«El afán de riquezas es una gravísima enfermedad, capaz de corromper no solo el ánimo humano, sino también la sociedad y la vida civil».  Anónimo.

 

 

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JARDINERÍA SANADORA

María Gabriela Saldías Peñafiel

Ingeniero Agrónomo- Paisajista. Investigadora y docente, Escuela Arquitectura del Paisaje, Universidad Central de Chile.

Picar la tierra, preparar almácigos, plantar un jazmín, una menta o una caléndula, desmalezar, llevar las hojas y otros restos vegetales a la compostera son tareas habituales de quienes aman el jardín y justifican el trabajo y tiempo entregados a estas labores, porque a cambio reciben bienestar en múltiples dimensiones, que incluyen aspectos físicos, mentales y espirituales. Así se comprende, al recibir el testimonio de los huerteros de las “Huertas de La Reina” (Región Metropolitana) que difiriendo en formación, actividad laboral y edad, coinciden y comparten el gusto por diseñar y construir una huerta con todos los trabajos que esto conlleva, partiendo por estudiar sobre el mundo vegetal para los más novatos, informarse de los calendarios de trabajo, sembrar, plantar, regar, guiar y supervisar durante todo el período de vida cada una de las hortalizas que allí crecen.[1]

En concordancia con la experiencia de las Huertas de La Reina, hay numerosos estudios y evidencias que dan cuenta de los beneficios que otorga la cercanía con la tierra y las plantas, ya sea cuidando el jardín, cultivando una huerta o realizando una caminata por un parque. Tan probado está, que se han desarrollado metodologías de sanación que las utilizan, como sucede con la Horticultura Terapéutica que lleva años de desarrollo en Inglaterra y Alemania. Por lo demás no es algo nuevo,  durante los siglos XVIII y XIX se utilizaron los jardines con fines terapéuticos especialmente en instalaciones psiquiátricas.[2]

Similar enfoque es el que aporta el Healing Landscape o Paisajismo sanador, se basa en que la recuperación de los pacientes se produce de manera más rápida cuando éstos están en un ambiente con vistas agradables, hacia una pequeña área verde o hacia el paisaje. El paisajismo sanador tiene sus bases en que el ambiente natural o el entorno con predominancia de elementos naturales influye en el estado físico y psicológico de las personas. Se ha comprobado que la presencia de vegetación promueve la recuperación induciendo cambios positivos en la presión sanguínea, actividad cardiaca, actividad muscular y eléctrica en el cerebro[3].

 Y no solo se recomiendan estas prácticas en centros de salud, también cumplen con sus funciones sanadoras en recintos carcelarios en hombres y mujeres privados de libertad que han recuperado las energías y los deseos de aprender y superarse a través de los espacios de reflexión, socialización y trabajos con la tierra que se crean en torno a una huerta. Uno de los aspectos destacados en una práctica de huerta desarrollada en la Penitenciaría femenina es que se trata de un espacio construido colaborativamente y democráticamente por todos quienes participan[4].

En colegios vulnerables además de embellecer los patios escolares, el involucramiento de los estudiantes en las prácticas hortícolas disminuyen los niveles de agresividad y ansiedad mejorando las relaciones entre compañeros y con los profesores[5]. Las posibilidades de generar experiencias de aprendizaje en recintos escolares en torno a las huertas son variadas, abarcan distintas disciplinas y materias. A modo de ejemplo:  fomentando la lectura y comprensión por medio de la búsqueda de las fechas y formas de siembra y plantación de cada especie, en matemáticas midiendo la tasa de crecimiento de las plantas, la producción de cada cultivo y los costos versus el precio potencial de venta de cada producto cosechado, en las clases de ciencia se pueden estudiar los requerimientos de luz, agua y nutrientes y sus efectos en los procesos fisiológicos y en el crecimiento de las plantas. También se dan las instancias para aprender sobre una buena alimentación y como cocinar de manera equilibrada y saludable. Si bien se conocen experiencias actuales de este tipo de prácticas en escolares, todavía son cifras minoritarias. Es todavía un mundo por explorar e implementar.

Y pasando a los jardines, hay numerosas historias para compartir de amigos y familiares con dedos verdes que cada vez que pueden recorren su jardín y con esmero cuidan cada planta compartiendo la felicidad experimentada frente a pequeños eventos o cambios. Una historia muy bella extraída del libro “Loa a la Tierra, un viaje al jardín” es del filósofo coreano Byung-Chul Han, en que un día sintió una profunda añoranza e incluso una aguda necesidad de estar cerca de la tierra, y tan fuerte fue el sentimiento que dedicó 3 años de su vida, o más bien 3 primaveras, veranos, otoños e inviernos a cuidar su jardín dejando de lado sus actividades habituales. La obra es un poema de principio a fin y comparto algunas de sus frases “el trabajo de jardinería ha sido para mi una meditación silenciosa, un demorarme en el silencio. Ese trabajo hacia que el tiempo se detuviera y se volviera fragante”[6].

Dedicar tiempo a cuidar un jardín nos permite conectarnos de manera más intimas con las estaciones, si partimos por este invierno 2020 con un mes de junio inesperadamente lluvioso después de más de una década de devastadora sequía, encerrados y viendo el agua caer, podemos augurar una primavera esplendorosa, con el despertar de los árboles y arbustos caducos, las numerosas hierbas que llenarán de luz y color entre medio del verde dominante, después de recibir las horas de frío y lluvias necesarias.

Muchos de nosostras/os en estos meses de encierro que recordaremos por largo tiempo hemos encontrado un refugio entre las ramas de nuestras plantas, por escasas que estas sean, cada una nos entrega un mensaje y alguna sorpresa que vuelven más sensibles nuestros sentidos, desde esas pequeñas protuberancias llamadas yemas que de a poco se convierten en hojas, flores y luego frutos. Incluso para los que viven en espacios muy reducidos resulta un privilegio contar con una vista hacia la calle, o bien al árbol o el arbusto del vecino que ha permitido conectarse con las estaciones al ver caer paulatinamente las hojas permaneciendo apenas sus frutos secos en invierno.

Lo mejor de la jardinería y ser jardinero es que al comprender una variedad amplísima de actividades con distinto grado de dificultad es accesible para todos/as y podemos empaparnos de sus bondades tan bien expresadas por los huerteros de La Reina, de felicidad, relajación, motivación, conexión con la tierra, tranquilidad, paz, la alegría de ver crecer las plantas y cosechar…..absolutamente necesarios en tiempos de pandemia.


[1] http://dup.ucentral.cl/dup_31/gabriela_saldias.pdf

[2] Epstein, M. (1998). The Garden as Healer. Seattle Daily Journal of Commerce. http://www.djc.com/news/co/11184021.html.

[3] Belčáková I, Galbavá P, M Majorošová. 2018. Healing and therapeutic landscape design – Examples and experience of medical facilities. Archnet-IJAR, 12(3):128-151

[4] Rendic MF y S Salazar. 2013. Una huerta urbana como medio de participación social: Experiencia de huerta en la penitenciaria  femenina. En: Traduciendo el zumbido del enjambre. SAU 13. Cultivos Urbanos.

[5] Trauth J. 2017. Lighthouse Community Scholl. A case study of a school for behaviorally challenged youth. Journal of Therpeutic horticulture. Volumen XXVII

[6] Byung-Chul Han. 2019. Loa a la Tierra, un viaje al jardín. Herder editorial. Barcelona, España. 179pp.

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