
EDITORIAL. Socialismo del siglo XXI
El régimen autoritario del comandante Hugo Chávez, en Venezuela, que a su muerte abriría paso a la dictadura populista de Nicolás Maduro, ha traído un vendaval de problemas para una América Latina que no logra romper la maraña de pobreza y de regímenes de fuerza que han perpetuado la vigencia de sociedades marcadas por la falta libertades políticas y por las enormes desigualdades sociales y carencias básicas de sus habitantes.
El rico país caribeño, que en su historia debió soportar prolongados y diversos períodos de dictadura, pareció haber encontrado por fin el camino de la convivencia democrática tras el término del régimen militar del general Pérez Jiménez, encauzándose por las vías del desarrollo sustentado en la explotación de sus enormes reservas petroleras. Los dos mayores y tradicionales partidos políticos del país – la social democracia y el COPEI – se turnaron en el ejercicio del poder alcanzado a través de comicios electorales incuestionables.
Los niveles de corrupción y de mala gestión de estas colectividades, llevaron a una clara depreciación de la democracia y abrieron paso a las intentonas golpistas de Chávez y luego a su elección legítima como expresión del descontento generalizado.
El gobernante, tras asumir sus funciones, y recogiendo análisis de ideólogos europeos, expresó que su mandato pondría en marcha por primera vez un proyecto de “Socialismo Bolivariano del siglo XXI”.
La propuesta llevaba implícito el reconocimiento del fracaso total de los “socialismos reales” tras el desplome de la Unión Soviética.
Sin embargo, las cuestiones fundamentales del fracaso de la URSS – dictadura implacable, personalismo, partido único, falta de alternancia en el poder, capitalismo de Estado, entre otras – jamás fueron ni siquiera insinuadas como tema de discusión repitiendo los errores y abusos de ese proyecto.
Tras la muerte de Chávez, su heredero Nicolás Maduro derivó paulatinamente hacia una aventura que, pese a su nombre y el nombre del partido que lo sostiene, está muy lejos de representar los valores fundamentales del ideario socialista.
Cuando gran parte de los países experimenta la vigencia dominante del neoliberalismo, la toma de conciencia de sus costos en inequidad, pobreza, discriminación, impone la necesidad imperiosa de trabajar en un nuevo modelo de sociedad que recoja los principios éticos y políticos del liberalismo original para avanzar, dentro de ese marco, hacia una sociedad más humana.
Solo si asumimos que somos una comunidad que debe sostenerse en principios de respeto total a los derechos humanos, de ejercicio de una democracia participativa, de solidaridad, podremos avanzar hacia un desarrollo que convoque y comprometa a todas las personas.
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