«El mayor problema ecológico es la ilusión de que estamos separados de la naturaleza.»

Alan Watts.

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El saber de los gigantes

Ronald Mennickent Cid

Astrónomo, Doctor en Física. Ex Director Departamento Astronomía Universidad de Concepción. Director de Investigación y Creación Artística de esta misma casa de estudios.

En aquellos tiempos había gigantes en la Tierra.

Se desplazaban durante la noche, lentamente, produciendo quejidos graves que resonaban entre las montañas, llegando hasta las lejanas aldeas donde moraban los humanos.

Los aldeanos vivían atemorizados, dormían en sus cabañas manteniendo cerca una alforja de hierbas aromáticas, de las cuales decían, ahuyentarían a los gigantes, en el caso que se atreviesen a acercarse demasiado a sus tierras. En la noche el vigilante nocturno caminaba entre calles adormecidas, con su frágil resplandor en su mano derecha, mientras los que podían dormían, esperando la nueva jornada de trabajo que se avecinaba.

No sabían los aldeanos, que los gigantes estaban hechos de piedras, fundidas en el corazón de la tierra. Ignoraban que se movían empujados por las enormes fuerzas ejercidas por los glaciares eternos, acomodándose entre sí para dar paso a riachuelos de aguas frías, rodeados de verdes pastos, que corrían desprevenidos y alegres hasta las faldas de las montañas, regando las tierras de los aldeanos.

Ni sabían que sus quejidos y gruñidos eran fracturas óseas, de sus masas aglutinadas, resquebrajándose las unas contra las otras, luchando por sobrevivir. 

Los gigantes dormidos, cuando despertaban, producían un concierto con eco en el valle, atemorizando a los aldeanos.

Todo lo anterior lo supieron las mujeres y los hombres, solamente después del viaje de Aradan, joven resoluto, de facciones adustas, forjado en la escasez, de carácter noble, pero sobre todo inquisitivo. Este aprendiz se aventuró una noche, arropado con sus pocas pieles y mantas de caprinos, para enfrentar a los gigantes, y preguntarles por qué nunca bajaban a la comarca, porqué disfrutaban haciéndolos sufrir ante lo desconocido.

Al llegar a las cimas, rodeado de las majestuosas montañas, en medio de un amanecer en un día despoblado de nubes, escuchó los bramidos y quejidos con una intensidad nunca antes experimentada. Se pudo dar cuenta entonces, de la presencia de enormes y bellas montañas, que bajo el peso de glaciares y de sus propias masas, jugaban, transformando el paisaje y dibujando en las mentes de los pequeños aldeanos, una imagen que nunca más sería la misma.

Hasta el día de hoy se puede ver en la plaza de la aldea, una estatua tallada en piedra, dedicada al aldeano Aradan, quien con su arrojo, decisión y valentía, trajo la luz del conocimiento y la libertad a la comarca y a sus pequeños habitantes. 

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