«No podemos resolver la crisis climática sin cambiar nuestra relación con la naturaleza y con nosotros mismos.»

Naomi Klein.

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EDITORIAL. Las formas de hacer política.

Equipo laventanaciudadana.cl

Periodismo ciudadano.

La “democracia”, en teoría, ha llegado a ser uno de los sistemas más apetecidos de las sociedades modernas. Aunque es evidente que muchos de sus cultores frecuentemente no hacen lo que dicen, parece ser que este sistema ideal está siendo arrinconado por sus detractores que trabajan consciente y deliberadamente por minar sus cimientos más esenciales.

Unas cuantas pinceladas nos permiten anotar sus rasgos básicos: libertad, pluripartidismo, alternancia en el ejercicio del poder, pero, por sobre todo, absoluto respeto por la vigencia irrestricta de los derechos humanos.

¿Cuántas naciones pasan hoy en este campo “el test de la blancura”? ¿Qué porcentaje de la población mundial vive hoy bajo regímenes claramente opresivos o sujetos a la arbitrariedad de sus autoridades? Con cierta relatividad, bien pudiéramos hablar de una cifra alrededor del 30%, la que pudiera ser aún superior de acuerdo a los criterios de exigencia y estrictez que se apliquen al análisis y examen de las diversas situaciones.

Lo señalado es tremendamente grave, más aún si se observa que en muchas partes hay indicios indiscutibles de que se avanza hacia la instauración de Estados teocráticos en los cuales las creencias y la fe religiosa, son impuestas coactivamente transformando los pecados en obligaciones cívicas duramente penalizadas.  De ahí, el tránsito al fanatismo y al abuso es inminente.

Cabe preguntarse: ¿Están las grandes y tradicionales democracias liberales de Occidente sujetas al riesgo de verse quebrantadas e incluso destruidas poco a poco? ¿Está nuestro propio país en peligro?

Los Estados Unidos, el país más poderoso del mundo, viven uno de los momentos más cruciales de su devenir. No, por supuesto, desde el punto de vista bélico sino desde el ángulo cultural con todas las derivaciones que de ello fluyen. Enfrentados a sus próximos comicios presidenciales, las estructuras de sus partidos han sometido a sus ciudadanos al dilema de elegir entre la reelección inmediata de un débil y agotado presidente, cercano sin duda a los sectores más postergados de la nación, y la reelección mediata de quien fuera su antecesor en el cargo. 

En ese país, paradojalmente, conviven (o, más bien dicho, “cohabitan”) personas de los más variados orígenes y de las más diversas costumbres y creencias, lo que pudiera ser visto como una “bendición” y como la concreción efectiva de la democracia pero que en la práctica nos muestra una nación plagada de conflictos que se perpetúan en el tiempo.

Tras un siglo y medio de la guerra civil que concluyó formalmente con la supresión de la esclavitud, los resabios del racismo siguen vivos en el corazón del territorio aun cuando en los extremos Este y Oeste predomina una cultura de mente abierta en la academia, la intelectualidad y el arte, que irriga todos los aspectos de la vida comunitaria.

Las próximas presidenciales estadounidenses pueden significar un nuevo triunfo de Donald Trump. El convicto ex mandatario, ya declarado culpable por un Jurado de Nueva York como autor y responsable de diversos delitos, se encuentra en la cúspide de su popularidad tanto por la debilidad de su contrincante como por el alevoso atentado de que fuera objeto la semana pasada.

Su camino a la Casa Blanca parece pavimentado y, salvo circunstancias por ahora imprevistas, no se vislumbran para él nubes en el horizonte.

Pero ¿Es este el mandatario que el país del Norte necesita?

Su biografía, repleta de incidentes inaceptables – mentiras, abusos sexuales, fraudes tributarios, intento de desconocer resultados electorales, y un largo etcétera – preanuncia graves amenazas no solo para su nación sino para la paz del mundo.

Su propio compañero de fórmula, el senador por Ohio James David Vance, ya había proclamado que “nunca estaría favor de Trump”, calificándolo como “un idiota”, como un ente “dañino” y advirtiendo que bien pudiera llegar a ser “el Hitler de Estados Unidos”.

¿Tienen algún asidero sus palabras?

Hitler, el responsable de una de las mayores matanzas de la Historia, llegó al poder a través de elecciones plenamente democráticas. Sus armas electorales fueron dos: el nacionalismo y el populismo. “Hagamos a América grande otra vez” dice Trump y, tal como el dictador alemán, define irresponsablemente un enemigo, sustituyendo a “los judíos” ´por “los inmigrantes”.

La democracia estadounidense está en peligro, sometida a la demagogia de un personero sin escrúpulos. Aunque los EE.UU. son un país constituido por inmigrantes, lo que Trump rechaza no son quienes tienen ancestros blancos y rubios sino quienes tienen ancestros afro o latinoamericanos.

La pandemia se expande por el mundo. La derecha chilena histórica se somete a los dictados de los grupos ultra y, dedicada a sembrar el temor y la inseguridad como armas electorales, busca un triunfo que la lleve a La Moneda.

Chile y EE.UU. parecen caminar por sendas similares. Útil sería tener presente que solo valoran la democracia los que ya la han perdido.

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