«Si no somos capaces de entender que los problemas de la comunidad en que vivimos no son solo de responsabilidad de los demás sino también de cada uno de nosotros, difícilmente podremos salir adelante.»

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MAYO 68: PROHIBIDO OLVIDAR

Cincuenta años han pasado (2018) desde la revolución de mayo del 68, la revuelta estudiantil francesa que salpicó a otros países europeos, y que desafío al general Charles de Gaulle tomándose la Sorbona y promoviendo una huelga general que movilizó a 9 millones de trabajadores. En los numerosos ensayos, artículos y libros que la han analizado predominan los que tratan de juzgarla como una frustrada revolución política que apuntaba contra el sistema capitalista, dando como argumento que el sistema capitalista posteriormente a esa época no solo no sucumbió, sino que se expandió sobre la base del liberalismo económico, del consumismo y de su mundialización. Mirado desde una óptica netamente política obviamente que mayo 68 no cambió el sistema, no hizo caer a de Gaulle, e incluso éste disolvió el Parlamento, desarmó a los sindicatos concediendo aumentos salariales y otras garantías, y llamó a elecciones saliendo elegido tomando como bandera lucha contra el “comunismo totalitario”.

Pero el juicio histórico se aleja mucho de calificar este movimiento como una frustrada revolución política. No cabe duda, que el movimiento fue mucho más complejo y tal como afirma Alan Touraine, en mayo 68 no hubo ideas políticas en juego que se debatieran, pese a que dominaba el lenguaje marxista-industrial y al fuerte apoyo de grupos trotskistas, maoístas y minoritariamente comunistas. Es obvio que, para sus más destacados líderes, entre ellos Daniel Cohn-Bendit (Dany, el Rojo) el movimiento, analizado bajo el prisma netamente político, no logró sus objetivos. Su libro “Olvida el 68” muestra con desazón que el mundo por el que luchó había desaparecido.

Sin embargo, para muchos analistas y estudiosos mayo 68 fue una importante y trascendente revolución intelectual y cultural, que destapó temas étnicos, religiosos, sexuales, de opresión de género, de alienación tecnológica, de medio ambiente, y otros, que están actualmente en el debate. Para Touraine “es uno de los movimientos culturales más importantes, aquello que nos muestran que el imaginario, el arte, las representaciones son tan importantes como los actos propiamente políticos”.

También habría que destacar que este hito significó un salto importante en la participación de la juventud en los procesos de cambios de los países. Antes las manifestaciones juveniles y sus luchas estaban restringidas a sus actividades ligadas generalmente a los procesos educativos. En mayo 68 la juventud expandió su esfera de inquietudes proyectándose hacia el cuestionamiento del sistema y de los valores predominantes, de las formas de estructuración del poder, de la organización social, de la manipulación por parte de los poderes establecidos y fácticos. Hubo un salto de madurez significativo.   

Las consignas desafiantes e imaginativas de los muros de las universidades y de las calles de ciudades de Francia permanecen hasta hoy en la memoria: “Prohibido prohibir. La libertad comienza por una prohibición”, “Sean realistas, pidan lo imposible”, “La imaginación al poder”, “Corre camarada, el viejo mundo está detrás de ti”, “Pensar juntos, no. Empujar juntos, sí”. “Decreto el estado de felicidad permanente”. “Olvídense de todo lo que han aprendido. Comiencen a soñar”. “Lo sagrado: ahí está el enemigo”. “La cultura es la inversión de la vida”. “Dios: Sospecho que eres un intelectual de izquierda”. “Vivir contra sobrevivir”, etc. También permanecen imborrables las cartas generadas en la Sorbona: “La revolución burguesa fue jurídica, la revolución proletaria fue económica, la nuestra será social y cultural”.

Pero, ¿qué significó para muchos chilenos estos aires frescos y turbulentos? Para mi generación y en particular, para el pensamiento universitario, que pudo vivir y palpar cambios tan significativos desde comienzos de los sesenta, estimo que, mirado desde cincuenta años de distancia, este movimiento penetró mucho más de lo que los balances inmediatos estimaron. Muchos de los filósofos, escritores, sociólogos, siquiatras, y políticos, obviamente que eran leídos y discutidos en el país antes de mayo 68, pero lo que hizo este movimiento fue revitalizarlos, intensificar la reflexión de sus posiciones, y sobre todo hacer salir a través de ellos los temas emergentes que el país no podía postergar.

A comienzo de los sesenta en Chile vivíamos un estado de renovación y cambio. La antigua y colonial estructura agraria caía baja el proceso de reforma agraria comenzado muy tibiamente en el gobierno del presidente Alessandri e intensificado en forma muy significativa bajo el gobierno del presidente Frei Montalva. A nivel latinoamericano la revolución cubana influía para ideologizar y radicalizar procesos en varios países de la región.

Pero el país estaba muy lejos de las luchas de Francia y en especial de las preocupaciones intelectuales de las universidades francesas. Chile necesitaba cambios radicales, en especial para dejar atrás la dramática situación social del campesinado y de los sectores pobres de las ciudades, que, aunque mejores, no estaban tan alejadas de la realidad rural. Por ello, las principales reivindicaciones de esos tiempos eran dirigidas a suplir necesidades básicas de la mayoría de la población chilena. Sin embargo, ya había una clara efervescencia en los universitarios del país. La toma de la Universidad Católica en 1967, antes de mayo 68, fue un hito de gran trascendencia, por provenir de estudiantes en su mayoría de clases acomodadas, y por la introducción de cuestionamientos a lo que parecían en el país verdades soberanas e incuestionables.

