«No podemos resolver la crisis climática sin cambiar nuestra relación con la naturaleza y con nosotros mismos.»

Naomi Klein.

Actualmente nos leen en: Francia, Italia, España, Canadá, E.E.U.U., Argentina, Brasil, Colombia, Perú, México, Ecuador, Uruguay, Bolivia y Chile.

Otra cosa es con bandoneón.

El triunfo de Javier Milei en las presidenciales argentinas sorprendió a todo el mundo, no por la victoria misma sino por lo categórico del resultado: 56% versus 44% de Massa. De inmediato, gran parte de los analistas coincidió en que la votación, más que constituir un gesto de respaldo al programa libertario, era la expresión de un rechazo generalizado a la gestión del justicialismo gobernante que tenía al país sumido en una crisis de envergadura.

Una inflación anualizada de 142% (rayana en la hiperinflación), era la expresión estadística de la tragedia social de una nación muy rica en recursos pero que tenía a más de un 40% de su población en situación de pobreza (10% en extrema pobreza), con un 33% de sus habitantes padeciendo inseguridad alimentaria básica y con provincias, como Salta, Tucumán, Misiones y Santa Fe, en que la falta de acceso al agua potable y la desnutrición causaban elevado número de muertes y obligaban a las familias a buscar su subsistencia diaria en los vertederos de basura y desechos.

Con esa realidad visible, la gente estaba dispuesta a apostar por cualquiera aventura que ofreciera erradicar la grosera incompetencia oficialista, el arbitrario dominio y abuso de la casta gobernante y los abismantes niveles de corrupción que campeaban en todos los sectores de la institucionalidad. Se observa con frecuencia personas que padecen situaciones constantes de desesperación terminan depositando su confianza en proposiciones extremas aunque ellas sean irracionales o inviables.

El discurso programático de Milei tenía propuestas llamativas: reducir a ocho el número de ministerios, suprimir el Banco Central, terminar con la inflación dolarizando la economía, reducir gasto público en un 15%, privatizar empresas públicas, autorizar la libre tenencia de armas, legalizar la venta de hijos y de órganos, etc., dentro de un marco ideológico de la más absoluta libertad económica, en que calificó al Papa como un “izquierdista asqueroso”,  al cambio climático como “un engaño socialista”, a la Agenda de las Naciones Unidas para un Desarrollo Sostenible como “una expresión de marxismo cultural”. En ese cuadro, la ultra derecha latinoamericana (Jair Bolsonaro, José Antonio Kast, Axel Kaiser) le expresó su adhesión, aunque tras la elección aclaró que ello era “pese a tener algunas diferencias”.

¿Es posible que se cumplan las promesas de Milei? ¿Están los argentinos, incluso los que votaron por él, disponibles para pagar los costos del caso?

El cuadro político es negativo para él. En un país federal, no cuenta con ninguno de los 23 gobernadores, solo 40 de los 257 diputados, solo 8 de los 72 senadores. El apoyo de la derecha de Macri le mejora relativamente las perspectivas pero ya hay un grupo de parlamentarios descolgados no disponibles. Y, sin duda, el 44% de sufragantes por Massa constituye un voto duro, con una orgánica fuerte y una tradición sindicalista y corporativista que no aceptará limitaciones al derecho de huelga ni ciertas privatizaciones. Un primer desafío para Milei lo constituye, la gobernabilidad ya que si no logra resultados positivos rápidos, la coalición de derecha tradicional de Macri y Bullrich, que hizo posible su victoria, sufrirá quiebres inminentes. A 48 horas de los comicios, Pablo Biró, presidente de la poderosa Asociación de Pilotos de Líneas Aéreas ha expresado el rechazo a la entrega a privados de Aerolíneas Argentinas diciendo “nos va a tener que matar y cargar con los muertos”.

Una promesa de efecto inmediato (menos de un año) es la dolarización de la economía para frenar la inflación y ello se ve inviable. Desde el Wall Street Journal hasta Felipe Larraín, ex Ministro de Economía de Piñera, coinciden en que hacerlo requiere una cantidad enorme de miles de millones de dólares para comprar el circulante en la depreciada moneda nacional y el país no tiene acceso a los mercados de capitales internacionales debido a su gigantesco endeudamiento. Ya se ha denunciado la inconstitucionalidad de la medida.

La oferta de abrir las fronteras económicas (Argentina es hoy una de las economías más cerradas del mundo) pone en jaque el modelo de crecimiento “hacia adentro” y obviamente generará reacciones tanto a nivel empresarial como laboral.

En síntesis, en economía nada es gratis y las consecuencias de una política de shock se darán en el mundo social. Estamos hablando de la imposición de un modelo con grave afectación de las condiciones de vida de los sectores más vulnerables lo que solo ha sido posible bajo dictadura militar (Chile) o dictadura civil (Perú de Fujimori).

Otras promesas que hieren tradicionales valores cristianos, también suscitarán las resistencias previsibles.

Argentina se ha transformado en el típico “modelo a no seguir”. Tanto la gestión del populismo progresista con sus irresponsabilidades, ineficiencias y corrupciones como las ilusiones de libertarianismo demagógico, no son lo que un país necesita para salir adelante.

Por lo menos, la lección del país trasandino debiera servir para aprender algo.

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