
MACHISMO ESTRUENDOSO
El machismo es un tipo de violencia de género que por siglos ha predominado en nuestra sociedad; una violencia que discrimina y agrede física o psicológicamente no solo a las mujeres, sino que también a todo aquel que exhiba una conducta asociada a la femineidad.
Fundado en estereotipos y profundos prejuicios, el machismo pregona una desvalorización de la mujer sustentada en una supuesta superioridad del hombre; y esta desvalorización se ha manifestado a lo largo de los años de diversas formas y en diferentes ámbitos.
La educación; por mucho tiempo el acceso a la educación estuvo permitido fundamentalmente a los hombres, por considerarse que el rol de la mujer estaba restringido a la familia y el hogar. Si bien esta realidad ha cambiado de manera importante, aún es posible observar hoy, que la educación tanto en su contenido como en su orientación, privilegia modelos de enseñanza cuyo centro es el varón.
La violencia; por siglos nuestra sociedad ha estado marcada por la violencia hacia la mujer; una violencia que se manifiesta a través del abuso físico, sexual, verbal o emocional, económico, religioso o espiritual, y el acoso criminal. Si bien la situación ha mejorado, es increíble que hoy, en el siglo XXI, de acuerdo al SERNAM, anualmente mueren cerca de 40 mujeres víctimas de la violencia de sus parejas. En Chile, una de cada tres mujeres ha sufrido o está sufriendo esta violencia manifestada en cualquiera de sus formas; del total de mujeres que sufren actos de violencia, la mayoría no los llega a denunciar; un 34,5% de las mujeres que sufren violencia psicológica no lo denunciaron por que se auto-convencieron de que no fue tan serio; un 24,5% de las mujeres que sufrieron violencia física no lo denunciaron porque tuvieron miedo; y el 40% de las mujeres que sufrieron violencia sexual no lo denunciaron porque sintieron vergüenza de contar su historia.
La discriminación en los derechos; la privación o restricción de derechos y libertades ha sido por años una de las características de nuestra sociedad eminentemente patriarcal; mujeres sin derecho a voto, tratadas de manera desigual ante la ley y afectadas gravemente por una restricción en sus derechos civiles. Si bien el siglo XX fue testigo de significativos avances en esta materia, hoy, en el siglo XXI, es aun posible encontrar lugares donde la mujer no puede por ejemplo expresarse con libertad, decidir con quien casarse o ser titular de derechos de propiedad.
El trabajo; Una de las transformaciones sociales y económicas más significativas ocurridas en el siglo XX fue la incorporación de un importante número de mujeres al mundo laboral. Hasta mediados del siglo pasado las mujeres permanecían mayoritariamente en sus hogares al cuidado de la familia, mientras que los hombres eran los protagonistas en las actividades laborales; sin embargo, a partir de los años 1940 empezó a observarse un aumento gradual y progresivo de mujeres que se sumaban a las actividades laborales. El porcentaje de mujeres incorporadas al mundo del trabajo pagado aumentó de aproximadamente un 16% a principios del 1900 a cerca de un 62% en el 2008, y sigue creciendo. Sin embargo, pese a estos avances, aun en el siglo XXI es posible constatar una marcada desigualdad y valoración de hombres y mujeres en el mundo laboral; traduciéndose esto en que esta última sufre de acoso sexual en el lugar de trabajo, mayor precariedad en las condiciones de empleo, mayor concentración de mujeres en aquellos trabajos de menor salario, menor representación de las mujeres en aquellas posiciones consideradas ejecutivas, menores oportunidades de perfeccionamiento y desarrollo en sus puestos de trabajo, presiones directas o indirectas para “elegir” entre el rol de madre o profesional y finalmente, salarios 10% a 30% en promedio más bajos que los hombres en posiciones de naturaleza similar, diferencia que llega en algunos países hasta un escandaloso 60%.
