«El mayor problema ecológico es la ilusión de que estamos separados de la naturaleza.»

Alan Watts.

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JUAN CARLOS RODRÍGUEZ, cura de mi pueblo.

Fernando Arriagada Cortés

Investigador y escritor.

El pasado lunes 23 de enero, se durmió en la paz de Jesús un cristiano sencillo y enfermo desde hacía muchos años, como es el caso del sacerdote Juan Carlos Rodríguez Arias, quien por doce años fuera párroco de Pinto. Nacido allá por 1942, desde niño sintió vocación para la vida religiosa y por ello ingresó a una comunidad de Hermanos Oblatos, pero como anhelaba ser sacerdote, el Obispo Eladio Vicuña lo mandó a estudiar a San José de Mariquina, en donde “Juan Carlitos sonrisal” como le llamaba su pastor, hizo sus estudios, siendo ordenado sacerdote por el Obispo Cox en 1977. Sencillo y trabajador, tenía un carisma especial para tratar a su feligresía a quienes saludaba con cariño entablando amicales conversaciones en donde memorizaba centenares de nombres de personas que se ganaron su amistad y cariño.

En verano de 1978, es designado Párroco de Pinto, situación que dividió a los fieles, quienes no aceptaban el cambio y menos el traslado del anterior, situación que solo se empezó a superar cuando un domingo apareció el obispo a confirmarlo como  el verdadero pastor de los pinteños y reiterarle su plena confianza.

El padre Carlos aceptaba en silencio esta difícil situación y lentamente, empezó a ganarse el cariño de estos complicados feligreses, recibiendo apoyo de los grupos juveniles y algunas familias que, desde el principio, lo invitaron a compartir y él, a invitarlos a la misa. Dio importancia a la pastoral hospitalaria, juvenil y a reanimar las comunidades campesinas que percibieron en él un amigo, un cura amable y afectuoso, que siempre compartía con todos, sin distinguir situación social, económica, política o religiosa. Para él todos eran sus hermanos en Cristo. Así pudo casar parejas que convivían y bautizar sus hijos, asistir enfermos y ancianos solitarios y abandonados, invitar a católicos alejados de la iglesia, entregar once y juguetes a niños pobres, recibir un relegado político por varios meses a pesar de los autoritarios alcaldes designados en ese tiempo de dictadura, restaurar y hasta construir nuevas capillas, etc. El padre Juan Carlos, a pesar de su delicada salud, que lo molestó desde esos tiempos, en sus doce años pinteños, dejó la impronta de ser un testimonio de buen pastor entre nosotros, dejando en Pinto muchas familias amigas que nunca le perdimos de vista, cuando fue trasladado en 1990 a Ninhue y luego a Quillón. También entregó servicios pastorales en Bulnes y Coihueco.

Al momento de su despedida,  le agradecemos sus amables conversaciones, su sincera amistad, sus servicios pastorales a la familia y le decimos adiós con un fragmento de la bella canción de Nicanor Molinare, Cura de Mi Pueblo: “cura de mi pueblo / que en tus oraciones / a Dios siempre ruegas / por todos nosotros. / Cura de mi pueblo / amable y sencillo / siempre te recuerdo / como a un buen amigo”.

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