No obstante, empezábamos a recibir los debates y reflexiones de este movimiento tanto desde Francia como desde Alemania e Italia. En la lucha de mayo destacaban los voceros de pensamientos políticos Alain Geismar y Alain Krivine, además de los líderes estudiantiles liderados por Daniel Cohn-Bendit.

Sin embargo, aunque muchas voces disidentes se autocensuraron, fue Raymon Aron quien alzó su voz, a través de profundas discusiones con Jean Paul Sartre. En su libro escrito cuarenta años después llamado “La révolution introuvable” (“La revolución inhallable”) justifica su posición. “No conozco otro episodio de la historia de Francia que haya dejado el mismo sentimiento de irracionalidad”. En un país pacato y conservador como el Chile de los sesenta, los planteamientos popularizados en Francia contenidas en las publicaciones de Wilhelm Reich (fallecido en 1957) permitieron empezar a discutir temas vedados en esa época: “La lucha por la liberación sexual es un paso previo para una revolución política.” Esta afirmación fue parte de algunos de los debates de los intelectuales que propiciaban ‘la revolución en libertad’ de Eduardo Frei y los que querían llegar al socialismo por la vía electoral.  Reich afirmaba que la represión sexual era de origen socioeconómico y no biológico y que la “supresión sexual era un instrumento esencial para la esclavitud económica”.

Raoul Vaneigen nos trajo a Chile los temas relacionados con la necesidad de la reflexión de una nueva sociedad que superase la situación en la que había caído occidente en la posguerra. “La búsqueda de la armonía de las pasiones, finalmente liberadas y reconocidas, sucede a la carrera tras el dinero y las migajas del poder.”

Terciaba en eses entonces con fuerza en los debates Louis Althusser.  Posterior a mayo 68, en 1969 Althusser hizo un análisis profundo de las diferencias entre las reivindicaciones obreras y las demandas estudiantiles. Como estructuralista y bajo los principios del materialismo histórico llegó a la conclusión que los obreros franceses se manifestaron más realistas, asumiendo que mayo 68 fue sólo un hito en el tránsito de las largas luchas de la clase obrera. Además, profundizó el tema de como permea la ideología en función de las condiciones de vida. “La ideología representa una relación imaginaria de los individuos con sus condiciones reales de existencia.” Pero para Althusser mayo 68 fue en lo fundamental una suerte de experimentación científica.

Los diálogos de Herbert Marcuse y Jean-Paul Sartre nos trajeron temáticas relevantes frente a la dominación subliminar del sistema y frente a la penetración de la tecnología como arma. Marcuse en especial a través de su libro “El hombre unidimensional” fue muy influyente para nosotros pues nos hizo profundizar los temas de la sociedad mercantil, el consumo forzado, la represión social, la alienación del hombre y su manipulación en una sociedad de grandes adelantos tecnológicos. “La sociedad unidimensional de basa en el positivismo, que sirve de base a la racionalidad tecnológica y a la lógica del dominio. Y esta filosofía no tiene rival porque se ha anulado el espacio de la crítica.”

La intensificación de estas discusiones y su direccionalidad hacia la búsqueda de salidas al conflicto, nos hicieron ver que, más allá de nuestras luchas reivindicativas, había cuestionamientos hacia las nuevas formas de dominación del sistema, mostrando las máscaras de la objetividad científica y el uso del progreso tecnológico. Por otra parte, nos ayudó a darnos cuenta de las imperfecciones de nuestro sistema de gobierno: “La dominación tiene su propia estética y la dominación democrática tiene su estética democrática”.

La irrupción del existencialismo, derivado de la lectura de Jean-Paul Sartre también permeó en el intelecto latinoamericano. No muchos pensadores adhirieron a sus pensamientos, pero sus aportes dejaron simientes en cada uno de los temas que abordaba. Sartre fue realista rescatando la importancia fundamental de la historia en la vida humana. Fue duro y locuaz y tuvo una influencia manifiesta en los sucesos de mayo 68. Luchó para difundir sus ideas y presionó para que cada cual se comprometa con su tiempo: “Puede haber más bello tiempo, pero este es nuestro”.

La rebeldía del espíritu de los sesenta, no bastó para cambiar el mundo. Es posible que muchos coincidan con Edgar Morin al afirmar que el movimiento “fue más que una protesta, pero menos que una revolución”. Sin embargo, él mismo afirmó: “No veo una revolución sin rostro fácil… veo un diagnóstico de las carencias profundas de nuestra sociedad en anuncio de desarrollos futuros…

“Para los que lo vivimos desde lejos nos dejó la enorme tarea de discutir las nuevas temáticas.  Aunque el mundo de hace 50 años atrás no estaba interconectado, ni dominado por la fiebre comunicativa actual, la dimensión del movimiento de mayo 68 rápidamente expandió su influencia. Reitero, por sus contradicciones e indefiniciones, no fue un movimiento político, sino que consistió en una explosión cultural que contribuyó a acelerar algunos de los procesos de cambios profundos que ya habían empezado en nuestras universidades y en nuestra sociedad, y que sirvió para incorporar reflexiones sobre temáticas que en ese entonces estábamos tímidamente develando. Después de 50 años aún quedan algunas semillas en latencia sembradas en mayo 68 que, aunque tardíamente, necesitan germinar.

NGV

2018

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