
El insoportable neoliberalismo
La discusión sobre el neoliberalismo es un cuento de nunca acabar.
Desde la tesis de los filósofos y cientistas políticos que sitúan esta corriente contemporánea de pensamiento como el fruto degradado del liberalismo clásico (que centró sus postulados en la defensa de las libertades individuales frente el hasta entonces omnímodo Estado y que generó una propuesta económica basada en la defensa de la propiedad privada y en la libre competencia como camino de progreso) hasta los cerrados ideólogos contemporáneos que han abandonado la ética de los “padres fundadores” para volcarse a una propuesta que considera en sus fundamentos la propiedad privada como derecho absoluto, la competencia sin límites, un Estado ausente que en último término cumple la sola función de proteger los intereses particulares y una economía que solo persigue el lucro incesante pero que carece de responsabilidades frente al conjunto de la sociedad, son algunos de los puntos de vista que se confrontan en los debates ilustrados que alimentan las páginas de opinión de la prensa de elite, de revistas selectas y de artículos de opinión escritos por expertos. Algunos de los contendientes han llegado al extremo de afirmar que la expresión misma, “neoliberalismo”, no es más que un invento de los detractores de esta escuela para denigrarlo.
El problema práctico es que una confrontación de esta especie permanece casi siempre en los altos círculos intelectuales y académicos y, en general, no deriva hacia el mundo real, hacia el mundo de las personas concretas y permanece ajena a las preocupaciones ciudadanas. Incluso los propios sectores políticos que sostienen una permanente condena al cuestionado “modelo” que comentamos, han sido históricamente incapaces de aterrizar este enjuiciamiento para pasar a realizar una verdadera pedagogía social que eduque a las personas generando en ellas una capacidad mínima de análisis crítico que les permita darse cuenta de cómo las políticas derivadas les afectan en el día a día.
Hace un par de meses, el Presidente de la República afirmó categóricamente: “Solo la libre competencia nos puede asegurar precios bajos y calidad en los bienes y servicios que se adquieren”.
Para un adecuado análisis del caso chileno se hace indispensable despejar la cancha desbrozando toda la maleza que nos nubla y oscurece el paisaje.
Ante todo, debe recordarse que el neoliberalismo extremo se implantó en nuestro país bajo un régimen de dictadura. El legendario “ladrillo” que definió las tesis de los “chicago boys” jamás pudo haberse implantado sin que hubiera de por medio una restricción absoluta a las libertades políticas.
A partir de ese punto, que incluyó la privatización de casi la totalidad de las empresas del Estado (más bien se debiese hablar de donación a privados) se forjaron las grandes fortunas del país, a las cuales se las amparó permitiendo un libertinaje de precios eliminando todo tipo de control público sobre sus actividades lo que derivó en situaciones tales como las reiteradas colusiones de precios en perjuicio de la gran masa de consumidores lo que ha servido para demostrar la carencia de escrúpulos de muchos de los “neoempresarios”. Estas conductas, sumadas al manejo del sistema financiero, han permitido una indolora expropiación de los ingresos de la gran masa de trabajadores.
Paralelamente, se derivó en una grosera desnacionalización de la economía chilena. La lista podría ser ilimitada pero es útil recordar que gran parte de la banca está hoy en manos extranjeras al igual que las compañías de seguros; también, la gran minería (gracias a Dios, se salvó Codelco); asimismo, los servicios básicos (electricidad, agua, gas….); los mayores fondos de pensiones; las instituciones de salud previsional; casi la totalidad de las empresas de telefonía, etc.etc.
Todas esas actividades pertenecen hoy a grandes conglomerados financieros internacionales y a los llamados “fondos de inversión”, propietarios a los cuales no les preocupa de ninguna manera la prestación de un buen servicio a sus clientes y usuarios sino la maximización de sus utilidades en beneficio de capitalistas estadounidenses, canadienses, australianos, europeos y, ahora, chinos
Lo dicho configura un paisaje que merece ocupar nuestra atención. Los abusos – grandes y pequeños – constituyen el pan nuestro de cada día. Precisamente por esa razón, es indispensable contribuir, desde todos los frentes, a forjar un espíritu crítico ante una realidad que, como esperamos comentar a futuro, tiene muchos más bemoles y, por supuesto, muchas más víctimas que las que se observan a primera vista.
Un artículo digno de ser reproducido hasta el cansancio, para que entiendan los ignoarnte y los que no quieren entender.
Felicitaciones al autor.
Ahora que estamos ad portas de elaborar una nueva Constitución para Chile, tomó la idea de don Mario y comenzaré a reproducir el artículo en redes sociales específicas de modo que contribuya a tejer el manto requerido para acoger el nuevo modelo que requiere Chile: el Desarrollo Sostenible (como se traduce al inglés ‘Sustainable Development’).