
La Filosofía por la Filosofía
En toda actividad humana desde el comienzo del pensamiento occidental al menos nos hemos preguntado ¿Por qué hacerla? o ¿para qué hacerla? Esto lleva a las diferentes disciplinas del ser humano a justificar su necesidad de existencia, sus acciones, siempre con sesgo endogrupo, es decir creyendo que lo que hacen es claramente lo más importante para la raza humana como si de una propaganda de ingreso a una carrera se tratara.
Esta justificación ha ido mutando a lo largo de la historia ajustándose a los requerimientos de cada época, actualmente en la era de la Técnica como diría Jaspers (1980) en la cual las disciplinas se ajustan a los criterios instrumentales y productivos propios de nuestro tiempo. Esto dejó a varias disciplinas en búsqueda de su fin concreto. Sin ir más lejos, el Arte o más bien la pintura perdió su espacio central en la sociedad a lugares más periféricos y a financiamiento precario o inestable. Muchas formas de Arte, Humanidades y Ciencias Sociales quedan relegadas a un segundo plano, más bien periférico por no ser “productivas” para la sociedad de mercado actual.
Entonces ¿qué pasa con la Filosofía? ¿Para qué nos sirve? Finalmente ¿para qué hay que hacerla? Una salida ya clásica a esta altura al dilema propuesto podría ser decir que el Arte por ejemplo, la Filósofía e incluso las Ciencias Sociales son necesarias en sí mismas, o sea que hay que hacerlas por su valor intrínseco y necesario para el ser humano, es decir el arte por el solo hecho de ser arte de su valor estético; las Ciencias Sociales por su valor propio de conocimiento del ser humano más allá del valor productivo que este conocimiento pueda tener.
Esto no lleva al campo de la Filosofía, la madre del conocimiento un poco abandonada por sus hijos (las ciencias) que la ven con un desprecio epistemológico y una soberbia propia de la adolescencia. Esto lleva a la Filosofía a buscar su espacio en una era en donde todo es funcional a la producción del consumo rápido no dejando espacio para otros saberes llevando a la tentación para la Filosofía a justificar su existencia en la misma Filosofía, “Filosofía por la Filosofía” es decir en su valor propio, residiría la necesidad de la misma, algo así como necesitamos lo bello porque es bello. Para ciertos saberes probablemente esta explicación sea suficiente, incluso podríamos pensar que para la Filosofía lo es, situándola en un espacio de santidad pre-moderna. Sin embargo esta postura llevaría a una Filosofía desconectada de la realidad, autosuficiente y autocomplaciente, recursiva en si misma que aseguraría su existencia como un enclave de conocimiento elitista, lo que lleva a las preguntas ¿Es esto suficiente? ¿Es esto todo lo que hay para la Filosofía?
Si la respuesta es afirmativa la Filosofía sería algo importante pero desconectado del mundo, por un carril aparte, con temas aparte, formas de saber propias y en definitiva un micro-mundo de una pequeña elite. Esto último probablemente podría estar ocurriendo. Sin embargo, lo que se plantea acá es que la Filosofía por la Filosofía no debe ser el centro de su justificación según lo antes descrito, sino que lograr una conexión real con la sociedad situada históricamente es decir una interpretación no solo de los problemas de siempre sino que de los problemas del aquí y ahora, transformándose en una herramienta de acción en el mundo, de cuestionamiento a lo establecido, no para destruirlo necesariamente sino para al menos analizarlo, una Filosofía comprometida, de acción y no solo de análisis, de cuestionamiento y no solo de metafísica, de lo justo y no solo de lo estético, es decir una Filosofía como herramienta para el ser humano, para preguntarse, cuestionarse y en último término mejorar la experiencia en este mundo.
Cada época tiene sus propios desafíos y problemas, algo que sí parece mostrar cierta tendencia es lo separados que estamos, nos estamos alejando como personas, nos estamos enredando en lo habitual dejando de lado lo importante, lo que trasciende. Es por esto que necesitamos herramientas para conectar con lo que nos hace humanos, el espíritu en términos de nuestra conciencia trascendente que nos hace únicos. Este espíritu debe desarrollarse debe fomentarse, debe cuidarse.
Por tanto la Filosofía no puede ser un fin en sí, sino un dogma a hacer por hacer, una forma de favorecer a los ya favorecidos con más conocimientos, debe ser una forma de acción sobre el mundo, una herramienta de cambio y de resistencia en último instante a las fuerzas que ahogan al ser humano. La Filosofía por la Filosofía no es suficiente, debe transitar más allá de su valor por sí misma a una forma de liberación práctica y concreta del pensamiento humano y por ende de su libertad personal y colectiva.
Referencias:
JASPERS, K. (1980). Origen y meta de la historia, trad. de Fernando Vela. Madrid, Alianza.
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