
Editorial: El día después de mañana
En reiteradas oportunidades, hemos señalado que la llegada a la madurez de un sujeto está marcada por su capacidad de medir, de prever, de pre- ver, las consecuencias de sus actos. Esta afirmación es fácilmente comprobable con la evolución de la infancia. Desde una etapa primaria en que la niña o niño asume conductas de riesgo, como escalar en un lugar peligroso o jugar con un objeto cortante o punzante, hasta un nuevo paso en que ya ha sufrido, o ha visto sufrir a sus amigos o compañeros, costalazos y lesiones dolorosas, hay no solo un mero transcurso del tiempo sino una toma de conciencia de lo que puede suceder de un momento a otro.
Lo dicho anteriormente comprende no solo a cada persona individualmente considerada sino también a las entidades o grupos sociales orgánicos e inorgánicos.
El estallido social del 18 –O es, a este respecto, un caso típico. El alza tarifaria del metro capitalino deriva en pocas horas en una evasión generalizada del pago de pasajes, en el incendio de múltiples estaciones y en una protesta masiva en que millones de personas se vuelcan a las calles urgiendo la solución de variadas demandas largamente insatisfechas. Muertes, graves lesiones, atropello a los derechos humanos, constituyen la secuela de manifestaciones nefastas que saquean bienes privados, destruyen toda clase de bienes públicos y dejan un reguero vergonzoso de daños. ¿Quién lidera la turbamulta? ¿Qué se exige con tal nivel de violencia? Si se trata de remover o destituir a determinadas autoridades ¿Para qué? ¿Quién las reemplazará? ¿Cuál será la tarea a cumplir por estos anónimos y descontrolados nuevos gobernantes? Ciento cincuenta días no han dejado nada claro, absolutamente nada. La justicia de las demandas no puede privarnos de la responsabilidad en la seriedad y viabilidad de las respuestas
El caluroso verano hizo amainar la tormenta. Y cuando todo el mundo esperaba la acción de nuevos pelotones de ataque, irrumpió un enemigo sorpresivo: el corona virus o Covid-19. La infección, originada en la ciudad de Wuhan, provincia de Hubei, República Popular China, se expandió por diversos países del planeta, con diferentes niveles de virulencia, siendo particularmente afectadas naciones como Italia y España, importantes receptoras de turismo. La eficacia de las medidas adoptadas ha sido variada, pero al menos China no ha presentado nuevos casos a partir del jueves 19 pero Italia ha sido la nación más victimizada.
Obviamente, sería poco serio apreciar críticamente las respuestas que se han dado, tarea que corresponderá a los especialistas en su oportunidad. Sin embargo, un análisis de todos los hechos que a nivel mundial y nacional han configurado el marco social de una crisis grave que ha sido vista exclusivamente como de carácter sanitario, nos debiera obligar a mirar la coyuntura con otros ojos. ¿Será necesario revisar nuestras instituciones y nuestras formas y hábitos de vida procurando alcanzar mayores niveles de equidad y de respeto mutuo para todas las personas?
Edouard Philippe, primer ministro francés, ha advertido: “La pandemia provocará un frenazo poderoso, masivo, brutal a nuestra economía y nos obligará a transformar nuestros hábitos de vida”. Científicos galos han dicho: ”El minúsculo virus está en vías de provocar estragos devastadores nunca vistos en nuestras sociedades”.
La nota de advertencia está. Pero ¿servirá de algo? Queremos creer que la infección (tal como el estallido social) es sorpresiva pero ello no es así. Investigadores de la Universidad de Hong Kong que estudiaron el Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS), en 2007 ya habían detectado 36 tipos diferentes de cepas y apuntaron a sus causas: Destrucción del hábitat natural de los animales salvajes que los impulsa hacia las poblaciones humanas; el aumento explosivo del consumo de animales salvajes exóticos; y el incremento masivo del transporte aéreo. Concretamente, se trata de la deforestación, de los cambios del uso del suelo, de la destrucción de humedales, de la explotación de animales salvajes y de la creciente demanda de productos de origen animal. Detrás de eso, está el incesante afán de lucro y el lujo exhibicionista de los privilegiados, muestras palpables de una humanidad que ha perdido el sentido de sus vidas.
La crisis, como dijimos anteriormente, no es meramente sanitaria. Es económica, financiera, social, política y humana. En una palabra, es una crisis antropológica que volverá a repetirse cada cierto tiempo con consecuencias imprevisibles en materia de consumo, trabajo, relaciones interpersonales.
Vivimos en un mundo que se da el lujo de comercializar billones de dólares anualmente en armamentos pero que carece de recursos para combatir el hambre y la pobreza, las enfermedades de destrucción masiva, el analfabetismo, las migraciones y todas las plagas que asuelan el planeta.
Las crisis, al menos etimológicamente, son oportunidades.
Después de miles de años de avance civilizatorio ¿Seremos capaces de construir respuestas que impliquen el avance hacia formas de vida más dignas y más humanas?
Es así como se comenta en el Editorial, sin duda alguna. Esta situación de deterioro por la que atraviesa el mundo no es reciente; se viene advirtiendo con firmeza desde hace ya unos 60 años, pero nadie le ha hecho (ni le hace) caso a las numerosas advertencias. Pero todo comenzó muy lenta e imperceptiblemente cuando nuestro cuadrúpedo antepasado primate se bajó de los árboles y se transformó en bípedo. A pesar de todo, a pesar de este nuevo virus y la pandemia, todos quieren seguir con el mismo sistema que ha causado este caos que va en crecimiento exponencial. Puede ser esto la venganza de Gaia.