
El rey perdió la cabeza
Dicen los que saben (que por lo demás no son muchos) que uno de los elementos definitorios de la República es la igualdad ante la ley. En teoría, todos los habitantes de un país están sometidos a las mismas normas las que se deberían aplicar “de capitán a paje”.
Por esa razón, una de las causas que genera molestia, indignación e ira en la ciudadanía la encontramos en esa percepción casi generalizada de que hay personas que creen estar por sobre la ley. Cuando nuestros parlamentarios se autoasignan beneficios que sobrepasan largamente lo necesario para cumplir sus tareas legislativas para cuyo cumplimiento fueron elegidos como representantes; cuando se observa que la delincuencia de cuello y corbata, la delincuencia de las colusiones, de los fraudes tributarios, del financiamiento ilegal de la política, de los cohechos y sobornos, recibe penas más bien simbólicas pero jamás la cárcel, en tanto que el joven vendedor de discos piratas es considerado un peligro para la sociedad y privado de inmediato de libertad, se genera una actitud de rechazo y condena ante algo que el sentido común considera intolerable.
La histórica frase constitucional que decía que “en Chile no hay clases privilegiadas” y que contenía un simbolismo ejemplar, entre gallos y medianoche pasó a ser letra muerta.
En este contexto, debe ser analizado lo que debería llamarse “el escándalo de la semana”.
El sábado 5 de diciembre, el Presidente de la República (referido en la jerga periodística como “el Primer Mandatario”, fue fotografiado en las playas de Cachagua, comuna de Zapallar, sin cumplir con el uso obligatorio de mascarilla y sin respetar el imperativo del distanciamiento social. Una paseante, coronada con un cintillo de flores, identificada en las redes sociales como “la Este”, se acercó a la autoridad para solicitarle una fotografía. Ella tampoco portaba mascarilla. Cuando el documento gráfico se hizo público, Su Excelencia optó por autodenunciarse declarando que todo había sido “un error” y que “lo lamentaba”. Su interlocutora fue más franca: “Fuimos unos irresponsables”.
El seremi de Salud de Valparaíso Francisco Álvarez valora el gesto presidencial y destaca que es la primera persona que se autodenuncia e informa que abrirá el correspondiente sumario. El ministro Enrique París muy solícito explicó: “La gente se le acercó porque quería tomarse fotos con él y no alcanzó a colocarse la mascarilla”. El abogado Luis Mariano Rendón interpuso una querella en el Juzgado de Letras de La Ligua no por infracción a normas sanitarias, sino por el delito previsto en el artículo 318 del Código Penal, comentando que la autodenuncia no produce efectos jurídicos y preguntándose: “¿Qué autonomía pueden tener para decidir en este caso funcionarios cuyo cargo depende de la mera voluntad del sancionado?
En un momento crítico de la evolución de la pandemia en el país, obviamente todos han recordado la famosa foto en Plaza Baquedano; el concurrido funeral de su tío el obispo Bernardino Piñera en violación de las normas dictadas por el mismo (ya su hermana Magdalena fue simbólicamente sancionada por asistir sin permiso); el paseo a la Vinoteca de Vitacura; hechos todos que configuran un lamentable cuadro de irresponsabilidad y que constituyen un pésimo ejemplo para los ciudadanos de a pie. Se insiste así en conductas que trasuntan un problema de personalidad que los especialistas debieran analizar.
Mientras este bochornoso suceso acontecía, el Gobierno prosiguió en su actitud ambigua en cuanto al tratamiento social del problema sanitario. Aunque los incrementos de las cifras tanto a nivel metropolitano como de regiones son alarmantes (Chile registra el tercer más alto número de contagios de Sudamérica luego de Argentina y Brasil por millón de habitantes, y el cuarto lugar en cuanto a víctimas fatales tras Perú, Argentina y Brasil), las políticas erráticas llevan indefectiblemente a un relajamiento de las conductas personales.
Mientras Salud procura hacer todo lo que se puede con un personal funcionario ya profundamente estresado, otras áreas se someten a los grandes grupos de presión para mostrar que se está llegando a una cierta normalidad en la actividad económica. El pasado 23 de noviembre se autorizó la apertura de fronteras permitiendo el ingreso de turistas por el aeropuerto Arturo Merino Benítez, aun cuando las opiniones de los expertos coincidían en que ello impulsaría los contagios al interior del país: En Octubre se detectaron 63 casos “importados” y ahora, en la sola semana del 28 de noviembre al 4 de diciembre, la cantidad fue de 70 casos.
Este panorama se completa con el registro del desplazamiento de 439.000 vehículos desde Santiago a la costa entre el 4 y el 8 de diciembre y de 125.000 desde la capital a Pucón “a ver el eclipse”.
Es evidente el déficit crítico de gestión que se está mostrando y ya el país en su conjunto lo está notando. El jueves 10 se hizo público el resultado de la encuesta Criteria Research y los guarismos son insólitos. La aprobación del Presidente cayó del 13% al 7% en tanto que la desaprobación se elevó del 78 al 87%. El Director del estudio de opinión, llamado a explicar estos resultados, escuetamente precisó: “Al Gobierno en general y al Presidente en particular les ha costado entender la dimensión simbólica del conflicto entre ciudadanía y elite”.
A todo lo expuesto, ¿qué más se podría agregar?
Queda meridianamente claro que el del «Primer Mandatario» es un caso que requiere un análisis psiquiátrico.