
El silencio, condición del encuentro. Vía para la revelación del sentido de lo humano
Uno de los indicativos o signos del crecer en humanidad es el afán por encontrar el tiempo del silencio. Se quiere por varias razones, entre las cuales se pueden destacar algunas: evitar escuchar al otro, dejarse escuchar por el otro o que este sea escuchado, quizá simplemente por el deseo de aislarse del ruido ambiente a fin de lograr el descanso o para poder atender ideas que fluyen desde el interior o que provienen del exterior. Todas son situaciones que actúan provocativamente obligando a una reacción a favor o en contra, aceptando o rechazando. Cualquiera sea el caso de que trate, e independiente de las causales que explican el silencio tanto como sus reales efectos, esto lleva a que la persona se enfoque a responder por ello.
En este universo de invitación al silencio, se revelan entre otras cosas escenarios con una entonación estética que incitan a su contemplación; sucede, por ejemplo, en la relación con una obra de arte. La creación que nace del genio humano es una instancia privilegiada para observar el valor esencial del silencio en el descubrimiento de espacios comunes. En la relación obra de arte espectador, lo primario en la dinámica del diálogo (contexto esencialmente intersubjetivo) es una inquietud desprendida de la obra que solicita del observador silencio para poder lograr develar sus sentidos.
Con toda la vida por delante, la persona experimenta que lo singular del silencio tributa al escuchar. En efecto, la relación silencio-escucha configura de por sí el acto dialogante; acto por medio del cual se participa de un fenómeno personalizador en donde el logos aparece en su máxima plenitud como sinónimo de humanidad. En esa relación se significa el simple hecho del encuentro de dos o más personas realizado en un espacio y al alero de un lenguaje comprensivo común. Son ambas condiciones las que otorgan identidad a lo revelado al mismo tiempo que a los participantes del dialogo. De fondo subyace la capacidad de comprender que todo dialogo, en la medida que se ordena a la tarea de humanizar, se construye necesariamente desde el silencio.
El silencio como principio constitutivo del conversar entre personas, ocupa un lugar en todas aquellas situaciones y campos que visibilizan el sentido de la convivencia humana. Por cierto son espacios dinámicos levantados desde el encuentro entre quienes tienen intenciones o necesidades similares y en ocasiones incluso comunes. Ejemplos de estos campos de encuentro y dialogo son la ética, la política, la religión entre otras situaciones que, y en la medida de vivenciar el conversar, permiten revelar efectivamente el significado de una humanidad en permanente construcción
Pero ¿por qué el silencio es la llave del encuentro y desarrollo de lo propiamente humano? Tal realidad se explica por una situación cotidiana relativa al hecho que en cada acto de contacto con cosas y personas, se anuncia el valor referencial del lenguaje como una instancia de contacto que pide del silencio su parte a fin de dejar o permitir que personas y cosas se muestren. Lo cual apunta a aceptar que existe un acto como es el reconocimiento del otro y de sí mismo gracias al contacto vital con las cosas que es, en su mayor expresión, mudo. Así, sin ese silencio que acompañe los procesos de acercamiento entre quienes son parte de la cotidianeidad, no hay develamiento del sentido de la realidad. En efecto, cada ser que puebla el habitad normal, el del día a día, pide para su plenitud darse a conocer a otro que en actitud de respeto, propio de la acogida, aguarda el total descubrimiento de quien solicita atención desde una actitud que pide el acto de dejar hablar, por tanto, de un dejarse escuchar mutuo.
Y el ¿hablar mismo? Éste no es un simple gesto de comunicar algo, va más allá, pues en lo más profundo está la referencia a dejar que la intención de hacer visible el significado de ese algo que se presenta, efectivamente se realice pasando de la intención a la existencia. En este sentido el hablar y el escuchar son cómplices del mismo proceso; de uno que consiste en el develamiento de esa realidad humana conquistada de modo llano por una mirada atenta que la acoge -situación por cierto pedida por quien se dirige a alguien específica, a fin de solicitar de él su atención para su construcción axiológica-. En otras ocasiones, la posibilidad de conquistar atención sucede a martillazos; de ahí el grito manifiesto directo o indirecto de quién o quienes pide reconocimiento de sus demandas, pues en ello le va su reconocimiento y aceptación. Mas a veces este pedir se atisba entre los diversos pliegues de la existencia; son pliegues que esconden el deseo de ser escuchado o escuchado, es decir, silencio, de uno que habla en el conjunto de experiencias vitales conectadas en un fondo de intención común o, simplemente, único, como es el hecho de aquel hombre o mujer que ruega por espacios y tiempo con el simple objetivo de descubrir el sentido de su vida.
Sin ese primario escuchar no hay dialogo, es decir, no hay habla humana, y sin habla, el logos que nos distingue de cualquier otro ser vivo no es posible, ya que la posibilidad del lenguaje que comunica y enseña sentidos no existiría. Ya lo decía Goethe quien y según Heidegger en Arte y poesía sintetiza perfecto el valor del habla. Otro como Neruda, ofrece una intuición filosófica en forma de escrito poético del impacto del habla en el ser de la existencia en cuanto vivir humano en el verso “pronuncio y soy”, verso llevado al papel en su poema Oda a la Palabra.
En fin, habría que interrogarnos si en el tráfago cotidiano las luces y ruidos permiten tal silencio, y si están dadas las condiciones del escuchar mismo, por tanto, de su acto correlativo como es el habla. La primera lectura nos advierte que es algo cada día más difícil de lograr en ciudades con alto fluyo peatonal y en tiempo de alta demanda social. Se trata de un transitar que trae consigo mucho ruido y mucha distorsión en la comprensión del habla del otro u otra por ausencia de silencio, por perdida de la capacidad de escuchar. Hoy todo es más dinámico. Participamos de un habitad mundano que cambia al ritmo de la demanda por nuevos modos de relaciones entre personas y colectivos. De suyo, se trata de un cambio gestionado a veces a martillazos que golpean la inconsistencia de formas de relaciones montadas en privilegios. Es lo que el silencio quiere denunciar. El silencio pedido es una ventana al habla de seres humanos que han sido y son expuestos a injusticias atávicas que muchos -por ser el tono vital del cual participan- consideran aún normales. Así sea bienvenido el tiempo y el silencio que exponga en toda su majestad el significado de lo verdaderamente justo.
Sus artículos siempre nos enseñan, nos ayudan a mira nuestra realidad humana limitada, sólo basta un poco de disciplina para superar nuestras limitaciones
…Tanto que nos cuesta conocernos, tanto que nos cuesta aprender.
Si tan sólo leyéramos, miráramos, escucháramos cuanto mas aprenderíamos a se seres mas conscientes.
Gracias Gran Profesor.