EDITORIAL. ¿Condenados a ser un país amargo?
Se ha destacado reiteradamente que en el ejercicio de una democracia liberal en forma, que transita por períodos de optimismo y depresión, siempre las elecciones periódicas representan una oportunidad para que la ciudadanía haga una evaluación de la situación de un país, ya sea descargando sus frustraciones y desesperanzas, ya sea ilusionándose en la confianza de que vendrán tiempos mejores.
A decir verdad, la realidad nacional se muestra desacoplada de ese dilema tan extremo, ya que se proyecta y visualiza solo en la perspectiva de un porvenir incierto, configurado por la conjunción de una serie de factores negativos que condicionan nuestra mente, nuestros sentimientos, nuestras actitudes. No hay duda alguna en cuanto a que vivimos en una sociedad tremendamente fracturada, respirando un aire contaminado de odiosidades, en un ambiente que está muy lejos de buscar acuerdos para lograr avances significativos con visión de un futuro mejor, sino que, por el contrario, busca exacerbar los desencuentros pensando que “mi victoria” pasa por el aplastamiento del que sustenta opiniones discrepantes. Romper la inercia que nos tiene inmovilizados para escapar de la trampa paralizante en que estamos enredados, requiere una voluntad, un esfuerzo, un sacrificio colectivo. Lograr eso requiere, a su vez, un sentido profundo de equidad y de justicia de tal manera que los sectores más deprivados y marginados se sientan actores y beneficiarios de este proceso y no meros peones al servicio del enriquecimiento de terceros.
Dar vida a una nueva cultura basada en el respeto y la solidaridad, requiere como condición avanzar urgentemente hacia una nueva institucionalidad para que las personas encuentren en el Estado y sus autoridades el liderazgo y los medios necesarios para la participación activa de la sociedad en la construcción.
En toda democracia que responda a los parámetros que la definen, las colectividades políticas son la herramienta clave para expresar el quehacer ciudadano, pero, lamentablemente, en nuestro país el sistema de partidos se encuentra hoy absolutamente degradado. Una treintena de agrupaciones constituidas o en formación con niveles de participación interna ínfimos, girando en torno a los intereses particulares de sus parlamentarios, incorporando periódicamente candidatos independientes a sus plantillas de candidatos sin ningún real compromiso con objetivos comunes, son factores que destruyen la gobernabilidad y hacen imposible lograr avances positivos.
Las votaciones de los días 26 y 27 de octubre, seguramente nos permitirán comprobar los síntomas de la decadencia estructural a que hemos aludido. En doce meses más, las elecciones presidenciales y parlamentarias constituirán un evento que puede afectar gravemente el manejo razonable de los intereses públicos a lo menos por el próximo cuadrienio. Si quienes hoy manejan los hilos del poder político no se muestran dispuestos a hacer efectivas dentro de este plazo las reformas ineludibles que el país reclama, las consecuencias pueden ser funestas. Seguiremos empantanados, frenaremos toda posibilidad de progreso social y económico y estaremos abriendo las compuertas a la demagogia y a los populismos con consecuencias inimaginables.
Vayan mis felicitaciones para el equipo de La Ventana Ciudadana, por hacernos saber públicamente que nuestro país está condenado a ser un País Amargo, debido a la politiquería corrupta, dañando el futuro de nuestra ciudadanía chilena.
Esta clase de información no es publicada en los periódicos regulares, que verdaderamente están controlados por millonarios, y que nunca les ha importado la Clase Media ni los pobres existentes en nuestro país. Por esa razón LA VENTANA CIUDADANA ha llegado a ser un periódico semanario Penquista leído no solamente en Chile, sino que también en varios países alrededor del mundo.
Mis sinceras felicitaciones para el equipo de La Ventana Ciudadana por demostrarnos la gran validez de este semanario.