
Mi encuentro con el Sol Negro…
El motor del avión ronroneaba suavemente, la sombra del Airbus LATAM de fuselaje mediano se desplazaba rápidamente sobre las montañas del desierto de Atacama, el más árido del mundo ubicado en regiones no polares. Se dice, que en algunos lugares de este desierto no ha llovido en 400 años. El aterrizaje en el aeropuerto homónimo fue suave y mostró una arquitectura pequeña, asombrosamente retirada de Copiapó, la ciudad más cercana, distante a 54 kilómetros. Después de retirar mi maleta desde la cinta transportadora, hablé con una dependiente quien me consiguió un vehículo que me llevó en 45 minutos a la ciudad. En el censo de 2012 Copiapó tenía unos 160 mil habitantes. Esta ciudad de pasado minero y presente de exportación de uva de mesa, podría deber su nombre a la voz quechua qupa-yapu , uno de cuyos significados es divinidad turquesa, aludiendo al mineral de color azul verdoso y brillo céreo formado por fosfato hidratado de cobre y aluminio. Entrábamos ya a la ciudad y se podía ver el estrecho caudal de agua del río Copiapó, al otro lado del cual se levantaba un centro comercial. Era domingo, y muy poca gente transitaba en las calles. Llegamos al hotel junto a un casino que invitaba a la fantasía y a correr suerte con máquinas traga-monedas ilustradas con motivos multicolores relatando fantásticas historias, y a perder dinero, por supuesto. Feliz quedó el taxista con su propina, y la recepcionista me entregó un vale por un trago de bienvenida y otro para jugar 3000 pesos gratis en el casino, el cual nunca ocupé.
A la mañana siguiente empezó el congreso, llegaron 200 especialistas de todas partes del mundo conocedores de los fenómenos que ocurren en el Sol y estrellas magnéticamente activas, todo un acontecimiento científico para la ciudad y un honor para los anfitriones de la Universidad de Atacama. Se trataba del Simposio de la Unión Astronómica Internacional número 354. Muchos participantes habían venido atraídos en parte por el eclipse total de Sol que ocurriría al día siguiente, el 2 de julio del 2019, en una delgada franja de tierra. La sombra de la luna recorrería a una velocidad promedio de 2736 kilómetros por hora una banda de 147 kilómetros de ancho mientras que el tiempo que la luna ocultaría totalmente al Sol duraría alrededor de dos minutos en cualquier punto de la zona de totalidad en el territorio Chileno, poco tiempo para un acontecimiento que muchos han catalogado como excepcional. Estos eclipses son raros, en promedio ocurren dos eclipses de Sol al año (no necesariamente totales) y en un mismo lugar pueden pasar cientos de años antes de que ocurra el siguiente. El hecho que el próximo eclipse total en Chile sea tan pronto, en Diciembre del 2020, es algo absolutamente excepcional. Los organizadores del evento nos trasladarían a un lugar elegido entre Copiapó y La Serena, dos ciudades importantes del norte, para observar el evento.
Nuestro hotel se llenó de turistas, agentes turísticos y buses, todos esperando el acontecimiento por el cual muchos viajaron miles de kilómetros, algunos desde Asia, Europa y USA, solo por dos minutos de oscuridad.
¿Qué depara ese momento en que se oscurece la tierra que llama a tantas personas alrededor del globo? Algunos cazadores de eclipses viajan por el mundo detrás de estos fenómenos, reservando con anticipación pasajes y hoteles, y gastando no poco dinero para experimentar una y otra vez su encuentro con el Sol negro, como si éste les hubiese magnetizado en su primer encuentro, y ya no los quisiera soltar, como ocurre con las adherencias que nos vinculan con las cosas que más nos gustan y queremos. Un millón de visitantes se esperaban en la región para observar el eclipse.
