SIMPLE VANDALISMO
El viernes 4 de octubre recién pasado el gobierno del presidente Piñera anunció un alza de 30 pesos en el costo de los pasajes de metro; la decisión fue recibida con gran malestar por importantes sectores de la población de Santiago. El lunes 7 de octubre la medida entró en efecto, dando lugar a un movimiento de protesta que se materializó en una llamado a la evasión por parte de los usuarios de este medio de transporte; “evadir, no pagar; otra forma de luchar” gritaban quienes manifestaban su descontento con esta decisión. Estas acciones, que comenzaron en forma aislada, fueron adquiriendo fuerza durante la semana, para terminar el viernes 18 de octubre, transformadas en masivas acciones de evasión y protesta que afectaron casi la totalidad de la operación del sistema de transporte del Metro forzando su suspensión temporal por el fin de semana. Frente a estas acciones, consideradas como desobediencia civil por algunos y actos de simple vandalismo por otros, el gobierno procedió a hacer uso de la fuerza pública, la criminalización de quienes fueran sorprendidos evadiendo el pago del pasaje, la utilización de la Ley de Seguridad del Estado y la declaración del estado de emergencia en las provincias de Santiago y Chacabuco, y en las comunas de Puente Alto y San Bernardo en la Región Metropolitana.
Cuando hablamos de desobediencia civil es importante remitirnos a lo que algunos autores han escrito sobre ella. Si bien Henry Thoreau no es el creador de este concepto, ya que sus orígenes parecen remontarse al hinduismo, es sí considerado uno de los primeros pensadores en profundizar sobre la desobediencia civil, y sus planteamientos tuvieron una importante influencia en líderes como Gandhi, Martin Luther King y Tolstoy.
Según Thoreau, la desobediencia civil es un instrumento de movilización y protesta contra el poder establecido o contra un acto de este que es considerado injusto; la desobediencia civil es también un acto de concientización a través del cual, quienes protestan, persiguen influir en la sociedad en la que están inmersos con la intención de sumarlos a su causa; y finalmente, la desobediencia civil es un acto con un alto contenido simbólico de denuncia pública, ya que a través de la protesta en contra de un acción particular de la autoridad, se pretende demostrar un desacuerdo para con un sistema o política determinada.
Thoreau señala además que la desobediencia civil es en esencia no violenta, encontrando su fortaleza en la intensidad y compromiso de quienes la ejercen y no en la agresividad con la que se manifiestan sus acciones. La desobediencia persigue objetivos concretos, alcanzables, fáciles de entender y que al generar empatía atraen el apoyo activo de importantes sectores de la sociedad. Si bien puede surgir de manera espontánea, tiende a organizarse de manera colectiva para coordinadamente aumentar su eficacia; es capaz de sostenerse en el tiempo al obedecer a un acto consciente e intencional y encuentra parte de su fundamento en una suerte de ética superior, que busca mejorar los niveles de justicia e igualdad en la sociedad en que vivimos.
Según el filósofo alemán Jurgen Habermas, la desobediencia civil es el recurso del que dispone la sociedad civil periférica para manifestar su disenso frente a situaciones de injusticia y cuando su clamor ha sido reiteradamente desatendido por quienes detentan el poder. El desobediente, según Habermas, busca formas alternativas no convencionales de participación, lo que no implica que este sea un antidemócrata sino que por el contrario, un demócrata radical. La desobediencia civil, según este autor, implica actos ilegales y públicos, que hacen referencia a principios que son esencialmente simbólicos y que a través de formas no violentas, apelan al sentido de justicia de la población. La desobediencia seria entonces “la manifestación de la autoconciencia de una sociedad que se arroga la potestad de reforzar la presión que la opinión publica ejerce sobre el sistema político, hasta el punto de que este no puede sino que optar por neutralizar la decisión que es considerada injusta”.
John Rawls, filósofo liberal, sostiene que la desobediencia civil es “un acto público no violento, consciente y político, contrario a la ley, cometido habitualmente con el propósito de ocasionar un cambio en una ley o en un programa de gobierno” que es considerado injusto. La desobediencia busca entonces provocar una reflexión colectiva acerca de un hecho estimado injusto, con el objetivo de concientizar y generar un movimiento de cambio. La desobediencia apela al sentido de justicia que existe implícitamente en la mayoría de la sociedad y para su eficacia se sitúa en los límites de la fidelidad a la ley; entendiéndose lo anterior como la decisión a nivel individual y colectivo de violar la ley, y al mismo tiempo mantenerse fiel a ella. Las acciones de desobediencia civil se realizan de manera pública y consciente y con la voluntad manifiesta de aceptar las consecuencias legales de la propia conducta.
Según Rawl, existe la posibilidad de una “radicalización de la desobediencia civil, hasta llegar esta a adquirir formas violentas”; lo anterior como resultado de la negativa de las autoridades a atender las demandas de los “desobedientes que reclaman por leyes injustas”. Según Rawl esta situación extrema no deslegitimiza las acciones de desobediencia, ya que la responsabilidad de su radicalización no recaería en quienes protestan sino que en quienes hacen abuso de su poder y autoridad, “porque utilizar el aparato coercitivo para mantener instituciones injustas es una forma de fuerza ilegítima a la que los hombres tienen derecho a resistirse”.
