
MILAGRO ENTRE LIBROS
Lorena Hormazábal Carrasco
Cronista y Socióloga, Co fundadora de SINERGIA INTERACCION CONSULTORÍA, – Cooperando a la Comunicación Humana- sinergia.interaccion@gmail.com
Siendo una escolar, a inicios de los años ’80, ingresé por primera vez a Biblioteca Municipal de Concepción. Iba tomada de la mano de mi madre. Me acompañó a buscar material para una tarea escolar. Al ingresar, el lugar me resultó amplio, luminoso. Me regaló la sensación de sentirme grande. A una edad, en que, con ingenua ansiedad, deseamos ser mayores. Tiempos en que los padres, nos miran hacia abajo y nos guían de la mano.
Ahora, tras tantos años, soy yo quien guía a mi madre enferma. Soy yo, quien la asiste y acompaña en sus padecimientos físicos, regalías de los años. Y la querida Biblioteca de Concepción, aún me sigue albergando. Me continúa cobijando e inspirando, cuando las ideas se escabullen en el tráfago de la vida, deberes y responsabilidades.
En esa biblioteca, sigo escribiendo. Y a la vez, recordando que son tan diversos los recuerdos que me evocan. Así, una y otra vez, esa esquina de Caupolicán y Víctor Lamas, frente al Parque Ecuador, ha sido el remanso. La Biblioteca Municipal de Concepción, como un lugar de milagro donde, la luz ingresa desde el techo y pluma y creatividad fluyen.
En definición de RAE se define milagro como “hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino”. En su segunda acepción señala: “suceso o cosa rara, extraordinaria y maravillosa”.
Y un suceso extraordinario ocurrió hace años. Si bien parecía ser de sumo ordinario. Pues sólo se trató de un atropello más de un perro frente al acceso a la Biblioteca, por en calle Víctor Lamas. Algunos de los trabajadores/as de la Biblioteca se compadecieron y se ocuparon de la maltrecha perrita quien enfrentaba un mal pronóstico aproximándose a dejar su vida perruna. Hubo gestión de atención veterinaria. Así, comenzaron a fluir los amistosos y generosos cuidados del equipo de biblioteca. Poco a poco se fue gestando el cariño, pertenencia, comunicación, el milagro etológico. Y, la perra atropellada, a punta de cuidados, logró sobrevivir. Fue bautizada como “La Milagro”. Porque sólo así explicaron, medio en serio, medio en broma, el que lograra sobrevivir.
De este hecho, ya han pasado años. Milagro, siguió como querida habitante de un pasillo exterior de la biblioteca. Donde estaba su casa, plato de comida, plato de agua. Y cada trabajador/a brindaba un aporte mensual para comida y cuidados médicos de Milagro. Pues no existe un ítem “perro” para bibliotecas conforme a contraloría. Existía – fui testigo de ello- un cuaderno con las boletas de atención veterinaria, medicamentos, alimento, cualquier extra. El cuaderno registraba, en forma ordenada, cada gasto, con un rigor ético que ya se lo quisieran muchas empresas privadas y servicios públicos.
La vieja y querida Milagro, a veces, cuando, alguien dejaba la puerta abierta del pasillo interior, hacía su aparición tímida y silenciosa. No le gustaban las fotos y de eso soy también fui testigo pues mucho me costó lograr esta imagen que adjunto. Milagro brindaba una pausa de amabilidad, de ternura en su achacosa vejez de hocico canoso. Ese símil de las canas humanas. La Milagro, sin dudas, fue un aporte al clima organizacional del equipo de trabajo en Biblioteca Municipal. La senil y silente presencia de la Vieja Milagro, dignificó con ternura las labores cotidianas de quienes trabajan allí.
Al ingresar a la Biblioteca, continúo recordando que un día llegué de la mano de mi madre. Y ahora, a mis 45 años, retorno a trabajar y buscar inspiración. Ahora, tomada de la mano, de mi pareja y socio en la creación profesional; un hombre que también gusta del mundo de los libros. Pero ese es otro milagro. Uno de hermosa resiliencia, que un día escribiré.
Por ahora, la invitación es a recordar a Milagro quien, hace un par de meses, -durante el segundo semestre de 2016- tuvo que ser sometida a eutanasia ya que sus múltiples achaques la tenían padeciendo injustamente. Fueron más de 15 años los que compartió tanto con el equipo de biblioteca municipal, guardias nocturnos y con algunos usuarios – me incluyo- que tuvimos la oportunidad de conocerla.
Quien tomó la decisión de solicitar al veterinario dar cese a la vida de Milagro, me confidenció que tras su ingrata misión, se encerró en su oficina en el primer piso de la biblioteca y lloró como niño… sabiendo que, más lágrimas silentes y rostros tristes hubo entre sus colegas de la biblioteca, ese día en se apagó La Milagro.
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