Fin de un gobierno y lo que viene
Se ha cumplido más de un mes de una intensa y profunda movilización social que entre otras cosas, logró correr las fronteras de la democracia de los consensos, poniendo en jaque la institucionalidad y quienes allí se desenvuelven.
Han sido semanas intensas en las calles, no ajenas al vandalismo y la destrucción, pero que en su inmensa mayoría han sido pacíficas, creativas y propositivas. A partir de lo anterior, podemos señalar que la historia dirá (escribirá) nuevamente que fue la movilización social, la protesta, marchas, el pueblo, los ciudadanos, los subalternos o como usted quiera llamarlos, los que corrieron el cerco de lo permitido, interpelaron a los dirigentes políticos y se la jugaron por impulsar cambios de fondo; es decir, han vuelto a situar el valor de la política, ya sea en las calles, plazas, plazoletas, cabildos o diálogos. Mientras que los parlamentarios y dirigentes, tratando de resarcirse de sus errores, intentando avanzar en aquellas materias que la ciudadanía demanda.
En las antípodas hemos visto a un presidente que a pasando prácticamente desapercibido y ausente; escenario curioso bajo un régimen presidencial como el nuestro. Piñera prácticamente no tiene presencia, más allá de algunas cadenas nacionales de TV o anuncios; por lo tanto es un mandatario sin relevancia, sin autoridad, sin capacidad de conducción, sin apoyo ciudadano, pero aun con cero credibilidades, según reflejan las encuestas.
Hemos visto un presidente sin capacidad para superar la crisis y lo más triste, causando un daño tremendo al país. Su falta de conducción y sus desaciertos comunicacionales, traducida en incapacidad e indolencia nos ha traído, entre otras cosas, represión, muertes y dolor.
Desde los tiempos de la dictadura de Pinochet que el Estado chileno y un gobierno en particular no era expuestos de manera tan evidente y grosera por la represión y violación de los Derechos Humanos a la población. La vergüenza e ignominia sobre el presidente y su gobierno quedarán en los registros de la historia.
Han dicho que las muertes y agresiones constituyen hechos condenables, que se investigarán, que no está en los protocolos, que son actos aislados, que no se puede volver a repetir, incluso pondrán caras de compungidos y hasta arrepentidos; sin embargo, lo cierto es que ya van más de 20 muertos, cientos de mutilaciones oculares y miles de heridos y la autoridad nos sigue hablando de uso excesivo de la fuerza y no de violaciones a los derechos humanos.
Qué duda cabe que, en un sistema presidencialista como el nuestro, el presidente tiene una cuota importante de responsabilidad de lo que ha pasado en Chile en estas semanas. Quedan formalmente dos años, que pueden ser eternos, incluso más graves. La movilización social parece no detenerse y la variopinta oposición en el Congreso busca dar salida ante el inmovilismo del Ejecutivo.
¿Qué viene ahora?, no se espera mucho de un gobierno que a contar del 18 de octubre ha dejado de existir como tal, y que por estos días se ha convertido en una mera administración nacional, que busca terminar su mandato constitucional de la forma más rápida posible.
Ante ese escenario, lo que viene es apoyar el proceso para cambiar la Constitución vía Convención Constitucional. El trabajo no es menor, todo lo contrario, se requiere, entre otras cosas, socializar el tema, persuadir a la población para que se informe, participe y vote y sobre todo sea actor y no espectador de este proceso histórico en construcción.
Déjanos tu comentario: