«Somos naturaleza. Poner al dinero como bien supremo nos conduce a la catástrofe»

José Luis Sampedro

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EDITORIAL. Una reflexión indispensable

Equipo laventanaciudadana.cl

Periodismo ciudadano.

Nuestro país experimenta una crisis de marca mayor. Afirmar esto, que todo el mundo percibe, es simplemente recaer en una tozuda y agotara majadería.

El problema que tenemos que plantearnos como sociedad radica en la imperiosa necesidad de hacer una diagnóstico lo más fino y acertado posible acerca de las causas de nuestras patologías sociales y convenir en un tratamiento que las aborde cabalmente comprometiendo en éste a todos os sectores de la comunidad nacional.

La expresión más visible la encontramos en el clima de violencia generalizada que hoy por hoy embarga a casi todos los entes y sectores y que ha pasado a constituir el caldo de cultivo propicio para el desarrollo de la delincuencia común, alimentada por el narcotráfico, elemento este que, como nunca antes en nuestra historia, se ha empoderado corrompiendo a los grupos más vulnerables e integrándolos a su red de tráfico de drogas y de armas.

La patología no es nueva. Volvemos a la majadería. Es un proceso que se ha venido incubando desde hace muchos años y que hemos mirado con indiferencia amparándonos en la vieja idea (atisbando lo que sucede en otros países) de que “en Chile no suceden esas cosas”. Y, ahora, nos encontramos con que sí suceden. Las mentalidades simplonas y oportunistas, no pocas veces movidas por sus intereses ideológicos y económicos, han apuntado su dedo acusador contra el actual gobierno, persiguiendo sin vergüenza su fracaso y su demolición, sin querer ver que en la génesis de lo que vivimos están comprometidas nuestras propias responsabilidades, personales y grupales.

La patología tampoco es monocausal. Lo que hoy observamos, vivimos y nos asusta, es la temperatura que marca el termómetro, que excede en mucho los parámetros habituales reflejando los desequilibrios internos por los que pasa el organismo al extremo de amenazar su subsistencia. Pero tal temperatura es solo la expresión visible de un problema complejo que Chile no ha querido ver ni asumir porque hacerlo causa molestias en diversos sectores.

En verdad, el subdesarrollo, la pobreza extrema especialmente en el mundo rural, la inequidad, son algunos de los huevos que incubó la serpiente dentro de una sociedad excluyente y conservadora que a partir de 1964 despertó. Las reformas implantadas por la “revolución en libertad”, a pesar de su moderación y racionalidad, tuvieron la resistencia intransigente de los grupos satisfechos con “el orden establecido”, que buscó regresar al pasado sin éxito. El gobierno de la Unidad Popular, que nunca asumió que era una minoría política, social y económica dentro del país, presionado por grupos extremistas que exacerbaban los conflictos a extremos impensados amenazando y haciendo fracasar la gestión de su propio Presidente, terminó siendo funcional a las intentonas golpistas y a la trágica experiencia de los diecisiete años de dictadura, período en el cual se consolidó la fragmentación social, se implantó una cultura del individualismo, se hizo desaparecer todo esfuerzo de solidaridad y cooperativismo, asumiendo que cada sujeto estaba llamado “a rascarse con sus propias uñas”.

Cuando la nación deja de ser una comunidad y pasa a ser un territorio con barrios para ricos y barrios para pobres, con educación para ricos y educación para pobres, con salud para ricos y salud para pobres, cuando las cifras macroeconómicas nos muestran un país que crece pero los salarios siguen siendo de mera subsistencia (y este es el mensaje que día a día nos entregan los propietarios de los grandes medios de comunicación), obviamente se están creando las condiciones para que, más temprano que tarde, explote la convulsión social.

De ahí al terreno fértil para el florecimiento de la inseguridad, para la búsqueda de ingresos a cualquier costo, para que campeen el miedo y la desconfianza en todos los niveles, hay, en buenas cuentas, un solo paso.

La propuesta fácil de solución está sobre la mesa de los ciudadanos: Definición de nuevos delitos, aumento de las penas asignadas, crecimiento de las acciones de vigilancia y represión, implantación de estados de excepción por más tiempos y para más extensos territorios, dotación de mayores capacidades tecnológicas a las policías, ampliación de facultades de orden y seguridad de las fuerzas armadas, establecimientos de toques de queda, etc.

Lo dicho no es otra cosa que la aplicación de hielo al enfermo afiebrado para reducir la espantosa sintomatología.

Pero los virus seguirán incubándose si no somos capaces de cambiar de mirada, entendiendo que una cosa es lo urgente y necesario, y otra cosa es lo importante y trascendente. Si queremos vivir en una sociedad civilizada y democrática, con lo primero no basta. ¿Estamos dispuestos a reflexionar objetivamente sobre qué es lo que realmente requerimos para encontrarnos con nosotros mismos?

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