
LA NADA MISMA
Abrió los ojos a la hora acostumbrada, a las seis y treinta de la mañana. Generalmente a esa hora, en invierno el día recién comienza a aclarar, y como era también su costumbre, se quedó en cama, esperando que la luz exterior aclarara definitivamente su dormitorio a través de la ventana. Intentó observar el reloj que colgaba de la pared, frente a su cama, para comprobar la hora y con mucha dificultad vio los punteros marcando las seis treinta y pico. Pensó que su vista le fallaba o que el reloj estaba equivocado. Por lo que decidió volver a cerrar los ojos y dormirse nuevamente, hasta que la luz exterior lo despertara. ¡Pero aquel día no aclaró!
Así las cosas, al volver a abrir los ojos, se encontró nuevamente a oscuras pero esta vez se percató que la oscuridad era absoluta. Extrañadísimo, se frotó los ojos con las manos pero sin ningún resultado y decidió entonces levantarse. Al hacerlo, se dio cuenta que nada existía bajos sus pies. De todas maneras, pisó y avanzó sobre nada en absoluta oscuridad, como si tuviera una venda negra sobre los ojos. Logró avanzar hacia la ventana o hacia donde recordaba que estaba la ventana, con la intención de comprobar si tenía abierta la persiana pero a pesar de varios intentos, no logró dar con ella. Luego se dirigió hacia donde estaba o recordaba que estaba la puerta y tampoco logró encontrarla. Aterrorizado, intento gritar, pero su intento tampoco dio resultado; no salió ni un sonido de su garganta. Se llevó las manos a la boca y no sintió la boca ni las manos. Angustiado, decidió regresar a su cama o donde recordaba que estaba su cama, con la intención de acostarse para volver a dormir. Pero tampoco encontró su cama. Entonces pensó; “en algún lugar debo topar con algo”. Hasta que después de varios intentos fallidos llegó a la conclusión que no existía habitación, lugar ni «algo». Pensó que estaba muerto. O más bien que eso, debería ser la muerte, o la sensación de muerte.
Sabía que estaba con los ojos abiertos. Intentó cerrarlos, pensando que se volvería a dormir. Creyó que esto era sólo una pesadilla de la que podría salir sólo volviendo al sueño. Pero tampoco lo logró. No podía cerrar los ojos. Llegó un momento en que se dio cuenta que ni siquiera estaba seguro de tener ojos. Era sólo la sensación de tener vista, aunque no existía nada que observar.
¿Estaba realmente muerto? Si esto era la muerte; ¡debería ser terrible!
¿Cuánto duraría? ¿Existe la eternidad en la muerte?
¿Es esto un fenómeno paranormal?
¿Un trance pasajero que, por alguna razón, llegó a él?
¿Un estado de levitación quizás? Pero no; él ya había tenido experiencias de levitación, esa sensación de estar suspendido en el aire por efecto sólo de la gravedad, sin un apoyo externo. Incluso había experimentado muchas veces -sobre todo cuando joven y generalmente postrado en cama- estados de levitación. Pero en esos casos jamás estuvo en absoluta oscuridad; quizás todo lo contrario.
¿Estaba en medio de una pesadilla? ¿Por qué entonces tenía la sensación de ser algo tan real? Esa seguridad absoluta de estar completamente despierto. La sensación de estar bajo los efectos de una tortura donde te han despojado de tu cuerpo y de todos los sentidos; oído, vista, olfato, gusto, tacto y sólo eres un cerebro desnudo. ¡Pero vivo al fin!
Sí, sabía que estaba vivo; vivo en medio de la nada. Eso era obvio pues tenía conciencia de su situación. Incluso en medio de la desesperación, intentó recordar qué había sucedido antes de llegar a ese estado. Recordó entonces que antes de abrir los ojos había estado soñando…Soñó que abría los ojos a la hora acostumbrada, a las seis y treinta de la mañana. Generalmente, a esa hora en invierno, el día recién comienza a aclarar y como era también su costumbre, se quedó en cama, esperando que la luz exterior aclarara definitivamente su dormitorio a través de la ventana. Intentó observar el reloj que colgaba de la pared, frente a su cama, para comprobar la hora y con mucha dificultad vio los punteros marcando las seis treinta y pico. Pensó que su vista le fallaba o que el reloj estaba equivocado. Por lo que decidió volver a cerrar los ojos y dormirse nuevamente, hasta que la luz exterior lo despertara. ¡Pero aquel día no aclaró!
Así las cosas, al volver a abrir los ojos, se encontró nuevamente a oscuras pero esta vez se percató que la oscuridad era absoluta. Extrañadísimo, se frotó los ojos con las manos pero sin ningún resultado y decidió entonces levantarse. Al hacerlo, se dio cuenta que nada existía bajos sus pies. De todas maneras, pisó y avanzó sobre nada en absoluta oscuridad, como si tuviera una venda negra sobre los ojos. Logró avanzar hacia la ventana o hacia donde recordaba que estaba la ventana, con la intención de comprobar si tenía abierta la persiana pero a pesar de varios intentos, no logró dar con ella. Luego se dirigió hacia donde estaba o recordaba que estaba la puerta y tampoco logró encontrarla. Aterrorizado, intento gritar, pero su intento tampoco dio resultado; no salió ni un sonido de su garganta. Se llevó las manos a la boca y no sintió la boca ni las manos. Angustiado, decidió regresar a su cama o donde recordaba que estaba su cama, con la intención de acostarse para volver a dormir. Pero tampoco encontró su cama. Entonces pensó; “en algún lugar debo topar con algo”. Hasta que después de varios intentos fallidos llegó a la conclusión que no existía habitación, lugar ni «algo». Pensó que estaba muerto. O más bien que eso, debería ser la muerte, o la sensación de muerte.
Sabía que estaba con los ojos abiertos. Intentó cerrarlos, pensando que se volvería a dormir. Creyó que esto era sólo una pesadilla de la que podría salir sólo volviendo al sueño. Pero tampoco lo logró. No podía cerrar los ojos. Llegó un momento en que se dio cuenta que ni siquiera estaba seguro de tener ojos…
Era sólo un cerebro vivo, sin cuerpo, en medio de la nada y soñaba abrir los ojos a la hora acostumbrada… a las seis y treinta de la mañana…
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