
UNA POLÍTICA DE ANTAGONISMO
Actualmente observamos con una mezcla de asombro y frustración, como muchos de los que hoy se presentan como líderes políticos construyen sus carreras sobre la base de la promoción y exacerbación de aquellos temas que fracturan a la sociedad en bandos irreconciliables, más que en el esfuerzo por trabajar en aquellas ideas que nos acercan y unen.
El antagonismo, entendido como la oposición o rivalidad irreconciliable de ideas, doctrinas u opiniones, ha pasado de ser un subproducto indeseado del debate político, a un objetivo buscado. Líderes como Trump en Estados Unidos, Johnson en Inglaterra y Bolsonaro en Brasil, aparecen como claros ejemplos de políticos que han usado de manera recurrente el antagonismo como parte de una estrategia deliberada para posicionarse dentro de grupos influenciables del electorado y así alcanzar el poder político.
Un número no menor de políticos y gobiernos hoy, prefieren guiar su actuar recurriendo a temas posicionales, es decir aquellos en los que la ciudadanía discrepa acerca del objetivo final deseado y la opinión pública se encuentra extremadamente polarizada. Lo anterior, en desmedro de la utilización de temas transversales, es decir aquellos que generan mayor cohesión y constituyen una oportunidad cierta para fomentar el diálogo y construir mayorías. Maraval Herrera, cientista político español, señala que la utilización consciente de estos temas busca acentuar la crispación y polarización política para romper con las tradiciones de acuerdo y diálogo democrático. El objetivo en estos casos no es avanzar en procesos de discusión y negociación ciudadana para alcanzar mayores y más sólidos niveles de consenso, sino que promover la lucha entre lo que se presenta como el Bien versus aquello que es percibido como el Mal. En este contexto, el líder político apela a su sector más duro e incondicional y a la movilización de los extremos y sectores más ortodoxos, renunciando a la conquista de los sectores tradicionalmente ubicados en el centro del espectro.
El fenómeno antes descrito no es ajeno a nuestro país.
Un artículo recientemente publicado en la Revista de Ciencia Política Volumen 30 número 1, de abril del 2019, “La fragilidad de los consensos. Polarización ideológica en el Chile post Pinochet”, da cuenta de un proceso de polarización ideológica a nivel político, socioeconómico y generacional que progresivamente se ha desarrollado en la población chilena a partir del año 1990. Esta polarización se caracteriza por un distanciamiento ideológico entre adherentes y opositores al gobierno de turno, un distanciamiento ideológico entre los niveles socioeconómicos alto y bajo, y un distanciamiento ideológico entre las generaciones nacidas antes de 1955 y después de 1980.
Este fenómeno de polarización parece obedecer a un proceso social endógeno; una dinámica interna que ha generado cambios paulatinos profundos en las estructuras de poder de nuestra sociedad, transformando la manera de relacionarse de estas. Algunos de los factores que han incidido en este proceso son por ejemplo los conflictos sociales que han marcado la actividad política de los últimos años y la desigualdad y creciente tensión entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción.
Sumado a lo anterior, es posible observar en el Chile de los últimos años un progresivo proceso de polarización exógeno; es decir, más allá de las dinámicas sociales internas, parece existir un esfuerzo consciente y deliberado por parte de algunos quienes ocupan posiciones de liderazgo y poder, por exacerbar las diferencias sociales, económicas, culturales, religiosas o étnicas, con el objetivo de generar, ocupar y mantener espacios y cuotas de poder político. La manera de presentar la discusión acerca del aborto, caricaturizada como un dilema entre buenos y malos, la reiterada utilización de la situación que afecta al pueblo venezolano, la permanente manipulación del tema de los inmigrantes, asociándolo al aumento del desempleo, de enfermedades o la incidencia en los índices de criminalidad, y la recurrencia a los conceptos de patriotas y antipatriotas, son claros ejemplos de oportunidades en que nuestros líderes y/o autoridades de gobierno han optado por polarizar el debate en lugar de privilegiar la búsqueda de puntos de consenso.
Este esfuerzo por polarizar las relaciones ciudadanas, ha encontrado terreno fértil en la gradual pérdida de interés por educarse, interesarse, participar y formarse un juicio crítico. Paulatinamente, la ciudadanía ha perdido la capacidad para discernir por sí misma y en discusión con el entorno la información que se le entrega, sometiendo cada nuevo elemento o propuesta, propio o ajeno, a la valoración de su veracidad, solidez y beneficio, tanto a nivel individual como de la comunidad.
El desarrollo de la capacidad para reconocer, a través del diálogo e intercambio de ideas, la validez del pensamiento del otro es un ejercicio de flexibilidad que nos ayuda a crecer como individuos y a progresar como sociedad. En la medida en que, como ciudadanos, hagamos un esfuerzo consciente por involucrarnos y comprometernos, reconociendo el legítimo derecho a pensar distinto y el valor de la discusión orientada a encontrar coincidencias que nos ayuden a la construcción de acuerdos, estaremos dando pasos sustantivos que nos permitirán defendernos del antagonismo como una estrategia política.
Hoy los lideres mundiales están enfocados por intereses personales y de grupo, nó por el interés de las naciones ni de la humanidad.