
El incordio ideológico
Por mucho que se insista en la crítica, y específicamente en el campo de lo socio político, que la mirada sobre la realidad de quienes son nuestros opositores es ideológica, no significa que la nuestra no lo sea. En esta dinámica de desautorizaciones que se da en espiral ascendente construyendo un número creciente de juicios de valor sobre el sentido de los relatos sociales, se ha llegado al punto que tanta publicidad de censura sobre algunas formas de ver el mundo, especialmente respecto de aquellas que ponen en cuestión el modelo de orden socio-económico, lleva a sectores de la población a negar la necesidad de configurar propuestas nacidas de la participación simétrica, es decir: entre iguales y al alero de un poder-hacer siguiendo la ruta de la reciprocidad, vale decir, haciéndose parte de una toma de posición sobre el significante de la vida buena, y donde el más mínimo atisbo de un poder entendido como poder sobre-otro u otra, es excluido. Al respecto, y para cerrar la explicación, no es menor que en este poder-hacer se condense gran parte de la dignidad y de la libertad humana.
En la negación a dialogar, se está negando la posibilidad de ver en la posición contraria una donación interpretativa respecto del valor de vivir en sociedad que, por cierto, da buena cuenta del valor positivo de la diferencia. Desde un pensamiento crítico, tomamos conciencia que no es posible refutar la idea que con la negación prevalece la no reciprocidad, pues ahí subsiste la ruptura consciente de la alteridad. Al respecto hay pruebas que saltan a la luz al revisar el componente del llamado a dialogar en la esfera de lo público cuando de materias esenciales a la construcción del habitad común se trata. Ahí, el diálogo aparece como un acto vacuo; hecho que en la práctica significa rechazar el valor humano de la reflexión entre iguales, por tanto, se olvida que el sentido del espacio humano tiene sus causas como sus efectos en el núcleo mismo de la persona y, en particular, en la ruta de un movimiento que intenta hacer vivible la intención personal de vida buena, en el entendido que en el territorio de lo social, toda intención ético-política es sobre la posibilidad real de justicia.
Empero, persiste un temor en la redacción de nuevos constructos sociales. Lo anterior viene a cuento siguiendo el derrotero argumentativo de no pocos de quienes tienen en sus manos nuestra representación política en las estructuras del Estado. Se ve en ellos y ellas, y en variadas oportunidades, que traducen sus sensaciones en tesis de refutación a cualquier postulado que no coincida con el propio. Para esto se anclan a una inteligencia sobre el discurso que acusa la posición contraria como recurso ideológico, además con el añadido de plantear que en algunos postulados sociales se anticipa la posibilidad de todo mal social. Pero esta forma de intervenir la realidad desde la negación publicitaría de la ideología, ¿no es acaso otra forma de manifestar e imponer un modelo ideológico? Es evidente que la publicidad hace su trabajo. En efecto: reconduce las significaciones de propuestas diferentes a la arquitectura socio-económica privilegiada y defendida desde lustros, a fin de instalar en la percepción social que mucho discurso por mejores condiciones de vida (no es mucho lo que se alega) responde a un entramado de argumentos que -denuncian- friccionan la estabilidad y producen fracturas sociales. Lo cierto que la fractura tanto como la fricción es un componente de la vida cotidiana, pues siempre hay presencia de situaciones de injusticia, característica propia de una realidad socio-política disimétrica en el campo del goce de derechos.
Pero la historia sigue su curso pidiendo, a partir de solicitud de reconocimiento de que a la fecha sigue en lo socio-político la tensión no simétrica, corrección al curso. Sucede, entonces, y a fin de evitar que afloren desde el subsuelo lo que se ha escondido debajo de la alfombra una y otra vez por décadas, la acusación de que toda reacción que pone en riesgo el significante del poder como ejercicio de una acción humana sobre otra realidad humana será considerada una traición a la tradición, por tanto, un discurso ideológico tendiente a confundir los espíritus. Y, otra vez, ¿no hay en este argumento desautorizador atisbo de ideología? Podemos seguir dando cuerda a la interpretación, y siempre tocaremos que lo contrario a lo propio es ideología y, como a menudo ocurre, la sentencia declarada desde una posición de dominio social: todo, se concluye, simplemente corresponde a un error de lectura respecto de las reales posibilidades de bien; y…probable…acabemos por aceptar que es de siempre así a no ser qué…
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