«No podemos resolver la crisis climática sin cambiar nuestra relación con la naturaleza y con nosotros mismos.»

Naomi Klein.

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Lo mejor de SANFIC 15: Parte I

Hace unos días culminó la edición número 15 del Santiago Festival Internacional de Cine. Para celebrar su aniversario, una de las ventanas más importantes del cine nacional e internacional trajo llamativas películas de Berlín y Cannes, y un par de títulos latinoamericanos que no me dejaron indiferente. Algunas de las siguientes son de las mejores películas del año.

Veneza

Nunca había visto a Carmen Maura en el cine, y qué mejor que en un rol protagónico, así que no podía perderme el filme brasileño Veneza (2019). La actriz es conocida por su tendencia a elegir a directores primerizos para trabajar (como en su propio debut como actriz, donde fue dirigida por un español de apellido Almodóvar), y ésta no es la excepción, siendo el debut del director Miguel Falabella.

Maura interpreta a la Gringa, la dueña de un burdel de mala muerte en una zona pantanosa cerca de Río de Janeiro. Es una mujer anciana, ciega, y que sueña con viajar a Venecia, e insiste en que debe hacerlo, pues no le queda mucho tiempo. Tiene rabietas al respecto, que suelen incomodar a los clientes y a las prostitutas que trabajan y cuidan de ella. Su propósito es reconciliarse con un antiguo amor, a quien abandonó por elegir su independencia.

Sí, esta historia nos la han contado muchas veces, pero lo interesante es encontrar nuevas maneras en que nos la cuentan. Falabella, consciente de que su protagonista sueña con un amor a la italiana, construye a los personajes femeninos como variaciones de la Cabiria de Giulietta Masina, quizá la más grande prostituta cinematográfica; todas poseen un corazón de oro, lo que es muy conmovedor dado el contexto sórdido en el que existen. Él sabe modular las actuaciones de su elenco (sobresalen Dira Paes, Marie Paquim y Eduardo Moscovis); entendemos el patetismo de los personajes y su férreo idealismo. Pensé que quizá estas mujeres se dedican a la profesión más antigua del mundo después de haber renunciado al amor, por lo que la determinación casi irracional de la Gringa se vuelve comunal.

Las chicas son asiduas a un circo pasante funciona próximo al prostíbulo, y forman una inesperada conexión que puede beneficiar el anhelo de la Gringa. El mayor desafío de Maura es doblar a la actriz uruguaya Camila Vives, quien personifica a una Gringa más joven en flashbacks; sin embargo, en el presente Maura la interpreta con suma energía. Pocas actrices con la trayectoria de ella mantienen esa presencia tan carismática, y no ha perdido un ápice de su viveza y tenacidad.

Veneza es una historia sobre las aspiraciones de los pobres, de los errores que cometen por no poder prever mejores posibilidades, y es, sobre todo, sobre los grandes actos de generosidad que las personas emprenden para hacer felices a otros. Es también divertida, patética, y hasta sexi. Contiene un par de subtramas que pueden parecer excesivas, no obstante, matizan el universo emocional de los personajes, dotando de mayor significado sus sueños románticos.

Visualmente, es novedosa y osada. El montaje es económico; algunos planos exudan la humedad del entorno con zonas desenfocadas; una representación teatral en el circo está fotografiada como si fuera una película muda y el uso del color es tan expresivo, que uno no cuestiona en riesgo estético de Falabella aquí. Las escenas finales tienen el efecto arrobador de una epifanía.

El director ama el material con el que trabaja y el sentimiento es contagioso. Veneza es un excelente debut para un cineasta que demuestra empatía y virtuosismo. Qué deleite.

Ghost Town Anthology

Este filme canadiense de Denis Côté compitió por el Oso de Oro en la Berlinale este año, y yo le habría dado algún premio, es una pieza muy rara como para que pase inadvertida. Ghost Town Anthology (2019) es, en palabras simples, un cuento de fantasmas. Tras la muerte de su hermano Simon, aparentemente de tendencias autodestructivas, el joven Jimmy es incapaz de resignarse a la posibilidad de que se haya suicidado.

¿Por qué lo habría hecho? No lo sabemos y somos incapaces de saberlo jamás. La muerte se lleva consigo respuestas vitales a nuestras inquietudes, y nuestra obligación es conciliar aquel desasosiego y el flujo cotidiano para seguir adelante más o menos incólumes. No estamos seguros de si los personajes se transformarán a lo largo del camino; si no, ¿significará algo? Ghost Town Anthology expresa un estado de ánimo específico, las vibraciones del alma durante el luto, sin nunca explotar intensidades efectistas. La película confía en nosotros.

Côté nos presenta una versión extraña del duelo. La muerte de Simon es la primera en muchos años en el pueblo quebequés de Irénée-les-Neiges, lo cual afecta a todos los habitantes, y la historia es una especie de mosaico fúnebre compuesto de fragmentos de quienes sobreviven. Un día, por ejemplo, la obstinada alcaldesa del pueblo recibe la visita de una psicóloga musulmana de Montreal, a quien rechaza, asegurando de que todos estarán bien, que no necesitan ayuda. El orgullo local es un tema, y es la tensión entre los naturales y los forasteros lo que desencadena los primeros pensamientos acerca de una invasión a un lugar pacífico.