En el contexto descrito, ¿Es el llamado realizado a una evasión masiva un acto vandálico?
Este llamado ha sido formulado de manera concertada y pública, con características masivas no violentas, y buscando un objetivo concreto acotado a una decisión de la autoridad que se considera injusta, y que sin embargo transciende hacia lo político, al manifestar también una grave disconformidad con los criterios de justicia y equidad utilizados en la toma ciertas decisiones.
Los usuarios del metro deciden entonces, frente a una situación estimada como injusta, tomar un rol activo, expresando con firmeza, por medio de acciones de desobediencia y a través del ejercicio de su derecho ciudadano, su descontento con una medida considerada ilegitima. Es una respuesta frente a una situación límite, en que la ciudadanía manifiesta una frustración acumulada para con las autoridades, los partidos y movimientos políticos, por una injusticia crónica, la falta de empatía frente a la desigualdad social y la nula sensibilidad frente a los apremios que diariamente la afectan.
Es cierto, han ocurrido algunos hechos de violencia, altamente publicitados por el gobierno y los medios de comunicación; estos hechos son lamentables. Sin embargo, la ocurrencia de estos hechos, que afectan la eficacia y efectividad de la protesta, no afectan la validez y legitimidad del acto de desobediencia civil. Por el contrario, estos hechos evidencian la complejidad del problema y debieran ser un llamado a las autoridades, partidos y movimientos políticos, a escuchar seriamente el reclamo de la población, reflexionar en profundidad acerca de las reales causas de este estallido social y reaccionar aportando soluciones al problema de fondo y no sólo sobre reaccionar con la fuerza de la ley y el aparato policial.
El acto de evadir es entonces una legitima manifestación de desobediencia civil, contra no sólo el alza del costo del pasaje, sino que, contra la violencia social implícita que esta decisión conlleva. El acto de protesta contra el alza del pasaje, es en realidad un acto de desobediencia civil de alto contenido simbólico, ya que a través de él se manifiestan años de desesperanza y frustración por los bajos salarios, la grave precariedad del sistema de pensiones, las insuficiencias del sistema de salud, la creciente desigualdad que se observa en Chile, los desequilibrios groseros en el sistema de justicia en que mientras aquellos cercanos al poder político y económico evaden y se coluden sin tener que pagar por ello, la gran mayoría de los chilenos es medido con una vara distinta. Los llamados a la evasión masiva son entonces un claro acto de desobediencia civil del Chile real, cansado hasta el hartazgo de la falta de respuesta por parte de quienes viven en un Chile que parece virtual.
Rawls, Thoreau y Habermans dejalos para algún ramo de universidad. No hay que marearse tanto para explicar algo tan sencillo, menos vueltas se da un perro antes de acostarse.
El poder soberano del Estado reside en el pueblo chileno, en la ciudadania toda.
Este poder se lo hemos «»prestado»», delegado momentaneamente a las actuales autoridades, a saber, este presidente, senadores, diputados y poder judicial para que velen por nuestras necesidades habidas y por haber.
Cuando lo anterior no se cumple, cuando lo anterior se le niega al pueblo, cuando lo anterior es pisoteado por la «autoridad», el verdadero dueño del poder que emana del estado chileno, o sea la ciudadania tiene todas, repito «todas» las facultades de exigir que el poder y la autoridad de las acciones le sean devueltas.
Aqui no hay desobediencia civil, aqui lo que hay es democracia en estado puro, algo primitiva en algunos aspectos, pero democracia pura y viva al fin de cuentas.
Como se lee en la revista » Condorito «, «que muera el roto quesada». Entonces a lo que debes apuntar directamente en tus artículos es apuntar directamente a todos los «rotos quesadas» que hay en este pais.
«El gran mantel»
Pablo Neruda.
Cuando llamaron a comer
se abalanzaron los tiranos
y sus cocotas pasajeras,
y era hermoso verlas pasar
como avispas de busto grueso
seguidas por aquellos pálidos
y desdichados tigres públicos.
Su oscura ración de pan
comió el campesino en el campo,
estaba solo y era tarde,
estaba rodeado de trigo,
pero no tenía más pan,
se lo comió con dientes duros,
mirándolo con ojos duros.
En la hora azul del almuerzo,
la hora infinita del asado,
el poeta deja su lira,
toma el cuchillo, el tenedor
y pone su vaso en la mesa,
y los pescadores acuden
al breve mar de la sopera.
Las papas ardiendo protestan
entre las lenguas del aceite.
Es de oro el cordero en las brasas
y se desviste la cebolla.
Es triste comer de frac,
es comer en un ataúd,
pero comer en los conventos
es comer ya bajo la tierra.
Comer solos es muy amargo
pero no comer es profundo,
es hueco, es verde, tiene espinas
como una cadena de anzuelos
que cae desde el corazón
y que te clava por adentro.
Tener hambre es como tenazas,
es como muerden los cangrejos,
quema, quema y no tiene fuego:
el hambre es un incendio frío.
Sentémonos pronto a comer
con todos los que no han comido,
pongamos los largos manteles,
la sal en los lagos del mundo,
panaderías planetarias,
mesas con fresas en la nieve,
y un plato como la luna
en donde todos almorcemos.
Por ahora no pido más
que la justicia del almuerzo.