
GUÍA FAMILIAR
Tengo un hijo adolescente
Yerko Strika
Piscólogo, Psicoterapeuta.
Generalmente lo que se escribe y lee de la adolescencia, es un conjunto de juicios y miradas adultistas acerca de una “etapa complicada de la vida”. Huelgan comentarios cargados de tragedia y de lo difícil y arduo que es convivir con una adolescente. Ni hablar si el muchacho(a) tiene un rendimiento académico deficiente, se junta con tal o cual amigo , usa aro/piercing , no cuenta lo que le pasa y cada vez está menos receptivo a la presencia de sus padres y el resto de la familia. Es como si de un instante a otro, se hubiera materializado un extraño en casa que arremete contra el ideal de familia y las expectativas en cuanto a su comportamiento.
Bueno, ese no es mi caso.
Tengo un hijo adolescente que se deja besar en su cara áspera y abrazar con cariño. Tengo un hijo adolescente que se encierra por horas en su habitación a machacar las cuerdas de su guitarra eléctrica. Tengo un hijo adolescente que a veces no quiere saber de mí, ni de nadie. Discute conmigo y en ocasiones no me toma en cuenta. Vivo con un adolescente que es leal a sus amigos, que de repente no considera a sus hermanos menores; que le gustaría usar el pelo más largo, que acostumbra a ir a casa de sus abuelos (sólo). También tengo un hijo adolescente que me invita a escuchar su música y le brillan los ojos cuando siente que estoy ahí para él. Este mismo hijo, a veces confía más en su madre para hablar de ciertas cosas y me lo hace saber sin rencor. Es sólo así. Soy feliz con este hijo sano y en encuentro consigo mismo, con todos su “problemas” de adolescente.
Sin embargo, tener esta relación no ha sido gratis, es un regalo que he sabido aprovechar.
Primero, estuve en el parto y acaricié su cuerpo de recién nacido. Después me metí a la cama con él y le leí cuentos, respondí sus preguntas, caminamos de la mano, preparé sus alimentos. A medida que lo veía crecer fui confiando en sus decisiones y le hice ver cuando algo no me parecía. Nunca he dejado de decirle que lo amo y que es una persona maravillosa. Acepto sus puntos de vista y rara vez trato de cambiarlos para que se parezcan a los míos. Conversamos acerca de lo que nos pasa, como ha estado el día, como nos ha ido. No son grandes charlas, es una mirada, un par de preguntas para saber del otro. También discutimos y consensuamos acerca de nuestra mutua tozudez. Hay respeto recíproco. Su puerta cerrada es sagrada y se debe golpear antes de entrar. Si autoriza, entro; sino, será luego. Sospecho que me ve lleno de defectos, pero me quiere y es amoroso al decirlos. Tengo un hijo adolescente que es un obsequio permanente y un fluir en mi rol de padre; una oportunidad única de conectarme con esa energía avasalladora del que es joven y sumirme maravillado a su encuentro. Casi se me olvidaba: También soñamos juntos.
Tener un hijo adolescente no es una maldición, es un presente. Sin embargo, acompañarlo en el crecimiento armónico de esta etapa requiere inversión previa. No se puede pretender cercanía o aceptación si antes se ha tratado de normar a la fuerza, se ha castigado a discreción, se han desoído sus necesidades. Con lo que sí concuerdo cuando se habla de adolescencia, es que es el resultado de la crianza previa. Intentar resolver los problemas de mala comunicación cuando el niño(a) se empieza a trasformar en hombre y mujer, no es tarea fácil, pues involucra una mirada profunda y reflexiva del propio rol de padre y madre. Implica aceptar que se han cometido errores, que enredado en expectativas se dejó de ver al otro; se requiere valentía para atreverse a surgir amorosamente para él/ella.
Hablar con desdén de los hijos, descalificarlos, llevarlos al especialista para que los “mejore”, quejarse de ellos, retrata de forma muy clara el tipo de padre /madre que soy. Señala debilidades y puntos ciegos que deben ser sacados a la luz con rapidez, pues el adolescente no espera y sigue creciendo impetuoso camino a la individuación. Si el adulto no se apura, perderá la increíble oportunidad de estar presente en una transformación única en la vida.
Más aún, la transformación del propio hijo.
Se las recomiendo.
Gracias por su artículo, por el respeto y cariño a ese otro ser humano que es su hijo. Ojalá otros papás y mamás también lo lean.
Gracias…