Que después Jimmy, su madre, los vecinos, amigos, atestigüen haber visto personas desconocidas en lontananza, en la calle, a través de la ventana, por el resquicio de una puerta, sombras en pasillos, no llega a ser tan inquietante. Sin embargo, es la constancia de los avistamientos lo que resulta cada vez más perturbador.

Côté utiliza cortes rápidos para sugerir apariciones espontáneas de fantasmas, lo cual resulta en una cosa distinta a un susto, algo parecido a la mecánica de un jump scare, que a su vez es representativo del estado interior de los personajes. El diseño de sonido es intimidante, a veces casi imperceptible, subrayando desarrollos fútiles. La textura granosa de la imagen se debe a que el director filmó en Super 16mm; tal vez deseaba imaginar que la película era un registro único que podría desaparecer para siempre, como un fantasma, y tenía que rescatarlo. Y, asimismo, aquí hay leyendas urbanas.

Pero ésta no es ninguna cinta de terror. Dicha estética es utilizada sutilmente por el director para comunicar la desazón colectiva de Irénée-les-Neiges. Es interesante la forma realista en que el pueblo es representado. Para quien haya estado en Canadá en invierno, reconocerá el sol tenue, casi invariable; el horizonte de un rosa débil; los confortables interiores hogareños; y la costumbre de cremar a los que han fallecido, ya que es más caro sepultarlos.

Ghost Town Anthology observa el comportamiento errático que queda, manifestado en personajes variopintos e impredecibles. No obstante, no son tratados como fenómenos; lo que pasa es que Irénée es tan pequeño, que las peculiaridades de su gente emergen con más fuerza.

A pesar de las excentricidades del guion, Côté procede con mucha calma, alcanzando alturas metafóricas y etéreas. Una clara muestra de urbanidad.

Ceniza negra

La selva espesa esconde secretos inefables, tradiciones arcaicas, posee tal vez una magia que no se sabe utilizar, y crece libre justo entre grandes ciudades. Esas son las características que reúne Selva, una adolescente puertorriqueña al centro de Ceniza negra (2019), debut de la directora Sofía Quirós y que compitió en la Semana de la Crítica en el pasado Festival de Cannes. Interpretada con bríos y naturalidad por Smashleen Gutiérrez, Selva es una metáfora de las condiciones en las que se desenvuelve, una contradicción andante. Es exótica, misteriosa, ingenua y valiente, quizá porque no tiene más opción: vive con sus dos abuelos, y aunque ella es la menor de edad, le toca cuidar de los adultos, deteriorados por enfermedades y actitudes infantiles que suele ponerlos en peligro. Los padres viven en la ciudad y envían dinero.

La muchacha se refiere al abuelo (un frágil Humberto Samuels) como Tata, con quien se lleva mejor. Mientras que a su abuela (Hortensia Smith) la llama por su nombre de pila, Elena. Esta relación es más tensa, pues Elena se droga de vez en cuando, y es una holgazana. Aunque no esté tan enferma como su marido, quien apenas puede moverse, no muestra un ápice de interés en ayudar a su nieta en los quehaceres de la casa, lo cual enerva aún más a esta última.

Selva asiste a la escuela, al parecer la única de esta localidad rural, y como sucede a su edad, empieza a sentirse atraída por otros muchachos. Ella escucha ritmos latinos, reguetón, mezclado con algo de pop. Le gusta un chico que escucha rock, y es tierno ver estas fases del descubrimiento de la otredad desprovistas de sorpresas hostiles, como lo haría un director ansioso por más enjundia.

Quirós opta por un tono más comedido, y contemplamos, a veces asombrados, desarrollos insólitos que transforman profundamente a esta familia. Ceniza negra ofrece una mirada compasiva y muy original a la muerte y al desapego, y resulta vigorizador ver a los personajes navegar por estos procesos.

Es una virtud que Selva sea una chica inteligente. Su proactividad mueve el drama y hace atractivos los misterios de la narración. Por ejemplo, tiene de amiga a una mujer cuyo origen no conocemos, ni sabemos su nombre, ni su verdadera conexión con la protagonista, ni siquiera podemos adivinar su edad. Intuimos que se comunican mediante telepatía. Estas inesperadas pinceladas de realismo mágico (incluso poesía) fijan la historia en un territorio imaginario propio de Latinoamérica, y la dotan de impredecibilidad.

Quirós y la directora de fotografía Francisca Sáez Agurto hacen rendir el presupuesto limitado, creando un lenguaje visual que transmite una espiritualidad del todo convincente. Algunos primeros planos, sobre todo de Gutiérrez, contienen bastante aire en la parte superior, y me figuré que era una sugerencia de la divinidad de ella, como si Quirós quisiera que advirtiésemos el halo invisible en la cabeza de la muchacha. Como la etérea Moonlight, los rostros están iluminados de tal manera que reflejan la paleta de colores alrededor, profusa en verdes y cerúleos. Las vistas al horizonte desde la playa invitan a que cielo y mar se fusionen.

