«No podemos resolver la crisis climática sin cambiar nuestra relación con la naturaleza y con nosotros mismos.»

Naomi Klein.

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¿QUIÉN DEBE VIVIR EN LOS ESTADOS UNIDOS DE NORTE AMÉRICA?

Por: Guilmo Barrio Salazar, desde Georgia, E.U.A.

En una tarde invernal, a finales del mes de febrero pasado, dos ingenieros de programación informática, Srinivas Kuchibhotla y su compañero de trabajo Alok Madasani, originarios de la India, estaban disfrutando de una bebida en un bar en la ciudad de Olathe, del Estado de Kansas, cuando Adam Purinton, especialista en computación, comenzó a vociferarle a los ingenieros, toda clase de palabras racistas, ofendiéndolos sin razón alguna, y a exigirles que demostraran que se encontraban legalmente en este país.  El dueño del bar le exigió a Adam que abandonara el bar, y que no regresara jamás, porque no necesitaba esta clase de comportamiento en su negocio.  Momentos más tarde, Purinton regresó con un revolver en la mano, y comenzó a gritarle a los ingenieros: «¡Salgan de mi país!», y comenzó a dispararles. Kuchibhotla fue asesinado, Madasani y otro cliente de nombre Ian Grillot que intentó intervenir, quedaron heridos en el suelo.  Purinton huyó, cruzando la frontera hacia el Estado de Missouri, donde horas más tarde intentó esconderse por haber cometido un crimen en contra personas del Medio Oriente, según así lo declaró a la policía que lo capturó.

Ese bar, representa a los EE.UU., que una noche cualquiera ofrece sus servicios a cualquier persona que lo desee, pero que de repente se transforma en un escenario criminal, todo porque un individuo piensa que tiene el derecho de decidir sobre quién debe o no debe vivir en esta nación.  ¿De dónde Adam Purinton sacó la idea que este país le pertenece sólo a él?  ¿Qué o quién le dio el derecho de decirle a alguien que se fuera de esta nación?  La respuesta a estas preguntas tiene sus raíces en el extremismo racial de la supremacía blanca.

Donald J. Trump gastó los últimos dos años diciéndole a los electores o sufragantes, particularmente a los votantes blancos, que ellos estaban perdiendo sus trabajos, como también su cultura.  Además les previno que «los hombres malos» estaban cruzando la frontera, como también lo estaban haciendo los «violadores» y los «traficantes de drogas».  También prometió parar la inmigración de los países musulmanes «hasta que los representantes del país puedan figurar lo que realmente está pasando».

Estas promesas se están cumpliendo.  En Enero pasado, Trump firmó una Orden Ejecutiva que prohíbe la entrada a esta nación de personas procedentes  de siete  países cuya población es mayoritariamente musulmana.  Aunque esta orden fue rechazada por la Corte de Justicia, la Casa Blanca tiene planificado hacer algunas modificaciones, y volver a presentarla al Congreso.  Iniciándose el mes de marzo, Trump exigió al Departamento de Seguridad Nacional a que acelerara las deportaciones, utilizando el término «criminal» en forma muy ligera para referirse a los  inmigrantes,  y publicando una lista de crímenes cometidos por personas indocumentadas que habitan  en este país, quitándoles su privacidad y sus protecciones legales como personas, además de ordenar la construcción de prisiones adicionales.

Sorpresivamente, o de forma no tan sorpresiva, la Casa Blanca y sus aliados han insistido que todo esto no tiene nada que ver con la raza o con la religión, sino que simplemente se trata de una forma de proteger a la ciudadanía.  Cada vez que al presidente se le consulta sobre las deportaciones, él explica en su forma típica: «Estamos sacando a los «patos malos» del país, y a un promedio que nunca se ha visto antes.  Ellos son los realmente malos, por eso es una operación militarizada».

De hecho, las deportaciones no han sido solo restringidas a los «patos malos».  Consideremos lo que le sucedió a Sara Beltrán Hernández, de El Salvador, que buscaba un asilo.  Los agentes del Departamento de Reforzar la Ley de Inmigración y Aduanas (ICE, siglas en Inglés), la arrestaron en un hospital de la ciudad de Dallas, del estado de Texas, donde ella estaba solicitando un tratamiento para un tumor que tenía en el cerebro.  Hoy, Sara se encuentra en una prisión privada ubicada a 40 millas (64 kilómetros) de Dallas.  Pero ICE insiste que solamente deportan inmigrantes que han cometido crímenes.

Esto no es algo nuevo, durante la administración demócrata de Barak Obama, 2 millones y medio de personas fueron deportadas, que ha sido más de lo que hicieron todos los presidentes combinados electos durante el Siglo XX.  Un porcentaje muy significativo  de las personas deportadas bajo la administración de Obama, sólo habían cometido ofensas menores, tales como violaciones de las reglas del tránsito.

Hoy, los inmigrantes evitan ir a las iglesias. Tampoco van a ver los partidos de fútbol, como lo hacían antes, no van a los centros comerciales o malls, ni a los parques públicos, preocupados por las redadas que hacen los agentes de ICE.  Ya está sucediendo en 12 Estados del país, y el temor de las comunidades inmigrantes ha crecido tremendamente.  El periódico Los Ángeles Times ha reportado, después de un arresto masivo en un restaurant asiático en el Estado de Mississippi, muchos inmigrantes dejaron de ir a trabajar, y otros no enviaban a sus hijos a las escuelas.

Las nuevas leyes de Trump, y las retóricas de odio que las acompañan, tienen un elemento racista innegable.  El presidente nunca ha propuesto un muro divisorio en la frontera con Canadá.  Los agentes de ICE no conducen redadas en vecindarios blancos en la ciudad de Boston del estado de Massachusetts, en busca de inmigrantes indocumentados irlandeses, que también existen.  Lo que significa que se está cometiendo un simple asalto a los inmigrantes que alejan de los EE.UU. a la mayoría blanca.

Lo que me trae de regreso al bar del Estado de Kansas.  «¡Salgan de mi país!»  puede ser el lema publicitario de la administración de Trump, dirigido a todo aquel que no es blanco, o ario puro, ni tampoco es una persona evangélica, ni es heterosexual.  Pero este país no le pertenece, por más dinero que tenga, a Donald J. Trump, le pertenece a cada uno de nosotros.  Debemos parar esta clase de idiotez, antes de que se transforme todo en un escenario criminal.

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