
EDITORIAL. Un juego para armar.
Uno de los errores en que más frecuentemente incurren los políticos es el de auto convencerse de que ciertas situaciones transitorias pasan a ser consideradas como permanentes, creyendo así que las derrotas son para siempre al igual que las victorias, como si en el mundo en que estos personajes se mueven fuese posible clavar la rueda de la fortuna.
En la experiencia y el lenguaje cotidiano se han hecho populares expresiones como la que señala que “en política no hay muertos” (ya que los derrotados de hoy pueden ser los resucitados de mañana) en tanto que los arrogantes triunfadores de un día pueden estar mordiendo el polvo de la derrota en la jornada siguiente.
En el caso de Chile, la verdad es que reina la incertidumbre. Si bien existe en la ciudadanía un sentimiento preponderante en cuanto a que se desea, por variadas razones, deshacerse de la carta fundamental vigente, ello no implica (y ya quedó palmariamente demostrado) que en su remplazo el país esté dispuesto a aceptar cualquier cosa.
Los titulares de la mayoría heterogénea que se impuso en la Convención Constitucional, quisieron creer que estaban facultados para legislar a su amaño, perdieron el sentido común, convencidos de que ellos, por voluntad ciudadana, tenían la última palabra. Ensoberbecidos, se negaron a escuchar todas las críticas y observaciones, creyéndose poseedores de una verdad absoluta, lo que en política, obviamente, no existe. Aún no se reponen de la afrentosa derrota sufrida en el plebiscito de salida.
Las clases dirigentes, tan cuestionadas siempre, reemprendieron la aventura constituyente diseñándola en dos etapas: una fase de elaboración técnica por medio de una Comisión Experta y una fase más participativa a través de un Consejo Constitucional de elección popular bastante relativa. Los sectores de extrema derecha lograron un avasallador triunfo, lo que, al sumárseles los consejeros de la derecha tradicional, les permitían hacer y deshacer.
Como el género humano es la única especie que tiene la estúpida habilidad de ser capaz de volver a tropezar dos veces con la misma piedra, los grupos “republicanos” sintieron que había llegado su hora y que, ahora, ellos podían actuar de la misma forma que sus fracasados antecesores. Por lo tanto, no vieron la posibilidad de trabajar en la construcción de la “casa común”, mostrando sensatez y seriedad (para lo cual contaban ya con el relativamente aceptable proyecto elaborado por la Comisión Experta) sino que optaron, con una increíble ceguera y fanatismo ideológico, por ponerse sin titubeos al servicio de los grupos de presión y de interés en que se sustentaban.
No sin sorpresa, círculos académicos de todos los sectores han visto con asombro que en las comisiones de trabajo se han ido aprobando ideas como la de volver a instituir una Constitución rígida y prácticamente inmodificable; la supresión del impuesto territorial en claro beneficio de las comunas del privilegio; la disminución del número de parlamentarios encargando el redistritaje al Servicio Electoral; el aumento de la edad requerida para postular a la Presidencia de la República; la declaración de la cueca como baile nacional; la declaración del rodeo como deporte nacional; la sustitución de la privación de libertad por arresto domiciliario para condenados por delitos de lesa humanidad u otros como violaciones; entre numerosas otras propuestas que son más propias del proceso legislativo que de una Carta Fundamental.
Los partidos de la derecha tradicional, que hasta ahora se han mostrado bastante obsecuentes con el fundamentalismo republicano, han ido tomando conciencia paulatinamente de los peligros que entrañan iniciativas de naturaleza categóricamente regresiva. En buenas cuentas, es inminente el riesgo de que las mayorías ciudadanas terminen por rechazar una propuesta que no responde a los requerimientos de una sociedad democrática moderna, justa e inclusiva.
Si tal posibilidad se concretara, constataríamos que la comunidad nacional, tras tres años de deliberaciones, discusiones y conflictos, no ha sido capaz de generar una normativa básica que defina las reglas del juego mediante las cuales los habitantes dela nación se relacionan y se respetan.
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