Hay detalles sutiles en el diseño de sonido que también aportan a la propuesta sobrenatural, la que, en general, se acerca al enfoque que Apichatpong Weerasethakul usó para El tío Boonmee.

Pero, al final, todo depende de los tres actores principales. Dada su comodidad ante la cámara, uno jamás pensaría que no son profesionales, mas la naturalidad que aportan a la historia es vital para que ésta funcione, y se complementa con la frondosidad y los ríos y los caminos. Un debut ejecutado con tanta convicción es un verdadero logro, y su belleza es tan trascendente como el viaje interior de los personajes.

Vivarium

Lo primero que vemos es un nido de pájaros. Los polluelos están recién nacidos y carecen de plumaje. Uno de ellos comienza a empujar al resto fuera del nido, hasta que sólo queda él. En una escena posterior, la profesora de kindergarten Gemma (Imogen Poots) le explica a una de sus alumnas que los pajaritos murieron al caer, pues, porque así es la naturaleza humana. OK. Es una asociación pretenciosa, pero, por fortuna, avanzamos rápidamente a territorio más sustancioso.

Gemma está casada con Tom (Jesse Eisenberg), un jardinero, y juntos planean establecerse en una casa que aún buscan. Una visita a un extraño corredor de propiedades, conocido por su nombre de pila Martin (Jonathan Aris), los lleva al suburbio Yonder. Allí revisan el número 9 de una calle idéntica a las otras. Lo perturbador es que, además, todas las casas son iguales, y las calles sinuosas sugieren la arquitectura de un laberinto. El corredor desaparece. Gemma y Tom quedan solos y buscan la forma de salir de ahí. Sólo que no pueden. Están atrapados.

Aunque no es tan así. Lo correcto sería decir que están condenados a vivir ahí sin opción de salir jamás. Al menos, siempre está soleado. La historia es surrealista, kafkiana, fatalista, satírica, especulativa (no estoy seguro de si es ciencia ficción). Es también un cuento de terror (moral).

En su segundo largometraje, el director irlandés Lorcan Finnegan consigue hacer maravillas con un presupuesto bajo. Los efectos especiales empleados en algunas escenas son más que convincentes y mantienen el tono y estilo general de la historia. El diseño de producción es ambicioso. Yonder es vasto, de un horizonte infinito. Las miles de casas son creaciones digitales, por supuesto, y crean la ilusión de estar viviendo dentro de una pintura de Magritte, con el contraste entre la belleza de la composición y figuras imposibles. La decoración interior del número 9 es singular, y son detalles, en suma, que cuestan dinero.

Vivarium es el tipo de película que debería encontrar financiamiento en Hollywood, pero no es así, porque también es un filme personal, idiosincrásico, lo cual es un logro para Finnegan.

Aunque pretenda que Gemma y Tom funcionen como arquetipos, no tiene tanta suerte aquí como en la visualidad. Son la pareja perfecta, mas cuando les toca criar a un hijo de origen incierto (y súbito), puede interpretarse como la representación de la parentalidad renuente, en específico, de padres jóvenes; ¿con qué fin?

Por mucho que el filme despliegue un enfoque contemporáneo acerca del matrimonio, los personajes principales están limitados por la circunstancia que el director les impone. Y que ésta sea de lo más cruel tampoco resulta compensatorio. No tenemos información del pasado de esta pareja, ni cómo se comportan en otros contextos (excepto por la secuencia inicial y una referencia vaga a la vez que se conocieron). Necesitamos saber qué han hecho para merecer Yonder.

Así, Vivarium explota las peores conductas de un matrimonio. Es fácil acceder a ellos sólo desde el patetismo, ya que los personajes no crecen, y las escenas se tornan repetitivas. Es como si Finnegan los torturase para nuestra diversión. O para persuadirnos de algo. ¿De qué? Tal vez, me figuro, de cómo el sueño del estilo de vida perfecto se manifiesta a través del materialismo, y cómo éste arruina a las personas a la larga, etc. Y, a pesar de lo anterior, Gemma y Tom nunca dan señales de estar viciados dentro de su relación (Poots y Eisenberg nos abruman con su química). Entonces ¿por qué tienen que pasar por este infierno? ¿Porque así es la naturaleza humana? OK.

Es gratuito, y fue aquí que dejé de preocuparme. O sea, la película traza un par de ideas interesantes, pero no son muchas, y para nada desarrollan un discurso de mayor complejidad intelectual. Provee los placeres desconcertantes de un bucle, que entrampa la narración. Si el azar está involucrado, no deja una estela de mucho significado. Es una experiencia frustrante por el potencial no explorado, aunque estimulante por la visión fresca de un cineasta intrépido.

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