«Cada hoja que cae te recuerda que todo está conectado.»

David Attenborough

 

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LA NAVIDAD

Miguel Ángel San Martín

Periodista. Especial para La Ventana Ciudadana, desde Madrid, España.

          Me encuentro en mi tierra original, Chillán (Chile), compartiendo estas fiesta navideñas con una parte importante de mi familia. Me encuentro solo, en un lugar adecuado para que pueda desarrollar en óptimas condiciones mis actividades profesionales que aprovecho realizar durante mi presencia en Chile. Por cierto, es un gesto solidario de un sobrino que se transforma también en parte de lo que quiero decir hoy, en este artículo navideño.

          Me parece oportuno hablar del verdadero espíritu de la Navidad, especialmente en este momento convulso de nuestra sociedad chilena, saliendo de unas elecciones presidenciales ejemplares que abren las esperanzas al retorno de la calma, del sosiego y del crecimiento colectivo.

          En todo el mundo se celebra un hecho de carácter espiritual, con un claro contenido moral y solidario. Es una mirada colectiva hacia el interior de uno mismo, individual y generosa, evaluando el accionar propio.  Es un balance vital que realizamos cada año, buscando como humanos el camino de una moralidad común. Pero, además, escudriñando en forma creativa más vías hacia la construcción de la felicidad compartida.

          Estamos, en consecuencia, en un momento de esperanza, de reflexión y de la propuesta repleta de buenos propósitos. Y como es algo común, expreso ahora mi propia reflexión, con el fin de abrir el análisis que entre todos debemos hacer para avanzar, para progresar, para vivir mejor en sociedad.

           Hay muchos ejemplos de lo que es el verdadero Espíritu de la Navidad. Gestos solidarios, manos abiertas, esfuerzos codo con codo, procedentes desde los que más tienen, hasta los que sólo pueden aportar afectos y sudores sencillos y sinceros. Se trata de sueños de muchos basados en la entrega generosa,  sin esperar recompensas. Son ilusiones que bordan con vivos colores los campos de la sociedad que nos circunda y a la cual nos debemos.

          Creo que esa solidaridad permanente constituye parte esencial del Espíritu de la Navidad con el cual todos soñamos.

O sea, es una conducta, un hábito, una idiosincrasia que debe practicarse día a día, sin ruidos, subterránea y calladamente. Dar sin esperar a recibir, que es la mejor forma de ser felices. Aportar lo que se tiene, en la proporción que la circunstancia recomiende. Y si no se tiene nada, aportar voluntad, sonrisas, sudores y lágrimas, que son ayudas que estimulan, que fortalecen, que convierten los sueños en felices realidades.

Ilusión y anhelo, solidaridad y esfuerzo. Risas y llantos verdaderos, porque son sentimientos volcados hacia los demás con quienes los compartimos. Así, la risa se multiplica y la pena se divide, en operaciones matemáticas curiosamente contradictorias, combatiendo a cada instante las desigualdades, respetando asimetrías de costumbres, construyendo sociedades igualitarias…

Y, por fin, soñando. Si, soñando con tiempos mejores, con manos unidas en torno a proyectos de comunidad enriquecedora. Caminando hombro con hombro, mirando adelante con la confianza de que no desfalleceremos en el intento de avanzar.

Se trata, en definitiva, de ser mejores, más solidarios, más humanos, más generosos, más sencillos. En definitiva, es importante que podamos redescubrir y practicar cada año,  el verdadero Espíritu de la Navidad.

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