
EDITORIAL. Civilización y Barbarie
Los términos señalados en el encabezamiento de este análisis editorial están escuetamente definidos en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua.
Civilización: Estadio cultural propio de las sociedades humanas más avanzadas en ciencias, artes, ideas y costumbres.
Barbarie: Rusticidad, falta de cultura, fiereza, crueldad.
Sin embargo, los conceptos antes señalados reflejan solo muy parcialmente el verdadero sentido de ambas expresiones. La existencia del ser humano sobre la tierra ha estado transcurriendo siempre en un mar de vicisitudes, de avances y retrocesos, al extremo que hoy nos espantan las conductas salvajes de pueblos primitivos ya sea para castigar al adversario o ya sea para adorar a sus dioses. Las convicciones religiosas muchas veces dejaron de ser una fe que nos relacionaba con el Ser Superior y nos comprometía con el respeto a nuestros semejantes, para devenir en fanatismos ciegos siempre dispuestos a imponer por la fuerza, la tortura y la muerte las convicciones propias a los demás.
La historia está plagada de innumerables hechos vergonzosos no solo de un pasado remoto y primitivo sino de épocas que consideramos avanzadas. La propia Iglesia Católica, eje de la cultura occidental, registra en sus anales el baldón de sus juicios y condenas inquisitoriales, en que sus implacables torquemadas traicionaban la esencia del mensaje evangélico.
Durante los últimos cien años, tanto los países avanzados como otros más atrasados. han visto persecuciones y matanzas inmisericordes. Las huellas de los crímenes del nazismo, del fascismo, del estalinismo, de la “revolución cultural” china, de los genocidas de Camboya, constituyen estigmas que no se olvidarán fácilmente por su elevado número de víctimas. Pero los casos son muchos más. Decenas de dictaduras en todo el mundo han hecho y siguen haciendo su aporte de inhumanidad.
El quid del asunto radica en el hecho de que el avance del progreso civilizatorio no está definido por la habilidad de una sociedad para construir grandes edificaciones o elevar magníficos monumentos ni por sus adelantos científicos y tecnológicos, sino por su capacidad de hacer más humano al ser humano lo que implica hacerle más respetuoso con sus semejantes, con las demás especies y con el medio en que se desenvuelve.
Hace poco tiempo, contemplamos la invasión de las tropas rusas sobre Ucrania con el fin declarado de anexarse parte de su territorio. La cifra de muertos ya no se actualiza por parte de las agencias de noticias que solo apuntan a la destrucción de escuelas y hospitales. Hoy, en estos mismos días, el ataque de Hamas al Estado de Israel reaviva un conflicto sempiterno y, entre el ataque y las represalias, se contabilizan ya más de cuatro mil muertos. Estas víctimas no son ni los líderes del terrorismo ni los señores del poder y de las armas, quienes siempre permanecen a buen recaudo, son niños, mujeres, ancianos, población civil en general sorprendida por la fiereza y la brutalidad del enemigo.
Muchos milenios han transcurrido desde que el ser humano está sobre la tierra pero el salvajismo y la brutalidad siguen campeando. Las bestias y alimañas matan para comer y subsistir. El ser humano mata, asesina, para satisfacer sus afanes de riqueza, poder y dominio.
Miles de millones de personas quieren la paz por sobre los caminos de violencia de minorías fanatizadas. Pero la construcción de la paz exige justicia. ¿Seremos capaces de asumir esa tarea?
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