
Editorial: Entre pandemias y pandemónium
La pandemia es un concepto de medicina social. Refiere a una enfermedad infecciosa que se extiende a muchos países o a un alto número de individuos.
El Covid 19, cuya acción contagiosa ha llegado virtualmente a naciones de todos los continentes, ha marcado un hito insuperable, develando la superficialidad e insensatez con que importantes mandatarios han actuado frente a un problema de marca mayor. Su descriterio ha significado miles de víctimas fatales que en muchos casos pudieron ser evitadas, y los muertos pasaron a constituir una mera cifra estadística que no refleja las innumerables tragedias personales y familiares que se esconden tras los informes y vocerías oficiales.
Existe conciencia generalizada en cuanto a que la llegada de esta enfermedad era algo absolutamente imprevisto de tal forma que los diversos gobiernos enfrentaron el problema mediante acciones de ensayo y error, habiéndose incurrido con frecuencia en equivocaciones que debieron ser corregidas día a día para ir adecuando las medidas impuestas por la autoridad a la evolución que en la realidad presentaba la propagación del virus.
En el caso de Chile, el análisis es muy complejo.
Hay hechos de la causa que por ahora parecen incuestionables. La infección llegó al barrio alto de la capital y desde ese sector, el más acomodado del país, se expandió por la metrópoli y todo el territorio. El Gobierno trató de minimizar su gravedad, con frases cargadas de soberbia que estaban destinadas tanto a mostrar la eficacia de su gestión como a buscar la propia recuperación de la actividad económica. El llamado Comité de Brote constituido en enero, y que incorporaba a sociedades científicas relevantes (Epidemiología, Infectología, Medicina Intensiva, Urgenciología) dejó de funcionar por instrucciones verbales del ex ministro Mañalich. Datos importantes fueron ocultados sistemáticamente lo que ha quedado constatado en la investigación que lleva a cabo el Ministerio Público y que se sustenta en declaraciones de los propios funcionarios y entidades de las mismas oficinas de esta secretaría de estado. La abrupta negativa del actual ministro París a entregar antecedentes internos fundada en razones de seguridad nacional, resulta a todas luces incomprensible. En breve síntesis, el país pasó a situarse en la banda superior de las naciones afectadas tanto en contagios como en defunciones por millón de habitantes. Pretender que pesquisar lo sucedido es una investigación de carácter político constituye un dislate que ofende la inteligencia ciudadana.
Por su lado, en este océano crítico, los partidos de la oposición han dado sucesivas clases magistrales acerca de lo que no se debe hacer en política sobre todo en momentos álgidos de la vida nacional. Colectividades carentes de liderazgos intelectuales y morales destacables, enfrascadas en peleas barriales, promoviendo proyectos de ley de menor cuantía y acusaciones inoportunas, en cerca de un año ras el acuerdo por la paz social y medio año de pandemia, han sido incapaces de construir una pauta de trabajo sobre los temas fundamentales que deben ser abordados en el proceso constituyente. En este clima de mediocridad, las iniciativas parlamentarias más audaces están orientadas a permitir que quienes quedaron imposibilitados para repostular a sus cargos conforme a un proyecto que perseguía la renovación política, queden ahora habilitados para acceder a funciones similares borrando con el codo lo que acaban de firmar con la mano.
Mientras la casta política – que, sin duda, cuenta con algunas valiosas excepciones – no sea capaz de entender que la elaboración de un nuevo documento constitucional requiere imperiosamente la participación activa de los ciudadanos para concretar con responsabilidad un texto serio, justo y equilibrado, simplemente estaremos arando en el mar. Muchos caciques se esfuerzan por hacer creer que una nueva carta fundamental solucionará por arte de birlibirloque los problemas del país y eso, obviamente, no responde a la realidad.
Al efectuar el “test de la blancura” cabe formular la pregunta del millón: ¿Algún partido político ha convocado en este tiempo a sus propios militantes, a las organizaciones sindicales, vecinales, profesionales, ambientalistas, …a un trabajo de reflexión sobre los contenidos y aspectos centrales que están en juego al elaborar una normativa de esta naturaleza?
El proceso constituyente debiera ser una tarea de pedagogía social, que invite a las personas a superar la escuela del individualismo y a reflexionar colectivamente sobre las aristas que demarcarán la sociedad que queremos,
El diccionario define el término pandemónium como la “capital imaginaria del reino infernal” o, alternativamente, como el “lugar en que hay mucho ruido y confusión”. Y ese es el clima en que estamos viviendo.
¿Seremos capaces de pasar de la democracia formal a una democracia real y participativa?
Si la respuesta fuere positiva, ahora es cuándo.
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