
ESTRABISMO VALÓRICO
EN TODA SOCIEDAD hay ejemplos que de una crisis económica se puede salir. Lo demostró Chile en 1929. Sin embargo, ¿cómo se sale de una crisis valórica? ¿Cómo zafarnos de una corruptela generalizada donde la ley del “esfuérzate para ser más” ha sido sustituida por el axioma del “todo vale”?
Políticos y militares desfilando por los tribunales de justicia es un espectáculo que desmoraliza y acongoja.
¡Que se haga justicia!, clama el fervor popular. No obstante, hoy vemos que los encargados de impartirla (fiscales) también han pasado a formar parte del detritus moral, esa deshonra por parte de quienes estaban llamados a poner las cosas en su lugar.
¿Dónde quedó el código valórico básico y ese decálogo de principios que hizo de Chile un país sobrio y alejado de las prácticas colindantes con la corrupción?
Y digo todo esto porque –a fin de cuentas- todo acto humano es moral. La moral no es solo un tema de especulación para filósofos. Todos los seres humanos siempre somos agentes morales. Actuamos siempre en función de valores. Algunas veces se trata de valores que afirman la moral, refrendan la noción de bien, mejoran el mundo o la sociedad en que nos desenvolvemos. En síntesis, permiten que nuestro paso por éste deje una huella benéfica, un sendero digno de tenerse en consideración.

No existe la Moral de Ocasión o la Moral de Almanaque, esa flexible y acomodaticia. No podemos entrar o salir de ella según nos convenga.
Para actuar moralmente no hay que seguir cursos ni entregarse a gurúes o a líderes de ningún tipo. Desde que tomamos conciencia, la moral nos abarca y nuestra relación con ella es un hecho cotidiano e inevitable.
¿Ha fallado nuestra generación? ¿Qué institución puede brindar alero seguro para descontaminarse de una sociedad polucionada en grado supremo?
Hace un tiempo me correspondió hacer un reportaje para una muy conocida revista nacional. El tema giraba en torno a nuestra juventud. En una populosa población de Santiago un joven líder natural y con muchas inquietudes me expresó las razones de ese descompromiso al trabajo, hacia la vida adulta y de las obligaciones. Me contestó solamente con preguntas:
-“¿Hay que esforzarse para lograr algo? ¿Hay que sacrificarse para ser alguien? ¿Para qué? ¿Para quedar como ustedes?
La respuesta me conmovió y no la he olvidado jamás.
Y conste que no estoy defendiendo a los jóvenes. Sólo aclaro que no puedo ser categórico ante ellos, pues sería injusto valorarlos a todos con una misma unidad de medida. No sé si la juventud está perdida, vaciada de la posibilidad de identificarse con algo, con alguna lucha que la lleve a juntarse con el otro, para compartir o solidarizar.
En un panorama poco edificante, los jóvenes siguen buscando en bares y calles anónimas, una expiación que no existe; y miradas que les hagan creer en la quimera de que la vida no consiste en lo que es.
Más que rabia, admito que todo esto me apena…me angustia.
¿Cuán culpables somos los mayores por haberles dejado un mundo con valores incipientes y una moral de plasticina?
Entre los espurios intereses, las ambiciones desmedidas y ganar dinero a costa de dominar el stock de zancadillas, la juventud tiene “derecho a pataleo”, más no derecho a convertir la delincuencia en su juego favorito. Ya sabemos lo que pasó con los lackers en los Estados Unidos.
¿Cómo llegamos a esto? ¿A una sociedad depreciada en cuanto a valores?
Todos teneos una cuota responsabilidad, aunque para quienes ostentan cargos de mayor jerarquía, la cuota es mayor.
Y es que cuando los que mandan pierden la vergüenza, los mandados tenemos derecho a desobedecer…
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