¡Qué calor!
Bastante relativa la expresión. Por lo general, asociamos el calor con la ingestión de bebidas heladas que nos refresquen o, mejor aún, de helados, a la sombra de un árbol frondoso, ojalá cerca de alguna fuente de agua, en la playa, a orillas de un lago o acampando junto a un río. ¡Hermosa visión! Mas no siempre realizable. Hay que trabajar igual, haga calor o frío, a no ser que estemos de vacaciones y podamos buscar algo refrescante que nos ayude a tolerar las ondas de calor que, en este verano incipiente, han llegado esporádicamente, ya que llueve, luego sentimos un calor húmedo, sol y humedad juntos, chubascos y lluvias de noche o de día, lo que nos hace pensar que no estamos en pleno verano realmente.
¿Qué hacer entonces? ¡A tomar helados! En otros tiempos existía el heladero, quien a la salida del colegio, nos vendía “chupetes” – helados, de leche o fruta, la que no era tal, sino agua con colorantes y saborizantes. Pero este personaje quedó en el pasado como el lechero, el manzanero, el afilador de cuchillos, el repartidor de pan, el ropavejero, entre otros.
Ahora podemos regodearnos con los sabores, tipos y tamaños de helados que se venden en locales diversos, como pastelerías, restoranes, pubs, resto-bares, etc., o sea, allí donde hay mucha demanda de bebidas, comidas y postres.
Se estima -según estadísticas de instituciones dedicadas a la nutrición- que en Chile se consumen alrededor de ocho kilos de helados per cápita; así nos adjudicamos el título de ser “el país que consume más helados en Latinoamérica”, factor que contribuye a aumentar la obesidad infantil en nuestro país, porque los niños y los no tan niños, no sólo consumen este refrigerio, sino además dulces, golosinas y chocolates de todo tipo, sin omitir el alto consumo de alimentos envasados como: papas fritas, o “chips” de esto y lo otro, “cheezels”, ramitas, palomitas -del inglés “pop corn”- e infinitos productos con nombres de fantasía, que “los más grandes”, como se dice en la actualidad por “viejos”, ya no conocemos ni apetecemos por su alto contenido de azúcar y sal.
El heladero callejero –que ya no circula en carritos con su mercadería – utiliza cajas de ‘plumavit’ para vender sus helados: en la calle simplemente los vocea, se sube brevemente a los vehículos de locomoción colectiva para ofrecerlos a los pasajeros. Los helados se expenden mayormente en las heladerías o “gelaterías” (del italiano “gelatto” para “helado”), locales en los que el producto principal ofrecido es el helado, con la innovación actual del “frozen yogurt”, inglés para “yogurt congelado”.
Los formatos de contenedores de helados varían su tamaño de acuerdo al cliente: porción individual con envoltura de papel, se sirve en conos o “barquillos”, como también se denominaban, o “tulipas” que son barquillos con forma de flor. Si la porción es familiar, tenemos las “casatas” de helados con formas rectangulares o como potes que van de uno a los cinco kilos.
No olvidemos la antigua máquina para hacer helados en casa que tenían nuestras abuelas; según recordamos, se trata de un ‘bote’ de madera grande tipo balde, recubierto en su interior con algún metal –generalmente aluminio o algún tipo de chapa galvanizada, con espacio entre ambos que se rellenaba con hielo picado y sal gruesa para mantener la consistencia del hielo. El helado “se hacía”, después de varias horas de dar vueltas y vueltas a la manivela que impulsaba unas aspas en el interior de la vasija. Parece una escena sacada de una película de antaño, de los años 30, pero era la manera de “hacer helados” hace muchas décadas atrás. Demás está aclarar que eran de leche, con vainilla y para los niños.
Los sabores también han variado. Los favoritos son el de vainilla -antes llamado “bocado”, denominación hoy desconocida– el de chocolate, ojalá chocolate suizo o “Sahne Nuss” (del alemán “crema nuez”) que contiene pequeños trozos de chocolate y almendras enteras, ya que “Nuss” en alemán y “nut” en inglés son genéricos para todo tipo de semillas comestibles. Otros favoritos son los helados de frutilla, manjar o dulce de leche, como se llama en Argentina y Uruguay. Pero el mercado heladero presenta hoy toda suerte de sabores de frutas tropicales como: mango, piña, maracuyá, guayaba.
Al helado de agua, como helado de tipo artesanal, se le conoce también como “sorbete” (del francés “sorbette”), de sabores muy cítricos como naranja, lima, limón u otro similar. Éste se usa mucho en gastronomía gourmet para cambiar el sabor y limpiar el paladar entre plato y plato.
Otras variedades de helados, aparte del artesanal y como el más apetecido, es el “soft”, un tipo de helado batido con más aire (del inglés para “suave” y “cremoso”), el “variegato” –helados veteados de dos sabores- que se sirven individualmente con salsas y “toppings” (del Inglés “top”, “recubrimiento” o “agregados” para poner encima); éstos pueden ser confites tipo mostacilla, nueces picadas, chispas de chocolate, coco rallado, en fin, combinaciones que quedan cortas a la imaginación. Tenemos también los “shakes”, inglés para “batidos”, que más semejan una leche helada, espumosa, y con algún “topping” a gusto del consumidor.
Esta enorme variedad de productos ayuda a pasar el calor de nuestro “Tropiconce”, como llaman de un tiempo a esta parte a nuestra ciudad. Pero qué nos queda entonces para paliar este calor húmedo por la lluvia estival: sólo ingerir algo dulce, frío que calme nuestro calor, sed e incomodidad por lo húmedo, el desgano y hasta la irascibilidad que sentimos. No digamos “¡qué calor!”, sino exclamemos “¡a tomar helados!”. Bendito verano tropipenquista; lo positivo es que el helado nos hace sentir más aliviados, pero el lado negativo es que nos hace subir de peso. Nada que hacer.
Encantador, usted es dulce y encantadora en la forma dinámica en que nos presenta sus artículos.
Gracias.
Clase Magistral!
Extraordinaria lección.
Ojala muchos jóvenes lo lean.
Gracias, Teresa, por su empatía para mi hobby que es escribir por escribir, pero diciendo algo que quede.Muchas gracias.
Para Maite, infinitas gracias. Quizás no tan magistral, pero me contenta que a algunos les guste mi forma de decir las cosas, sin ofender a nadie.