La Religión; las religiones en general han estado marcadas por un sesgo machista que de manera directa o indirecta ha influido en el rol que a la mujer le cabe en la sociedad. A manera de ejemplo, San Agustín, decía hace más de mil quinientos años, «Vosotras, las mujeres, sois la puerta del Diablo: sois las transgresoras del árbol prohibido: sois las primeras transgresoras de la ley divina: vosotras sois las que persuadisteis al hombre de que el diablo no era lo bastante valiente para atacarle. Vosotras destruisteis fácilmente la imagen que de Dios tenía el hombre. Incluso, por causa de vuestra deserción, habría de morir el hijo de Dios»; así como los musulmanes en El Corán, verso 38 del capítulo de Las Mujeres, dicen, «Los hombres son superiores a las mujeres, a causa de las cualidades por medio de las cuales Alá ha elevado a éstos por encima de aquéllas, y porque los hombres emplean sus bienes en dotar a las mujeres. Las mujeres virtuosas son obedientes y sumisas: conservan cuidadosamente, durante la ausencia de sus maridos, lo que Alá ha ordenado que se conserve intacto. Reprenderéis a aquéllas cuya desobediencia temáis; las relegaréis en lechos aparte, las azotaréis; pero, tan pronto como ellas os obedezcan, no les busquéis camorra».
Frente a este machismo estruendoso y como respuesta a esta realidad, se desarrolla el movimiento feminista, que desde sus inicios ha evolucionado de manera importante, transformándose en un movimiento social global, integrado por grupos muy diversos, y que con diferentes énfasis se han constituido en un verdadero motor de cambios sociales. Ya sea a través del feminismo socialista, el de la igualdad, el ecologista, el radical, el anarquista o el de la diferencia, la gran lucha de este movimiento ha estado enfocada en lograr un reconocimiento igualitario del rol de la mujer en la sociedad.
El feminismo no es un movimiento en contra de los hombres y tampoco promueve el odio; el feminismo es un movimiento, y en muchas oportunidades un grito apasionado y a veces desesperado, en favor del trato igualitario y el reconocimiento de libertades y derechos de las mujeres.
Las principales reivindicaciones del movimiento feminista pueden resumirse de manera muy simplificada en el derecho a votar en igualdad de condiciones y sin restricciones de ningún tipo cuyo origen pudiera estar asociado a cuestiones de género; el derecho a acceder a la educación; la igualdad en derechos laborales y particularmente en los salarios correspondientes a trabajos similares; el fin de la violencia machista y del abuso de genero históricamente consagrado en sociedades de naturaleza patriarcal; la libertad y el derecho a incidir y participar en la vida pública, política y económica; la igualdad en la repartición de las tareas asociadas a la vida doméstica y familiar; y la capacidad de ejercer los derechos reproductivos de manera informada y con libertad.
El Feminismo, ese con mayúsculas, no persigue ni ataca al hombre, sino que denuncia y condena a todos aquellos que abiertamente o escudados en un victimismo absurdo, pretenden mantener un status quo de discriminación, postergación y desvalorización de la mujer.
Es cierto; muchos hombres, y es posible que algunas mujeres, se sienten incomodos e incluso molestos frente a este movimiento y sus demandas. ¡Qué bien que así sea!
El feminismo no tiene por objetivo agradar o delicadamente interpelar. El feminismo persigue remover y cuestionar conciencias. Y después de siglos de negación, este cuestionamiento requiere ruido, efervescencia y alegría. El ruido de quienes por siglos se han sentido postergadas y discriminadas; la efervescencia de quienes con pasión intentan cambiar el mundo; y la alegría de quienes con esperanza observan que la posibilidad de un mundo mejor y más igualitario existe.
Maroto, realmente lo felicito por exponer en su artículo, ese Machismo Estruendoso aún existente en la sociedad mundial. Los movimientos femeninos contra toda clase de estereotipos dirigidos hacia la que nos dió la vida, se están haciendo notar, lo cual es muy merecido. Porque no se justifica que una mujer que ejerza exactamente el mismo trabajo de un hombre, reciba un sueldo inferior, por el simple hecho de ser mujer. La responsabilidad es la misma, la producción es la misma, el tiempo invertido es el mismo, pero los beneficios son diferentes. ¿Cómo se puede justificar tal discriminación?.
Gracias por este artículo, por poner con tanta claridad que buscamos interpelar con conciencia, alegría y creatividad al mundo viejo y al mundo actual, porque creemos que otro mundo si es posible.