«No podemos resolver la crisis climática sin cambiar nuestra relación con la naturaleza y con nosotros mismos.»

Naomi Klein.

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EDITORIAL. La Democracia bajo amenaza.

Equipo laventanaciudadana.cl

Periodismo ciudadano.

Si se pide a los ciudadanos una identificación de la Democracia con algún hecho o signo concreto de la vida cívica, lo más probable es que una inmensa mayoría la asemeje con la realización de elecciones. Si se les presiona para afinar los alcances de este término, es posible que un fuerte porcentaje coincida en afirmar que éstas deben ser libres y con pluralidad de candidatos.

Pero, la verdad es que tales respuestas solo reflejan una parte importante pero meramente formal de un régimen político y no apuntan a los elementos sustantivos que constituyen su esencia y que debieran nutrir su existencia.

No se trata únicamente de entenderla como el gobierno de las mayorías con el debido respeto a los derechos de las minorías, sino de visualizarla, realizarla y ejercerla como una forma de vida. En buenas cuentas, la vida democrática implica una cultura, un constructo social, que debiera vivirse en cada una de las fases de la existencia y convivencia de las personas.

La democracia liberal conlleva una gama significativa de exigencias que permite juzgarla decidiendo si cumple o no con los requisitos que la validan como tal. Concretamente, para ser apreciada como tal debe considerar un amplio derecho al ejercicio de las libertades personales o grupales, no solo políticas sino también sindicales, educacionales, religiosas, etc.; autonomía de los poderes del Estado, con real independencia, esto es sin subordinación de uno sobre otro; plena libertad de expresión; renovación de las autoridades políticas mediante elecciones periódicas, con voto secreto e informado…

Tales condiciones permiten precisar si un régimen de gobierno es o no una democracia. Así, en el caso concreto de Venezuela se hace evidente que ese país está tremendamente alejado de tales parámetros, lo que no puede desconocerse ni con el aplauso otras dictaduras ni con las neuróticas injurias de Maduro y sus adláteres.

Si queremos apuntar a lo sustantivo, a lo valórico de la democracia, es forzoso señalar que un sistema político es tal en la medida en que permite la realización efectiva de los derechos humanos. La historia nos ha permitido conocer las experiencias nefastas de los llamados “socialismos reales” que vestidos con el disfraz de “democracias populares” implantaron gobiernos autocráticos cuyos crímenes, abusos y atropellos fueron confesados por sus propios dirigentes. A quienes, cegados por su ideologismo dogmático, sienten nostalgia por una utopía que fracasó, sería bueno preguntarles si ellos estarían satisfechos de vivir bajo similares condiciones pero aplicadas por gobernantes de signo contrario.

Si una sociedad no asume que tiene “derecho a exigir el respeto pleno de los derechos fundamentales”, está permitiendo que la esencia misma del régimen democrático vaya siendo socavada. Por lo tanto, es imprescindible que la vivencia de la cultura democrática se manifieste en todas las actividades en que se desenvuelve nuestra vida. Si no cultivamos la democracia desde la primera edad de nuestros hijos, desde el respeto mutuo entre cónyuges, desde la escuela, el liceo, la Universidad, la Iglesia, el sindicato, los  medios de comunicación, estaremos destruyendo valores  fundamentales del desarrollo humano y abriendo paso a la existencia de una sociedad fragmentada y agresiva.

La democracia, sin duda alguna, está caracterizada por la incertidumbre. La clave, entonces, de las decisiones colectivas para alcanzar el bien común está en la asunción del deber cotidiano de participar. Incumple gravemente esta obligación el ciudadano que se limita a depositar la papeleta con su sufragio pero se abstiene de evaluar previamente los nombres que se postulan a cargos o funciones en su representación o de exigirle a los electos el cabal cumplimiento de sus compromisos de campaña. La historia nos ha enseñado que cuando nuestros mandatarios se creen en libertad de hacer lo que les parezca sin ser consecuentes  con las responsabilidades asumidas, el camino hacia los personalismos y la consecuente corrupción, queda pavimentado.

Por el contrario, si nos consagramos permanentemente a la tarea de concretar en nuestro entorno los derechos humanos, estaremos consolidando las bases de una sociedad fraterna y solidaria.    

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