«El Antropoceno nos obliga a repensar no solo nuestra tecnología, sino nuestra ética y nuestra política.»

Bruno Latour.

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Las relaciones exteriores son cosa seria

La gran mayoría de los ciudadanos tiende a entender  el concepto de “política” como algo que tiene que ver con  todo lo relativo con  la gestión de la actividad interior  del Estado en  sus diversos  aspectos, lo que implica una visión  profundamente errónea. Hace más de medio siglo un importante líder, enfrentando un debate sobre la materia en el Senado de la República, señaló, más o menos, lo siguiente: “Para un país, la política interna y  la política exterior son como las alas para un pájaro: necesita de ambas para poder volar”.

Si hace seis décadas tal aseveración era irrefutable, hoy, especialmente para nuestro país, es tan obvia que nadie osaría seriamente discutirla. Chile forma parte de una red de relaciones con el mundo externo que condiciona sus amistades, afinidades  y enemistades, una malla que a partir de la Carta de las Naciones Unidas comprende una amplia gama de instrumentos y tratados que incluye los organismos regionales, la Declaración Universal de los Derechos Humanos y pactos y acuerdos sobre esta materia a innumerables convenios de carácter político, económico, laboral, de salud, de ciencia tecnología y hasta de naturaleza militar.

Hay un par de consideraciones que deben ser tomadas en debida cuenta. En primer lugar, que el país es una nación de tamaño menor en el concierto internacional pero que, después de los diecisiete años de dictadura, alcanzó altos niveles de respetabilidad por su compromiso a fondo con los derechos humanos, por sus avances económicos que permitieron logros importantes en equidad y erradicación significativa de la pobreza y, lo que es destacable, por mantener una política internacional autónoma e independiente que fue respetada y reconocida por la comunidad mundial. Esta “política de Estado” se mantuvo bajo el primer mandato de Sebastián Piñera con Alfredo Moreno Charme quien fue su canciller durante todo el período y que, más allá de su pragmatismo, condujo con seriedad la secretaría de Estado a su cargo.

En el mandato Piñera II, las cosas cambiaron sustantivamente a partir de la nominación de Roberto Ampuero en el referido Ministerio. Autor de entretenidas novelitas policiales, era evidente que Ampuero carecía de los conocimientos y aptitudes indispensables. A la desorganización e indefinición administrativa (fallida designación de Pablo Piñera, más de seis meses sin embajadores en importantes países como Estados Unidos, Francia, Italia) se sumó la gran torpeza que implicó la “venezualización” de las relaciones exteriores que, en buenas cuentas, implicó usar las actividades internacionales con fines evidentes de política interna.

Ampuero jamás tuvo la personalidad necesaria para detener los arrestos de su jefe y el país, en menos de un año, se farreó su prestigio de seriedad e independencia que, de haberse mantenido, habría podido contribuir a una  salida democrática para  la crisis del país caribeño.

Estos quince meses se han caracterizado por una tremenda liviandad en este campo de la gestión del Estado. Al infantil encuadramiento del pabellón nacional al interior de la bandera de los EE.UU.  durante la entrevista con Trump (ofensivo para la dignidad y soberanía chilenas) se sumaron la fracasada operación de “ayuda humanitaria” al pueblo venezolano que concluyó en un espectáculo publicitario bastante ramplón, el importante viaje a la República Popular China oscurecido por el paseo  y eventual conflicto de interés generado por  la participación de sus hijos y, ahora, el equívoco manejo de la visita al Medio Oriente, zona del planeta en la que el conflicto israelí-palestino lleva más de setenta años, constituyen pruebas palpables  de que la Cancillería del país ha perdido su indispensable carácter profesional. La explicación de la vocera de La Moneda en cuanto a que el Presidente no puede controlar quien se para a su lado es simplemente pueril ya que ello implica que al lado de la máxima autoridad del país, en gira oficial, puede ubicarse cualquier individuo (¿un terrorista?) sin precaución ni protección alguna.

Felizmente, los días de Ampuero parecen haber concluido. Su sucesor en el cargo, Teodoro Ribera, es un abogado respetable, académico y rector universitario. Le costará tiempo y esfuerzos deshacer lo desandado ya que deberá reenfocar las relaciones exteriores en la línea de una política de Estado. Ha dado pasos positivos en sus primeros días en el Edificio Carrera pero si no impide desde el principio que su jefe utilice la diplomacia para darse gustitos personales, su trabajo se verá  irreversiblemente dañado. Utilizar las embajadas como indemnización laboral es inaceptable. Roberto Ampuero a España, José Ramón Valente a Francia, Jorge Ulloa eventualmente  a Paraguay, constituyen ejemplos de lo que no se debe hacer. Cecilia Pérez puede decir que todos los gobiernos lo han hecho pero, precisamente, de eso se trata: de no repetir las malas conductas de otros.

Es hora de que nos pongamos serios.  

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