El día del evento nos despertamos temprano, a las 5 de la mañana salían tres buses de los hoteles que cubrían la conferencia. Nos demoramos 3 horas en llegar a los pies del Observatorio La Silla, al llamado Campamento Base, donde esperaríamos la hora del primer contacto, alrededor de las tres y media de la tarde, momento en que la luna comenzaría a ocultar al Sol. El lugar estaba lleno de gente, policías, artesanos bajo grandes toldos ofrecían sus artículos, una fuente de cerveza fría esperaba a una larga cola de sedientos bebedores, autos por doquier, particulares y turísticos, hacinados cola en espacios especialmente asignados para ellos. Toldos cubrían por aquí y por allá a grupos de personas, que empezaban, algunos de ellos, a sacar sus telescopios y binoculares de sus maletas, a montar puestos de observación e incluso un grupo de una universidad cercana desplegó sus pósters de divulgación científica explicando el acontecimiento. El helicóptero presidencial pasó sobre nuestras cabezas, llevando a la máxima autoridad del país y su comitiva al Observatorio sobre la montaña, donde observarían el magno evento. Todo hacia presagiar una tarde inolvidable, incluso el Sol estaba calmo, sereno, iluminando esas tierras áridas, en pleno desierto de Atacama, un lugar flanqueado a lo lejos por observatorios astronómicos internacionales de gran relevancia, repletos de tecnología de última generación.
Y llegó la hora predicha por las calculadoras astronómicas, y por la ciencia, el momento irrepetible, único,
matemáticamente preciso, en que la luna comenzaba a pasearse por el disco solar. Los espectadores llevamos nuestros lentes de polímero negro compatibles con la norma ISO 12312-2 a los ojos y pudimos contemplar en el cielo los primeros atisbos de sombras que comenzaba a penetrar en el disco del Sol. Y así pasaron los minutos, algunos sentados en cómodas sillas, otros parados, otros tomando descansos, en un lapso de una hora la luna comenzó su proceso de oscurecimiento, dejando que el viento se levantase en el desierto, que la noche envolviese los cielos, que el frío comenzase a penetrar los huesos. La caída de temperatura era notable a medida que transcurrían los minutos acercándonos a la totalidad, la gente lanzaba gritos de sorpresa, a medida que el sol convertido en una fina lonja apenas iluminaba ya la tierra. Las estrella comenzaron a aparecer en el cielo, se hizo la noche, aunque a lo lejos podíamos ver las montañas aún iluminadas. El fenómeno de las sombras danzantes se manifestó en la superficie en medio de toldos, gentes, telescopios y vítores. Llegó la totalidad del eclipse, nos sacamos los lentes, sorprendidos por el aura llameante luminosa que rodeaba al astro rey, una luz nunca antes vista directamente por mí y solo visible a simple vista durante la totalidad, que envolvía al sol con un tamaño enorme. Quería atesorar esos momentos en mi memoria, en mi retina, guardarlos como único tesoro, fueron dos minutos que se hicieron eternos, saboreando cada momento, contemplamos a rostro desnudo el sol negro y su enorme corona, una huella de su actividad magnética y enorme energía. A mi alrededor, vítores, gritos, aplausos, murmullos, ejemplificaban el asombro de las multitudes, estremecidas por un espectáculo único, que nos conectó con nuestra pequeñez frente a la naturaleza y sus fuerzas, con algo de lo más antiguo que el hombre experimentó, un reloj astronómico que ha marcado el curso de la historia de la humanidad, provocando anteriormente temor en culturas antiguas, mas ahora, gracias a la ciencia y el conocimiento, un gran asombro frente al espectáculo cósmico.
PD: El libro El Sol Negro de Mario Hamuy inspiró el título de este relato.
Su relato nos llena de conocimientos y nos y nos muestra una cara nueva de científicos capaces de relacionarse con la gente.
Felicitaciones profesor Ronald.
¡Un científico acercando su saber a la gente!
Felicitaciones, ojalá esto no sea mas que una moda temporal.
Sigan con estos temas.
Felicitaciones, se lo merecen.
¡Qué relato! impecable, lleno de sabiduría y precisión narrativa, sumele enseñanza y claridad casi poética.
Una nueva maravilla suya Ronald, gracias por nutrirnos de conocimiento, además, de un modo tan ameno y profundo.
Gracias Ronald por sus grandes aportes